Si hubieran leído a Lenin

En 1914 Lenin publicó un famoso opúsculo, ‘El derecho de las naciones a la autodeterminación’, en el que, al calor de una polémica con Rosa de Luxemburgo sobre la cuestión polaca (una nación entonces ocupada por Rusia, Alemania y el imperio austrohúngaro), defendía el derecho a la independencia política de los pueblos y la ruptura con la nación opresora. Para la ortodoxia marxista la posición de Lenin era incómoda porque matizaba el carácter universal de la revolución y la necesidad de que el movimiento obrero superara las fronteras nacionales para derrotar al capitalismo. Asimismo, que el proletariado apostara por la emancipación nacional le acercaba, aunque fuera temporalmente, a la burguesía de la nación que aspiraba a la independencia. El argumento de Lenin para superar estas objeciones era contundente: negar al proletariado el derecho a luchar por la autodeterminación de su pueblo significaba permitir que la burguesía de la nación dominante consolidara su poder. En el proceso revolucionario el primer objetivo, pues, consistía en abatir la oligarquía de la potencia imperialista y en el desarrollo de esta tarea el conflicto nacional se percibía como un catalizador del conflicto de clases. Lenin escribió: «Para poder hacer la revolución socialista y derribar a la burguesía, los obreros deben unirse estrechamente y la lucha en favor de la autodeterminación, es decir, contra las anexiones, contribuye a esta unión estrecha. «Desgraciadamente ningún rastro de estas tesis de Lenin parece que se capte en las actitudes de la extrema izquierda catalana ni en su acción en la calle, como evidencian los disturbios en Gracia de los días pasados, ni en las decisiones adoptadas por su brazo político: la CUP. Con posterioridad a las elecciones del 27 de septiembre de 2015 la CUP y su entorno parecen haber renunciado a toda lucha contra «la oligarquía» de la nación dominante, que en nuestro caso sería el estamento político español y sus élites económicas y funcionariales, para centrar su ataque en lo que ellos consideran la burguesía catalana, guardiana local de todas las opresiones propiciadas por el capitalismo global. Posiblemente el primer aviso de este desconocimiento de las tesis de Lenin lo tuvimos cuando al día siguiente de las elecciones algunos diputados electos por la CUP se desdijeron del compromiso de declarar unilateralmente la independencia aduciendo que los partidarios de la secesión no habían alcanzado más del cincuenta por ciento de los votos emitidos. La declaración de independencia, que representa el gesto revolucionario ‘par excellence’ contra las instituciones de la nación dominante, quedó de antemano enterrada al acatar el marco constitucional español el cual define la mayoría con la base «de los nacionales españoles que se encuentran empadronados en un municipio de Cataluña» o, lo que es lo mismo, de aquellos que tienen derecho a voto en unas elecciones a una comunidad autónoma española. ¡Qué diferencia, pues, con Lenin, que hizo la revolución de octubre de 1917 después de perder unas elecciones! Superado el capítulo del 27-S la CUP mantendría la retórica de la desobediencia, sobre todo vinculada a la declaración del Parlamento del 9 de noviembre de 2015. Pero lo cierto es que desde esta formación no se ha producido ningún gesto de ruptura contra las instituciones españolas y, en cambio, se ha fomentado el debilitamiento constante del frente patriótico con actos que van desde la expulsión de Mas del liderazgo del proceso hasta la cobertura política que se ha dado a la violencia en Gracia contra catalanes y contra instituciones catalanas. En síntesis, la CUP no tiene problemas a la hora de castigar a los que considera como miembros de ‘nuestra’ burguesía, pero no ha hecho nada para agredir a los principales causantes de la opresión nacional: los aparatos del poder español. Se dirá, con razón, que el discurso del anticapitalismo catalán no tiene mucho que ver con el del líder bolchevique, sino que más bien encuentra sus fuentes en el pensamiento anarquista. Pero sospecho que la poca influencia del trasfondo leninista en los cuadros de la CUP y de sus organizaciones afines se encuentra en general vinculada a la poca capacidad del catalanismo de pensar en términos de poder. El asalto al poder era el que orientaba la acción de Lenin y el que en España en la actualidad y desde la izquierda orienta la acción de Pablo Iglesias, que, a este paso, acabará ganando la partida por la hegemonía de las clases populares en Cataluña a costa de la ignorancia y de los errores de los que se desahogan contra los propietarios catalanes pero se acobardan ante la maza de España.

EL PUNT-AVUI