Firmeza

A principios de 2010, cuando aún no había sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de 2006 pero ya se tenía la evidencia del fracaso de aquel último intento de encaje en España, escribí el libro ‘El camino de la independencia’. Erré el título, porque lo cierto es que no hay camino. Debería haberlo titulado ‘La expedición a la independencia’. En cambio, cuando en un artículo en Avui de 2008, «Al inicio de la expedición», había recurrido a la metáfora de la incierta campaña en la Antártida de Ernest Shackleton, la había encontrado bien. En el mismo recordaba el anuncio que el explorador había puesto en el Times para reclutar la tripulación: «Viaje peligroso. Sueldo bajo, frío intenso, largos meses de oscuridad completa, peligro constante, regreso seguro dudoso. Honor y reconocimiento en caso de éxito». Y yo añadía: «Necesitamos Shackleton capaces de convocarnos sin falsas promesas de paraísos fáciles. Si el peligro es constante y el camino dudoso, hay que advertirlo. Y si una expedición fracasa, hay que asegurar que nadie pierda la vida. Habrá que volver ello. La precipitación no nos conviene». Que no se diga que nadie había avisado de las dificultades con que nos encontraríamos y que son las que ahora constatamos con toda crudeza. ¿De qué nos extrañamos, entonces?

El desconcierto que ahora vive el independentismo es fácil de explicar. El impresionante recorrido hecho en estos últimos seis años -y las sonrisas que le han acompañado- había hecho bajar la guardia sobre las dificultades que encontraríamos. Hace apenas seis años la centralidad política catalana todavía confiaba en una sentencia suave del TC que salvara el Estatuto. En el Gobierno había un tripartito de izquierdas liderado por el PSC, y CiU no tenía la independencia como objetivo. La sociedad civil soberanista, dos años antes de crearse la ANC, muy fragmentada, estaba en ebullición y empujaba contra el establishment político sin ninguna evidencia de poderse imponer. Ahora el independentismo tiene mayoría absoluta en el Parlamento y tiene el Gobierno. Y sí: hace mucho frío, ya hace días que está oscuro, hay grandes peligros y el éxito sigue siendo dudoso.

¿Cuáles son los riesgos que tan alegremente se han desconsiderado? Uno, que si bien la independencia anuncia grandes mejoras para el bienestar de los catalanes, lo cierto es que no se está tan desesperado como para arriesgar lo que ya se tiene. Falta determinación. Dos, que si bien la independencia es urgente, no lo acaba de ser lo suficiente para que sea la única y la máxima prioridad de todas las formaciones políticas que la han de llevar a puerto. No hay unidad. Y tres, que si bien el 27-S determinó una mayoría social para seguir adelante, no es lo suficientemente grande como para dar el último paso. Hay que preparar una última gran victoria democrática.

Ciertamente, hay más obstáculos en esta expedición. Los hay de externos, tan previsibles como inevitables. Por ejemplo, los medios de comunicación con más audiencia que no paran de torpedear la voluntad soberanista y acentuar sus debilidades. O los adversarios políticos, que poco a poco han reaccionado cuando se han tomado en serio el desafío. Pero los obstáculos más grandes son los internos: hace falta más determinación, unidad y mayoría.

La independencia no es un camino, es una expedición. Etimológicamente, deriva de ‘expedire’ -lo contrario de ‘impedire’-, y significa dar curso, hacer camino, desbrozar. No tiene hoja de ruta previa, porque se dibuja mientras se avanza. No se hace sólo por interés material, sino por dignidad. No incorpora expedicionarios haciéndola barata, sino subiendo su valor. No se gana con razones, sino con una voluntad férrea. Y sólo se obtiene la victoria si se saben convertir todas las dificultades de la expedición en un estímulo para terminarla con éxito. El barco de la expedición de Shackleton se llamaba ‘Endurance’: resistencia, fortaleza, firmeza. El de la independencia, también.

ARA