Un resultado, muchos desafíos

Los resultados de las municipales fijan una foto que, pase lo que pase, durará cuatro años. Y, más allá del análisis de las causas ya sea de los grandes cambios como de las grandes estabilidades -que también habrá que realizar-, ahora mismo lo más relevante es considerar cuáles son los desafíos que quedan abiertos. He aquí los que me parecen más relevantes.

En primer lugar, está el avance -y en algunos casos, el triunfo indiscutible- de aquello que se ha dado en llamar la «nueva» política. Un triunfo particularmente cierto en la capital, Barcelona, pero también en otros municipios. Creo que el reto mayor que va a tener Ada Colau no será el de la capacidad para gobernar. Al fin y al cabo, detrás de ella, o a su lado, hay bastante gente vinculada a la política de siempre y con experiencia. No: el gran desafío será convertir el empuje obtenido del descontento, del malhumor -justificado-, en una sostenida confianza crítica hacia su gestión. Y, claro está, en conseguir que las promesas se acerquen no tanto a aquello que quieran hacer -no tengo ninguna duda sobre la franqueza de las intenciones de Barcelona en Comú-, sino a las posibilidades reales de transformación. Y una de las primeras medidas de su capacidad para lograrlo será el tiempo que tardará en pasar del típico discurso victimista de toda oposición al de gobierno, sin subterfugios.

Ni que decir tiene que, en cualquier caso, por su magnitud absoluta y relativa, el gran triunfo electoral lo ha conseguido ERC, que en toda Catalunya dobla sus votos y casi el número de alcaldes con mayoría absoluta y los concejales. Y todo ello sin desmerecer el caso extremo de la CUP, que multiplica sus votantes por dos y medio. El peso de la capital del país parece que ha enmascarado el éxito de ERC en cuanto a repercusión pública, pero no puede discutirse el acierto de su estrategia al combinar soberanismo, dimensión social y distanciamiento de los partidos contaminados por la corrupción, en particular de CiU. Como suele decirse, a veces cuesta más digerir una victoria que una derrota, que, con respecto a ERC, ahora querrá decir orientar adecuadamente la próxima convocatoria del 27-S.

Pero si puede ser complicado digerir un triunfo, no digamos de las derrotas. Naufragios sin paliativos como el del PP, con un 36% menos votos que en el 2011 y con la pérdida de la mitad de alcaldes con mayoría absoluta y de sus concejales, son brutales. O, sólo salvada la cara en algunos municipios que aguantan bien -Tarragona, Terrassa, Santa Coloma de Gramenet…-, el retroceso del PSC ha sido de un impresionante 27% menos de votos y también la mitad de alcaldes con mayoría absoluta y concejales. Pero tanto PP como PSC se enfrentaban a la aparición de C’s y a las nuevas izquierdas, y las consecuencias eran previsibles. En cambio, ¿cómo explicar el retroceso de CiU, agravado emocionalmente por la pérdida de Barcelona?

Mi opinión es que CiU ha pagado ahora el descrédito provocado por el asunto Pujol de julio pasado y la cola de corruptelas que se han ido ventilando después. Los impactos de los hechos políticamente relevantes pocas veces tienen un efecto electoral inmediato. Casos como el de los atentados de Atocha en el 2004 que trastocan unos resultados por la coincidencia con unas elecciones, no son frecuentes. En cambio, sí que existen las explosiones retardadas. El caso Pujol fue un drama nacional que no afectó directamente al soberanismo, pero hirió gravemente a CiU, como ahora se ha podido constatar tanto por la pérdida significativa de apoyo directo, como por el hecho de haber movilizado el voto en su contra, en positivo hacia ERC -buscando certezas-, en negativo hacia posiciones antipolíticas, buscando revancha. CiU ha llegado al 24-M con una piedra en cada zapato. Una, la incertidumbre de la posición de Unió, que inquieta por igual a los que apuestan por la independencia y a los que lo hacen por improbables terceras vías. Dos, la promesa de una más que necesaria refundación de CDC, pero que a estas alturas no se sabe hasta dónde va a llegar. El caso es que, excepto cuando CiU ha tenido el gobierno municipal y ha podido demostrar capacidad de gestión, honestidad y compromiso soberanista, para el resto de candidatos, la marca convergente ha sido una losa que ha encontrado todo tipo de sospechas.

Uno de los hechos indiscutiblemente positivos de los resultados del domingo en Catalunya ha sido la derrota de PxC. No sólo se ha quedado en el 0,88% de votos -en el 2011, el 2,3%- sino que ha perdido la mayoría de los 67 concejales que había conseguido y ha quedado en 8, ninguno de los cuales en Vic. Alguien dirá que la xenofobia la ha recogido el PP. Quizás sí, pero en cualquier caso, es bueno que desaparezca quien sólo tenía este discurso contra la inmigración como divisa y que algunos aprovechaban para entrever el embrión de una extrema derecha catalana.

Y también para los que estábamos preocupados por la xenofobia anticatalana que alimentaba al PP en el País Valencià y las llles Balears, los resultados en estos dos territorios han abierto grandes grietas -por no decir que han hecho caer muros- para la modernización de un espacio político encallado en unos esquemas incompatibles incluso con la mera racionalidad científica. Claro que el derrumbe del PP valenciano y balear ha sido ganado a pulso en una perfecta combinación de corrupción descarada, mal gobierno endémico y profunda demagogia anticatalana. Construir sobre una tierra tan quemada no va a ser nada fácil. Pero la resistencia del PSOE en los dos territorios, más el ascenso de Compromís en el País Valenciano y la fuerza del resto de izquierdas en las Illes, pueden acabar con un modelo de caciquismo que ya no daba más de sí.

El resultados de estas municipales ha sido el primer baño de realidad para ganadores y perdedores. Ahora llegará el verdadero proceso de inmersión en una realidad terriblemente compleja e inestable. Así que haríamos bien en no utilizar estos resultados para prejuzgar los futuros electorales más inmediatos, porque la política siempre se construye sobre la arena.

LA VANGUARDIA