Hay que elegir: vivir o sobrevivir

Parlamento y Gobierno acaban de pasar otra ‘septimana horribilis’, y ya ha habido unas cuantas en estos pocos meses de legislatura. Resalto que son el Parlamento y el Gobierno quienes han tambaleado y no toda la expedición hacia la ºindependencia, que los de siempre han vuelto a dar por fracasada. La ‘septimana horribilis’ es un tropiezo, sobre todo por las consecuencias que tiene sobre el margen de maniobra del Gobierno para cumplir sus compromisos sociales y de preparación de las estructuras necesarias para poder emanciparse de España con garantías de no hacernos daño. Pero más allá de las decepciones y los disgustos, todo ello no pasa de ser un accidente más -y en ningún caso el más grave- en la apertura de una vía hacia la cima que no se había logrado nunca.

A mí la semana me ha cogido leyendo ‘Horas decisivas’ de Armand Obiols. Y quizás por ello me ha parecido menos ‘horribilis’ de como se ha pintado. El libro, publicado el pasado abril por la Fundación ‘La Mirada’, contiene los editoriales que Obiols escribió en el ‘Diari de Sabadell’ entre abril y julio de 1932, mientras se debatía el Estatuto de Nuria en las Cortes españolas. Los paralelismos entre la política española, y también catalana, de la época y la de los tiempos actuales -unas coincidencias que detalla Josep Cruanyes el prólogo- son enormes. Pero como no creo en los fatalismos históricos, la lectura de Obiols me ha servido para certificar tres cosas. Primero, que los argumentos de fondo para la independencia vienen de muy lejos y que se mantienen intactos. Dos, que las debilidades políticas de los catalanes, carentes de una verdadera ambición de Estado -y más allá de los protagonistas de cada momento-, son similares en todos los períodos decisivos y son el verdadero escollo de toda gran empresa política. Y tres, ahora que ya retumba la próxima campaña electoral, que si conociéramos mejor nuestra historia no nos dejaríamos engañar con tanta facilidad.

Los elogios que hace Obiols de la llamada a la unidad de Francesc Macià del 14 de abril de 1932 o de la actitud conciliadora y sin resentimientos de Francesc Cambó son una lección. Y lea estas advertencias, a los que podríamos poner nombres actuales: «Si, previamente, hubiera que ponernos de acuerdo sobre la idoneidad de los presuntos poseedores del poder, la libertad de Cataluña se convertiría en un espejismo inalcanzable» (pág. 58). O: «Algunos catalanes habrían renunciado, con corazón alegre, a la libertad sólo porque veían problemáticos los primeros pasos de la Cataluña liberada» (pág. 59). Asimismo, Obiols observa el gran acuerdo que alcanzan los enemigos de la libertad del país: «En ello militan, hombro borde hombro, hombres diversos, espíritus contradictorios […]. El metafísico, el payaso, el seglar, el tenor, el maquiavélico, el agudo y el ardiente se coordinan sin esfuerzo en este microcosmos de la tristeza ibérica» (pág. 75). Todos ellos, representantes de una Castilla que, «aspirante a arquitecto de imperios, no ha sabido ser peón de pueblos» (pág. 80).

Pero Obiols sobre todo disecciona con dureza las propias debilidades, que se iban haciendo más visibles a medida que se debatía aquel proyecto de Estatuto tan mal defendido en Madrid. El 18 de junio escribe: «El parlamento de la República […] dicta con la voz enérgica, no las normas de nuestra libertad, sino las normas de nuestra nueva esclavitud» (pág. 167). Lo mismo que volvería a pasar si hiciéramos caso de los que dicen que hay que pedir permiso para ejercer -dicho en términos de ahora- nuestro deber de decidir. Sea como sea, procuremos que no se nos haya de aplicar esta sentencia que Obiols aplica a España: «Los pueblos que no saben proyectar, hacia el futuro, un sueño, y alinear tras ellos su esfuerzo, no viven: sobreviven» (pág. 84).

ARA