Desconexión

Esto era, hace pocos años, una sesión de la Sección de Filosofía y Ciencias Sociales -que es la mía- del Instituto de Estudios Catalanes. Salvador Giner habló de eso que no se acaba nunca, de la nación, la sociedad, la lengua, y de cosas que ni su autoridad de gran sociólogo puede hacer entender a los de «Madrid» o España. Entonces, el filósofo Rubert de Ventós contó una pequeña historia: había invitado a Javier Solana en el ‘mas’ (masía) familiar del Empordà, y oyendo hablar a los niños de la familia, exclamó sorprendido Solana: «Pero… ¿a los niños también las habláis en catalán?». O sea, comentó el filósofo, que ni siquiera un hombre tan cultivado, liberal y cosmopolita podía entender nada.

Y eso era, también, que yo comía en Madrid con Carmelo Lisón Tolosana, grandísimo antropólogo, doctor por Oxford, miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, mi amigo, y amigo a su vez de eminencias académicas de todo el mundo. Me pregunta cómo veo las cosas de Cataluña, se lo explico y no sé si lo llega a entender. Le cuento una comida en una casa cerca de Banyoles, un mas de aquellos de hace mil años, del siglo XI, donde los dueños reúnen cada verano a cien o ciento cincuenta invitados, e invitan también alguien que hable de un tema elegido. En aquella ocasión los hablantes éramos yo mismo y el filósofo Josep Maria Terricabras, catedrático en Girona, traductor y comentador de Wittgenstein, poca broma. Y el tema era la cosa de la independencia, de la reacción y del futuro de los catalanes, después de la triste sentencia de aquel altísimo tribunal que cortó nariz, orejas y partes genitales al Estatuto de Cataluña ya votado, como el porquero y el boyero de Ulises se los cortaron en Itaca al cabrero traidor. Bueno, pues, del centenar y medio de invitados, gente de respeto todos ellos, gente bien vestida, a nadie preocupaban las cosas de Madrid y de España, excepto para buscar la manera de escapar de ella lo antes posible.

Cataluña es su país, a todos los efectos, y Europa, su marco de referencia. España simplemente no les interesa, no es cosa suya: ellos ya son, moral y emocionalmente, independientes. La independencia política, piensan, llegará más pronto o más tarde, pero eso no les preocupa mucho, porque la independencia moral ya es cosa hecha. Cosa tranquila, sin aspavientos, tan cierta y tan real que ni se habla como problema. Se lo explico a mi amigo de Madrid, hombre de vasta cultura y que rueda por el ancho mundo, y no dice nada: sólo expresa una perplejidad infinita. No entiende esto: que se han cansado de esta España, y que se van. Y que la desconexión institucional puede estar próxima o remota, pero la otra, la profunda, ya forma parte del presente.

EL PAIS