La CUP y los presupuestos de Catalunya

Confianzas

Antonio Baños

EL MÓN

A diferencia del castellano, en nuestra lengua, la confianza se hace, no se da. En el mundo de la lingüística existe la llamada hipótesis Sapir-Whorf que postula que cada lengua lleva en sus expresiones y construcciones toda una forma de ver el mundo singular y diferente de los hablantes de otra lengua. Sea cierta o no, en catalán tanto los besos como la confianza son obras más que deseos. Son actos más que voliciones. Así pues, la confianza que pidió el presidente Puigdemont que la CUP le demostrara, todavía se debe construir. No debemos esperar a que se dé sin más.

Y hablando de construir, es cierto que algunos sectores de la izquierda independentista han construido un relato férreo e inamovible negando el alcance popular del proceso y calificándolo reiteradamente de espantapájaros de los intereses de una derecha que no quería la independencia. Esta postura es absolutamente legítima y seguro que tiene una parte de razón, pero se encuentra (desde ahora y hasta septiembre) en la obligación intelectual de demostrar empíricamente que el proceso (este proceso, en este momento y con estos actores) es mentira y no nos llevará a la independencia. Si estos sectores decían convencidos de que todo lo que ha pasado en el país (los dos 9N, leyes de ruptura, independentismo popular…) no pasaría, deberán demostrar que este tampoco es un gobierno y un parlamento de independentistas. No hay problema, era un debate eterno y estéril que por fin llegará a su punto de resolución.

Ahora ya no se trata de leyes más o menos sociales, de posiciones sobre educación o sobre parques temáticos. Septiembre es el mes de la apuesta clara y limpia o por el proceso o por una hegemonía del autonomismo de izquierdas. Porque al final, estos sectores deberían explicar que, si el proceso no es válido, el único camino mayoritario que le queda al país es «el autonomismo plurinacional», la socialdemocracia ‘colau-maragalliana’ que, mira por dónde, sí vio aprobados sus presupuestos.

Por otro lado (muy importante) se debe volver a tejer y a construir la confianza en el espacio político que representa el anticapitalismo catalán. Después de más de ocho años de crisis crónica, de crecimiento imparable de las desigualdades, de inoperancia de todas las soluciones económicas propuestas por la economía académica, es imperativo mantener un espacio político en Cataluña que una las viejas tradiciones cooperativas, no capitalistas, insurgentes incluso, con el surgimiento de nuevas clases como el precariado y los migrantes. Y que pueda combatir la pujanza de viejas tiranías como el patriarcado o la xenofobia. Es justo y necesario para todos los que tengamos una izquierda de obediencia catalana capaz de impugnar el nuevo felipismo allí donde más prospera: nuestras clases populares.

Este espacio político de izquierdas debe ser, eso sí, creíble y adulto. Debe ser capaz de actuar a partir del cálculo de costes y beneficios y no a golpes de pataleo estético más propios de la psicología adolescente que de la política revolucionaria. Debe saber qué quiere ganar y dónde y qué puede dejar perder y cuándo. De aquí a septiembre, todos, más que dar (culpar, dar ejemplo o dar lecciones) deben ponerse a hacer. No digo abrazarse para no liarla, pero sí ‘hacerse’ confianza. La gente del país hace más de seis años que lo hace. Que les miren a ellos.

 

Xavier García-Albiol vota lo mismo que Anna Gabriel

Jofre Llombart

Esta semana se ha hablado mucho de que la CUP ha votado junto al PP pero muy poco que el PP ha votado junto a la CUP. No hace ni diez días que vemos esta imagen en el Parlamento:

http://www.mon.cat/cat/img2/2016/06/albiol_amb_el_cartell_d_endavant._731766.jpg

Albiol, con el cartel de Endavant.

Estaba en la sesión de control al Presidente en que Xavier García-Albiol acusaba a Puigdemont de lo siguiente (cuidado que es muy grave): Ordenar a los Mossos que no detuvieran a los responsables de los incidentes de Gracia porque estaban políticamente relacionados con la CUP y convenía no molestar mucho al socio parlamentario del gobierno en plena pre-negociación de los presupuestos. Esta acusación iba acompañada del cartel de Endavant (una de las organizaciones de la CUP) en que la entidad acusaba a los Mossos de «pistoleros». Y el presidente del PPC reprochaba a Puigdemont el que mantuviera una alianza con esta formación.

