Independentismo zen

El independentismo vive en un estado permanente de hipocondría. Está preocupado en todo momento por la salud y se toma cada dos por tres la tensión. Se palpa la barriga, siente un dolor en la espalda, hoy tiene migraña, ayer tenía palpitaciones, mañana le dará vueltas la cabeza. Unos días iría a urgencias y los demás no quiere ni oír hablar de médicos. ¿Vamos bien? ¿Quieres decir que lo lograremos?

NADA NUEVO. En política, todo ismo suele hacer referencia a un movimiento, doctrina o sistema que, para los que se sienten comprometidos, expresa la aspiración a un horizonte de plenitud. Y a menudo su defensa deriva en un sentimiento de carencia que lleva a estados de ansiedad y todo tipo de enfermedades psicosomáticas, poco o muy graves. El catalanismo también provocaba este tipo de patologías, pero se vivían con menos estrés porque el horizonte estaba más lejos y era más impreciso. Sin embargo, además de heredarlas todas, el independentismo las ha agravado debido a la impaciencia por ver realizado un sueño que ahora es muy concreto y que ha hecho de la variable tiempo un factor determinante de su éxito. Es por eso por lo que, sin quererlo, me otorgó el título de psiquiatra nacional, pero para ayudar a disminuir la ansiedad, y en aplicación de un tipo de independentismo zen, ofrezco mi diagnosis y terapia.

PRIMERO, no es razonable dudar de la determinación del Gobierno a la hora de cumplir su compromiso de llevarnos a la independencia. Las dificultades son enormes y llegar al paso final depende, también, de la capacidad de gobernar bien los asuntos cotidianos y de fondo que le corresponden. Para el Gobierno, la administración de las palabras y los silencios es compleja. La coalición que lo forma y el apoyo precario que tiene en el Parlamento lo hacen todo más difícil. El independentismo parlamentario tiene razones que la razón independentista no comprende… Dejamos hacer.

SEGUNDO, desde el 27-S la sociedad civil soberanista, principalmente la ANC y Òmnium, ha entrado en una nueva etapa y debe redefinir su papel. Un objetivo nada fácil, particularmente en la ANC, con una estructura horizontal muy útil para movilizar el país pero de gestión casi imposible para definir estrategias consistentes. Presa fácil de las organizaciones políticas de cultura entrista, la preservación de su propia independencia es condición de supervivencia. No debe ser un gobierno en la sombra, y es necesario que se dedique a mantener firme la esperanza y a ampliarla, dotándola de dignidad más que recurriendo a tácticas melifluas de seducción.

TERCERO, estamos demasiado pendientes de España y esto hace perder la capacidad de iniciativa del país para establecer sus propios desafíos. Ha llegado un momento en que las decisiones del Tribunal Constitucional ya no son un acicate para nadie, sino el cuento de nunca acabar. No mantienen la tensión alta: son sanguijuelas, y nos desangran. El antiespañolismo no lleva a ninguna parte. En cambio, sí que hay que evitar que los medios de comunicación del país, aunque tan hispanodependientes, agüen la relativa emancipación mental conseguida en los últimos años.

CUARTO, no debemos repetir el cuento de la lechera, discutiendo qué haremos de la soberanía antes de tenerla. Confiemos plenamente que el país, cuando llegue el momento, sabrá decidir democráticamente y en libertad que quiere hacer. Después de todo, la lucha por conseguir la independencia no puede estar condicionada al futuro modelo de país, sino que es una cuestión previa, de dignidad.

FINALMENTE, es cierto que la fragmentación de los liderazgos políticos, populares e intelectuales, y la diversidad de discursos, produce desconcierto. Hay para todos los gustos, algo propio de una sociedad diversa como la nuestra. Pero nos falta capacidad para discernir entre los oportunistas, los medias tintas y los cabezas calientes. La voluntad de independencia debe ser, también, un lucha por la calidad de esta aspiración.

ARA