El proceso, la lucha de frases y la ANC

En Cataluña hemos ido rellenando de conceptos ingeniosos nuestro tránsito hacia la independencia. Al derecho de autodeterminación lo hemos llamado derecho de decidir. Un concepto más arraigado, por experimentado, en las prácticas de la vida cotidiana y, por tanto, más comprensible en términos populares. Algo similar ocurre con la idea de ‘proceso’ si la comparamos con la de ‘lucha’; el proceso denota tráfico, movimiento, incluye el conflicto pero no se define únicamente por éste, a diferencia del sustantivo lucha, que se expresa fundamentalmente por la variable de confrontación. Siempre es importante delimitar un marco conceptual político que tenga fuerza explicativa y sea de fácil proliferación en el imaginario social.

Pero ahora esta función práctica del discurso independentista va demasiado lejos. Innovamos en exceso en el terreno conceptual: presupuestos postautonòmicos, de ruptura o de estado; referéndum unilateral de independencia; elecciones plebiscitarias regidas por una lógica de referéndum. Podríamos continuar la lista de ejemplos. El campo independentista parece encontrarse cómodo en el ensayo de nuevas ocurrencias, pero el hecho es que hemos llegado al punto de la incomprensión de qué queremos decir realmente. Sólo los más conectados con estas disquisiciones sacamos sentido aún a la cuestión. La mayoría social de este país no entra en este tipo de sutilezas, por la simple razón de que, en términos de política práctica, no tienen ningún interés. Porque mientras batallamos por la publicación de una frase ocurrente, el campo independentista pierde en parte el tiempo en una lucha de frases sobre las virtudes y los vicios de nuestro independentismo. Mientras tanto, el sentir de mucha gente que se ha movilizado es que somos más prolíficos en palabras que en hechos. Es un sentir muy injusto, sí, pero está ahí y muchos de nosotros tenemos familiares, amigos, conocidos y saludados que piensan exactamente así.

Tanto es así que el crisol declarativo del caso catalán podría ser un indicador de falta de estrategia política realista. Que no se alarme nadie, hablo de la ‘realpolitik’ necesaria para hacer la independencia, algo muy práctico que han llevado a cabo todas las independencias ganadas y las emancipaciones victoriosas de todo tipo. Y es que las batallas discursivas pueden convertirse en la antesala de la ritualización del proceso. La sociología sabe algo de eso: los periodos de emulsión de eventos pueden ser seguidos por periodos marcados por la estabilización del conflicto, o por la ritualización, lo que, a grandes rasgos, en nuestro caso significa que los actores políticos independentistas (resalto, todos) estabilizan ‘sine die’ en la situación actual. Todo el mundo representa su papel, cada uno en su sitio. En la confortabilidad del propio espacio (por ejemplo, el de cada partido), hablamos de independencia, pero no la hacemos. Aquí aprovecho para sólo apuntar que para mí la declaración del 9-N es la expresión pública de un programa acordado, pero no una estrategia. Las estrategias conforman una política práctica acordada que no se va explicitando cada tres meses en declaraciones públicas. Imagino que la declaración del 9-N se incluye en una estrategia, pero no lo es. Y no tengo ni idea si existe una estrategia compartida que vaya más allá de declaraciones puntuales.

Fijémonos en que de 2010 a la consulta del 9-N tenemos la emulsión, la épica, de la acumulación de fuerzas independentista con dos fenómenos únicos: uno, organizativo y político, la ANC; dos, una capacidad ingente de movilización que envió a la papelera de la historia el paradigma autonomista. Pero desde el 9-N hasta ahora nos hemos preocupado más por la programación de los eventos a partir de la política institucional encorsetada en la autonomía, que no de incrementar el conflicto a nuestro favor. El conflicto no es una palabra fea, es una práctica política muy creativa y necesaria para alcanzar los objetivos que nos hemos fijado. El conflicto es consustancial a la democracia. Y puede ser de una gran generosidad: relean a Gandhi o Mandela. Pero al conflicto se entra para ganarlo. Es por este motivo que la estrategia política es tan trascendental. Si no quisiéramos ganar, no sería necesario que dispusiéramos de la misma. El caso es que tengo la angustiosa sensación de que contra eso vamos ritualizando el proceso catalán. Sin mala fe, que conste, pero el hecho es que en términos de política práctica no se ven los pasos que nos llevarán al objetivo. No es una crítica al gobierno, al que tenemos que agradecer el esfuerzo frente a tanta complejidad; es una reflexión dirigida a todos nosotros, los independentistas.

Sinceramente, a mí ahora me da igual si hay o no una expresión electoral que unifique coyunturalmente en una sola la diversidad de fuerzas independentistas. ¿De verdad creemos que ahí está la clave de la política independentista? Me importa, y mucho, que haya una estrategia compartida que ejecute el cómo hacer la independencia y que ésta sea comandada por una organización de país, transversal, autónoma, de masas y lo suficientemente fuerte como para condicionar la agenda política de todos. Vamos, que necesitamos más que nunca la Asamblea. Y la necesitamos como organización política popular superadora de las particularidades legítimas de los partidos. Con tanta discusión como sea necesario; que no nos preocupen las discrepancias, porque cuando éstas se sustentan en razones sólidas, se abren nuevas oportunidades y la estrategia política sale reforzada. Que nos preocupen, siempre, esas discusiones bizantinas centradas en intereses particulares y en las prácticas cortoplaciatas. Son las que nos bloquean.

Resumiendo, para los independentistas es básico que la ANC surgida de mayo recupere la iniciativa superando -no menospreciando- las agendas políticas de los partidos y el marco estatutario que encorseta el margen de maniobra de las organizaciones políticas parlamentarias. Hemos cometido un error de manual considerando que, de acuerdo con el 27-S, era la hora de los partidos, en el sentido de que era la hora de la política, así, en singular. Como si organizaciones como la ANC u Òmnium no hubieran hecho política hasta entonces o no fuera esa su función. ¿Cómo puede ser que en este punto de la historia se pueda caer a cuatro patas en la vieja cantinela de que los partidos son los depositarios de toda la acción política posible? La ANC debe convertirse en el principal actor político del país y en el espacio independentista aglutinador de la acumulación unitaria de fuerzas civiles y políticas. Porque la política parlamentaria es sólo una fracción de la política práctica independentista en un proceso de autodeterminación, y en periodos históricos clave no es la más importante. Lo es más la base cívica en movimiento incremental de confrontación democrática, que es la condición necesaria para conquistar la independencia, si es que vamos de verdad. Estratégicamente hablando, es básico que partidos e instituciones estén en línea.

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