Bueno, esta semana hemos visto cómo al PP no le ha costado nada sumar sus votos junto a los anticapitalistas para erosionar al gobierno de Puigdemont. De la noche a la mañana, la CUP ha pasado de ser una formación pre-terrorista a ser un socio temporal para hacer caer a Puigdemont. Andrea Levy sale en esta imagen señalando a quienes García-Albiol consideraba «los responsables de atacar a los vecinos de Gracia. No somos nosotros, los tiene muy cerca». Una semana después la imagen valdría para ilustrar otra alianza que ha impedido sacar adelante los presupuestos: ¿Dónde están los diputados que han permitido tumbar las cuentas de la Generalitat? Aquí, a la izquierda. Los 10 de la CUP. Y los 11 del PP. Y los 11 de Cataluña Sí se Puede. Y los 16 del PSC. Y los 25 de Ciudadanos. ‘Juntos por el no’ a los presupuestos: 73 diputados.

La cosa no termina aquí. En cuanto se certificó esta ruptura entre Juntos por el Sí y la CUP, al PP le faltó tiempo para ofrecerse como socio de Puigdemont. Primero fue Jorge Fernández Díaz y luego, directamente, Mariano Rajoy. A la fiesta se sumó el PSC. Tanto populares como socialistas se ofrecían a votarles los presupuestos a Juntos por el Sí a cambio de que abandonaran el proceso independentista, oferta que el presidente de la Generalitat se apresuró a declinar. Los mismos presupuestos. Los de un aumento de 870 millones de euros para partidas sociales. Si apoyas a la independencia, te tumbo. Si renuncias, te apruebo. Y en medio, están en juego las becas comedor, las ayudas a las familias que sufren pobreza energética, los fondos para la creación de empleo y el aumento de plazas para maestros y médicos. El discursito del eje social y el eje nacional a otro.

En resumen: la CUP dijo que no por motivos ideológicos. La CUP ha permitido los presupuestos de Colau porque pese a no ser independentista es de izquierdas. La CUP no ha permitido los presupuestos de Puigdemont porque a pesar de ser independentista no es de izquierdas. Pero que conste también que el PP y el PSC no han permitido que se aprueben unos presupuestos sociales por culpa de los nacionalismo. Concretamente, el español.

 

La CUP más madrileña

Gemma Aguilera

La CUP no registró ninguna candidatura para las elecciones españolas del 26-J porque ya había desconectado de España, del Constitucional y del FLA. Una postura totalmente coherente en un partido independentista. Pero a última hora ha dado la sorpresa. De forma premeditada y temeraria, o de forma involuntaria, eso sólo lo sabe la CUP, ha diseñado una campaña impagable de apoyo al unionismo, que trata de demostrar a los españoles y al mundo que el independentismo es sinónimo de caos, vacío ideológica, división y derrota.

Y es que la decisión de una parte de la CUP -debe quedar claro que en ningún caso es una decisión mayoritaria- de impedir que el Parlamento pueda ni siquiera debatir democráticamente los presupuestos de la Generalitat, ha regalado una semana orgásmica los tertulianos madrileños. La mayoría no han podido contener la risa a la hora de explicar a los espectadores los detalles del fratricidio del proceso, de Carles Puigdemont, de CDC y del Parlamento de Cataluña. Y de rebote, los cupaires han logrado algo imposible en cuatro meses de negociación tras el 20-D, que PP, C’s y PSOE se hermanaran para reírse un buen rato.

Todavía hay un segundo frente al que contribuye la CUP con la deslealtad al acuerdo con JxSí: la victoria de en Común Podemos, ya bien encauzada por la solución de ERC y CDC de ser rivales electorales en Madrid. Que la lista de Xavier Domènech -a la que han apoyado algunos miembros de la CUP- gane en unas elecciones españolas, no es ningún drama para la hoja de ruta, por supuesto. Pero tampoco no ayuda a ampliar la base independentista una imagen de división, guerra y navajazos. Veremos cuántos votos independentistas se pasan al soberanismo tranquilo.

Pase lo que pase el 26-J, Cataluña habrá desaprovechado el desgobierno que reina en España desde hace seis meses para acelerar el camino. no es sólo culpa de la CUP, naturalmente, pero este partido debería dar una prueba creíble que no ha desconectado de Cataluña ni de los dos millones de catalanes, incluidos sus votantes, que llenaron la Meridiana con flechas de colores y esteladas. de lo contrario, deberá entender el cabreo generalizado del independentismo.

Cataluña y la hoja de ruta habían quedado descolgadas de esta campaña, que será fundamentalmente una pugna madrileña entre cuatro para repartirse el poder. Tristemente, cuando los líderes visiten la colonia catalana, podrán contar a los suyos que independentismo, estos días, sí es sinónimo de derrota.

