27-S: cinco escenarios previos

La primera hipótesis resulta improbable, pero de ninguna manera imposible: la impugnación de la convocatoria electoral alegando que su finalidad real no se ajusta a la de unos comicios autonómicos. Quien tenga alguna duda sobre esta lectura jurídica que repase sentencias recientes: torres legales más altas han caído. Y si no les basta, piensen en algo tan socialmente aberrante como la suspensión de la ley de pobreza energética de la Generalitat por parte del Tribunal Constitucional (TC) en nombre de una supuesta «invasión de competencias». ¿Y los ancianos que no podían poner en marcha la calefacción porque la pensión no daba más de sí? ¡Bah, esto era un problema menor y secundario. «Por mucho frío que pueda hacer, el Estado no puede ir regalando soberanía a los catalanes!», Respondería el TC. Cuidado, pues, con descartar demasiado rápidamente esta posibilidad. Lean el artículo que publicó Francesc de Carreras en El País el 20 de julio , por ejemplo. Habla de un «golpe de estado posmoderno». Se trata de una denuncia que, en realidad, constituye una amenaza indirecta y encubierta a partir de la fabulación de una supuesta amenaza que todavía no se ha producido. Estamos entrando en el territorio inexplorado de la jurisprudencia de intenciones futuras presupuestas. Es maravilloso, y seguramente tiene que ver con la mecánica cuántica (o no).

Hay un segundo escenario en el que las elecciones del 27-S se celebrarían pero en un clima tan enrarecido que distorsionaría los resultados. El Estado (no el sólido o el líquido, sino lo que aquí ven escrito en mayúscula) dispone de mecanismos suficientes para crear un estado de ánimo (ahora sí, en minúscula) adecuado a sus intereses. No hay que hacer vistosas maniobras militares ni esgrimir amenazas sobre la suspensión de la autonomía. En realidad, con un par de insinuaciones sobre las pensiones, la salida del euro y otros clásicos ya sería suficiente. Este discurso existe al menos desde 2012, pero de cara al 27-S podría entrar en una fase de exacerbación que roce el delirio, especialmente si el micro del karaoke gubernamental cae en manos de Margallo.

Tercer posible escenario. Se acuerda la celebración de las elecciones, el tono de la campaña es razonable -elevado sin llegar a ser histérico- pero no se admite el carácter plebiscitario (antes de conocer el resultado, obviamente, en caso de una victoria del bloque unionista los comicios se transformarían de repente en un referéndum en toda regla). Esta situación es más complicada de lo que parece, en la medida que permite hacer una lectura acomodaticia y absolutamente tramposa del resultado. Recuerden aquella vieja apuesta: «Venga, tira una moneda: si sale cara gano yo, y si sale cruz pierdes tú». De alguna manera, pase lo que pase, este es el principal riesgo para el bloque soberanista.

Hay un posible cuarto guión en el que, ya sea en número de votos o de diputados, el no-bloque unionista espera sacar una mayoría clara. De cara al 27-S, y partiendo de esta hipótesis, se pueden idear muchos trucos a posteriori. Si en el no-bloque unionista los diferentes resultados no son escandalosamente heterogéneos (por ejemplo, que C’s consiguiera 20 diputados y el PP 1, o al revés), la magia del oportunismo haría que se transformara de repente en toda una coalición inventada para la ocasión. El unionismo, y muy especialmente el PP, tiene aquí una delicada disyuntiva a la que un servidor de ustedes ya hizo referencia la semana pasada. ¿Y si los resultados son buenos para la casta anticasta y también, gracias al efecto rémora para la vieja casta-casta disfrazada que representa un partido como ICV? Sea como sea, en Europa sumarían los resultados del populismo de izquierdas con los de Rivera o Rajoy: de eso que no se olvide nadie.

Quinto escenario. Parte como claro ganador Juntos por el Sí, y esto obliga a toda costa a tratar de articular un frente simétrico por parte del unionismo, al estilo de lo que propuso Sánchez-Camacho. Las tensiones que generaría este frente, teniendo en cuenta que hay elecciones españolas muy cerca, serían inasumibles por sus impulsores. Es probable igualmente que todo ello hundiera las expectativas de Iglesias, que apuesta por un escenario no polarizado donde hacer el papel de Duran, pero con coleta y vaqueros. Un soberanismo convencido de sus propias potencialidades, consciente de su legitimidad y que sabe que ahora no es el momento de hacer experimentos frívolos, no tendría freno. Que conste, sin embargo, que éste sólo es un escenario entre otros. Los paisajes posteriores dependerán de tener claro que esto no va precisamente cuesta abajo, y actuar en consecuencia.

ARA