No es la financiación, es la democracia

Cuando los ciudadanos votan por tener un gobierno, con su voto deciden que este gobierno tenga unas características determinadas. Esto ocurre en todas las elecciones democráticas del mundo. Nadie vota un presidente, un alcalde o unos diputados para que apliquen de manera mecánica un presupuesto, y menos para que se limiten a hacer de gestores. Les votas porque tienen unas ideas que a ti te parecen interesantes o mejores que las de los demás y que quieres que las apliquen en la gestión del día a día.

La política se hace sobre todo con los presupuestos: dedicas más dinero a esto que a lo otro, priorizas este aspecto sobre el otro, pones énfasis en tal proyecto y no en tal otro. Sin presupuesto no hay política. Sin poder de decisión no hay gobierno. Los ciudadanos votamos un gobierno para que, con el presupuesto, mejore nuestra vida en la línea que creamos oportuna.

En cualquier país democrático del mundo, en cualquiera, esa es la regla de oro de la política. Los valores, las ideas, los proyectos, quedan reflejados en el presupuesto. Un presupuesto es un borrador del futuro que votaste y leerlo es descifrar la verdad o la mentira, de un proyecto político. Sin presupuesto, simplemente, no hay política.

Por eso el gobierno español ha atravesado una línea muy gruesa y grave cuando ha decidido que la Generalitat de Cataluña no podrá decidir qué hace con el dinero del FLA (Fondo de Liquidez Autonómica). Mucha gente ha denunciado que la medida, de hecho, pone fin a la autonomía, pero la cosa es mucho peor que eso, porque la decisión del Gobierno invalida de hecho la democracia en Cataluña.

Mirémoslo de este modo: los ciudadanos el 27-S votan un gobierno y una mayoría parlamentaria porque quieren que se aplique un programa que lleva a la independencia, y la reacción del Estado es intervenir las cuentas públicas para evitar que el gobierno utilice el dinero que le corresponde en la línea que los ciudadanos le han pedido. Para las cosas que los ciudadanos le han reclamado que haga. ¿De qué sirve, pues, votar?

La gravedad de la actuación del Gobierno es enorme. El PP no sólo liquida la autonomía, sino que liquida la democracia. La base real de la democracia. Porque, en definitiva, con esta medida se trata de conseguir que el voto de los ciudadanos no tenga ningún valor. Que quede anulado de hecho y que no tenga ninguna consecuencia práctica posible. O peor aún: se trata de que prevalezca por vías antidemocráticas el voto de la minoría sobre el de la mayoría.

La gran cuestión, sin embargo, es si el independentismo será capaz de reaccionar deprisa o no. Porque la solución para volver a tener democracia y volver a tener autonomía no puede ser ni más evidente ni más sencilla: una república propia ahora mismo. Y tenerla en dieciocho meses o perderla sólo depende todavía de nosotros. Sobre todo de los 72 diputados. O de los 62 + 10.

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