 

Nueva mutación catalana

JOSEP RAMONEDA

EL PAIS

Fin del proceso, explosión del soberanismo, fracaso de la legislatura. Después de que el gobierno de Junts pel Sí haya visto rechazados sus presupuestos, se gastará mucho papel en un género literario que se repite cíclicamente: las honras fúnebres anticipadas del independentismo. Y obviamente tampoco faltará a la cita el coro habitual —con las mismas voces que cantaron las excelencias del líder máximo Artur Mas y que ahora ya no se acuerdan de él— glosando la genial idea de Carles Puigdemont que refuerza a Junts pel Sí y relanza el proceso. Ambos discursos forman parte del ritual y se retroalimentan.

Puigdemont ha acertado dando una salida democrática a un embrollo fruto de una estrategia errada. Puigdemont pone límites a la CUP, negándose a humillarse ante ella para conseguir su apoyo. Se quita de encima la presión de la hoja de ruta y del calendario de dieciocho meses para la desconexión, convirtiendo al partido de Ana Gabriel en chivo expiatorio del contratiempo. Y gana margen para intentar recomponer la situación y buscar nuevas alianzas si cabe.

Amortizado el compromiso de desconexión en la próxima primavera, la dinámica del proceso independentista sigue, ahorrándose una nueva frustración. En este contexto, las elecciones del 26-J adquieren especial relevancia. Cuando, en septiembre, los partidos tengan que decidir si Puigdemont sigue, habrá elementos suficientes para saber si todavía tiene sentido que Convergencia presida la Generalitat o si es hora de volver a votar para ajustar el mapa político catalana a la fuerza real de cada uno.

La decisión de Puigdemont tiene algo de enmienda a la estrategia de Artur Mas. El anterior presidente, empeñado en utilizar el proceso para salvar a Convergencia, llevó hasta límites humillantes el mercadeo con la CUP. Y le salió mal. Puigdemont, en su primer choque con los cuperos, ha decidido poner fin al espectáculo. Si la maniobra le sale bien quedará reforzado, con autoridad para dirigir la creación del partido que ha de reemplazar a la agotada Convergencia, sin el lastre de quienes se resisten a reconocer que su tiempo ha pasado, en la medida que sus figuras son indisociables del partido gastado que se despide. Y si pierde, habrá caído dignamente. Junqueras tendrá la última palabra.

En todas partes, la política se está haciendo muy volátil. Y esto vale para Cataluña como para España y Europa. Las líneas de separación ideológica y política se entrecruzan y producen cambios inesperados en las identidades y en las alianzas. Mientas el establihsment político mediático español se dedicaba a atizar a Podemos, Convergència, que bajo el liderazgo de Artur Mas, fue socio ejemplar del PP en las políticas de austeridad, ha intentado tejer una alianza improbable con la CUP. El partido que más genuinamente representaba la moderación catalana vive en la zozobra ante el desconcierto generado en los suyos por la independencia, la más subversiva de las opciones en presencia porque amenaza al Estado en su integridad territorial. Tiempo de raras metamorfosis. Algunos se darán por satisfechos colocando el errático final convergente en el anaquel de los desvaríos. La política que se siente impotente, encorsetada por Bruselas en todo lo que concierne a la economía, busca desesperadamente legitimarse por otras vías.

Quiérase o no el independentismo ha sido y sigue siendo, con todas sus contradicciones, el principal proyecto político existente hoy en Cataluña. El impacto que ha supuesto el rechazo de los presupuestos, símbolo de fracaso para cualquier mayoría de gobierno, es, sin embargo, la consecuencia de errores estratégicos acumulados y señales mal interpretadas. Leer el comportamiento de la CUP como si fuera un partido tradicional es un desatino: su reino es de otro mundo.

Pero la raíz del problema está una estrategia de escalada hacia la independencia que no se corresponde con la fuerza real disponible. El voluntarismo tiene sus límites. La política de huida hacia adelante, con citas históricas anuales para avanzar a toda máquina, ha quedado bloqueada en el 47.8% de las autonómicas. Un resultado tan bueno como insuficiente que nos dice que no hay atajos. Sólo la paciente acumulación de capital electoral y la construcción de nuevas alianzas para el referéndum podrían permitir alcanzar la tierra prometida. Menos no es más. La independencia será con los comunes o no será.

 

La que nos espera

Patrícia Gabancho

NACIÓ DIGITAL

De acuerdo, ya hemos tropezado. Tiene razón el presidente Puigdemont cuando insiste en decirnos que el proceso lo hace la gente, no los diputados, y que es la gente la que sigue adelante. Pero no es lo mismo continuar con presupuestos que sin, porque una de las premisas de esta legislatura era gobernar un poco, gobernar bien, hacerle sentir a todos que no sólo de proceso se vive en Cataluña. Esto, éste gobernar para la gente, es lo que querían dinamitar todos los partidos de la oposición. Votaban contra el proceso y contra el gobierno, todo a la vez. La CUP votaba lo que le sale del ‘parrús’ (coño), tenga o no que ver con la realidad; luego va la Gabriel y con esa vocecita dulce dice que no se quiso subir el IRPF, ay, uy. ¿Es que no veis que es una declaración simbólica? En algún momento entre ahora y el final del proceso -sea cual sea- la CUP se dividirá en dos. De lo contrario perdemos votos y apoyos y paz.

