De la intransigencia a la razón

Como el nacionalismo catalán es profundamente democrático desde su constitución, como ya constató Rovira i Virgili hablando de la transformación ideológica de Enric Prat de la Riba, los pasos que hasta ahora se han dado desde que estalló la crisis política actual van en la misma dirección. Para el presidente Mas -el artífice de la transformación del nacionalismo pujolista en soberanismo liberal-, la única manera de averiguar qué piensan los ciudadanos sobre la secesión sin hacer ningún salto en el vacío era convocar unas elecciones al amparo de la legalidad vigente. Esto es la política: buscar vías para ir imponiendo tu programa sin generar demasiado traumas. El riesgo, por supuesto, acompaña siempre todas las decisiones que se toman. Los políticos de verdad hacen apuestas. Y unas veces ganan y otras pierden. Sólo los puristas se envalentonan sin calcular los daños.

Miren lo que está pasando en Grecia. Alexis Tsipras, que ha aprendido qué es el moderantismo a trompicones, intenta resolver su crisis política con los mismos procedimientos que se han propuesto en Cataluña. Y Europa aplaude. Primero convocó un referéndum, que en su caso se celebró a toda prisa y tuvo efectos devastadores para el Ministro de Economía griego, Iannis Varufakis, un profesor universitario que no ha entendido lo que es la política. Ahora Tsipras ha convocado unas elecciones anticipadas como aquel que dice sin haber preparado la mesa, a los seis meses de haber ganado las elecciones por la ineficacia de Nueva Democracia. Y las convoca para desembarazarse de aquellos antiguos aliados suyos intransigentes que se oponen a los acuerdos pactados con Bruselas. Tiene que derrotarlos, precisamente, porque se han hecho inmovilistas, como aquí lo son los unionistas.

Los académicos que rodean la política a menudo no lo entienden. Son intolerantes y se aferran a sus criterios con una fe casi religiosa. La soberbia y la pedantería del ideólogo son admonitorias y se traducen en la condena del disidente con palabras siempre gruesas. La arrogancia no es sólo un defecto que afecte a los académicos de izquierda. Luis Garicano, el ideólogo económico de Ciudadanos, responde al mismo patrón aunque se presenta como un liberal, porque no se baja del burro nunca aunque le presenten un montón de pruebas. Esta altivez me recuerda la respuesta que el sociólogo Juan José Linz dio a los que ponían en cuestión su teoría de la transición española en una conferencia en mi facultad: «Aunque ustedes me presenten mil casos que contradigan lo que digo, mi teoría se mantiene», soltó sin empacharse.

El debate sobre cómo remontar la crisis económica se ha enfocado desde este dogmatismo académico. ¿Por qué Tsipras ha cambiado de opinión? La retórica fácil que utilizarán sus adversarios es que se ha «rendido» ante la malvada democristiana Angela Merkel -y sobre todo de su ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble-, olvidando que esta señora gobierna con los socialdemócratas y que su máximo dirigente, Sigmar Gabriel, es el Ministro de Economía alemán. Además, una cincuentena de miembros de la coalición conservadora de la CDU/CSU de Merkel votaron en contra de negociar el rescate de Grecia -el que ahora ha obligado Tsipras a convocar elecciones-, mientras que los socialdemócratas se comportaron como un bloque. Simplificar la complejidad de la política es un ejercicio tan inútil como satisfactorio para los académicos que sermonean y engañan con una palabrería tan efectista como inútil.

Como en Grecia el 20-S, en Cataluña el 27-S elegiremos qué camino queremos seguir para remontar la crisis económica, política y social que ha volcado la visión de mucha gente sobre cómo nos gobernamos en un mundo de interdependencias. Los griegos ya tienen un Estado y necesitan afianzarlo. Aquí no lo tenemos y, en cambio, ya hicimos lo que tocaba hacer con más sensatez, valentía y rigor que los que ahora se ve obligado a tener Tsipras, digan lo que digan los ideólogos de una izquierda estrafalaria. Lo hizo el presidente Mas y fue entonces cuando se dio cuenta de que únicamente disponer de un Estado te permitía mitigar los efectos de la austeridad. Todo ha sido así. El 27-S decidiremos, por tanto, sobre la soberanía, sobre cómo gobernarnos, porque nosotros tenemos necesidad de dotarnos de una administración que pueda hacer políticas reales -y no ficciones- para dar esperanza a los 510.947 parados que todavía tenemos en Cataluña. Y para ello necesitamos dar voz a la razón política por encima de las intransigencias ideológicas de unos académicos que abandonan la política cuando constatan que para transformar el mundo primero les habría hecho falta saber gestionarlo.

EL PUNT-AVUI