Dicho esto, no es cierto que los «dieciocho meses» continúen vigentes, porque no se pueden hacer las estructuras de Estado hasta que no haya nuevas dotaciones. Esto también es parte del voto de la oposición. La legislatura, si se salva, será larga o pasarán cosas que la acortarán de repente, eso no lo sabemos. Pero no es mala cosa que se alargue, mientras en España ponen en marcha la máquina de la seducción. Mande quien mande, se deberá hacer nueva financiación: será caca y media. Se deberán hacer reformas en el armazón del Estado, con Constitución o sin: otra insuficiencia. Y se deberá plantear el referéndum en boca de Podemos: será un ‘no’. Dicho de otro modo: es necesario que esta legislatura se cargue la tercera vía. Y entonces recoger desde el independentismo la decepción de los que todavía creen que España cambiará -esta vez sí- y que nos lo dará todo. ¡Incluso la estación de la Sagrera!

Y una última consideración: esta descripción incluye a los comunes, que se supone que nos son aliados en alguna configuración estratégica, y a los que todo el mundo quiere festejar. Los comunes saben que, cuanto más vivo esté el independentismo, peor para ellos. Hoy pescan los votos que los independentistas no pueden recoger. Por eso buscan y atizan el desindependentismo, para quedarse como dueños de un proceso eterno y aguado. Con aliados de este tipo, no nos hace falta la CUP

 

El no a los presupuestos: Cui prodest?

Carles Castellanos

LLIBERTAT.CAT

http://www.llibertat.cat/2016/06/les-consequencies-de-tot-plegat-35297

No hay ninguna acción que sea sin consecuencias. Todo lleva hacia un lugar u otro y todo responde a un interés u otro. La experiencia latina ya mostró de una manera muy sencilla para poner al descubierto las intenciones ocultas en los comportamientos: Lo que hay que hacer es preguntar «¿a quién beneficia?». ¿Quién se muestra alegre y contento ante una acción determinada?

Esta simple pregunta pone en evidencia el significado real que tiene, en la coyuntura actual, el hecho de mantener la enmienda a la totalidad de los presupuestos de la Generalitat. Toda la chusma españolista (de derecha y de izquierda, desde Podemos hasta Ciudadanos, pasando por todas las formaciones más conocidas como el PSOE al PP) aplauden la decisión de la CUP, esperando que sea el inicio del fin del camino hacia la independencia.

El gesto de la CUP, se explique como se explique, será interpretado -debido a la fuerza de la realidad política coyuntural- como una herida disparada en el corazón del objetivo independentista. Los que creen más listos dirán que no, que eso no perjudica las posibilidades políticas de esta legislatura, pero la práctica demuestra que la política que finalmente acaba saliendo de los intrincados debates de la CUP, desde el otoño pasado, no hace más que dar alas a los sectores que dentro y fuera del independentismo querrían hacer perder todo el potencial acumulado por la mayoría parlamentaria del 27 de septiembre. Incluso los sectores de CDC que estaban preocupados por la «deriva» independentista de su partido, ahora respiran aliviados, porque la CUP les ha ido facilitando una manera cómoda para poderse desmarcar sin mostrar sus flaquezas.

 

Hacer política por la independencia

Digan lo que digan, la actuación pública de la CUP no ha sido, desde ningún punto de vista, brillante. A pesar de que algunos analistas de buena fe quieren ver en los posicionamientos de la CUP la atenuante de una supuesta coherencia, esto no mejora la solidez de las tomas de posición, ni mucho menos su imagen pública.

El hecho clave es que hay que saber trabajar en el sentido de la independencia, de la ruptura hacia la República Catalana independiente. La política institucional necesita un mínimo de capacidad para gestionar la complejidad, una característica que ha estado ausente de muchas de las decisiones hasta ahora.

La política no se acaba en unas cuantas teatralizaciones dirigidas a conseguir cuatro titulares de periódico o un puñado de tuits de twitter. La máxima que dice que lo importante es que hablen de ti aunque sea mal, ya se ha podido ver que no funciona en política. Y menos en situaciones extremadamente críticas como en las confrontaciones por la independencia. La izquierda independentista no saldrá del agujero si no se convierte en capaz de llevar a cabo una práctica política que sea claramente asumida y percibida como orientada a reforzar la movilización de masas unitaria hacia la independencia. El resto es crear cortinas de humo.

Carles Castellanos i Llorenç, histórico militante independentista, miembro de la ANC, militante de Poble Lliure, y profesor de la UAB