La crisis de la CUP y el liderazgo de la nueva política

La crisis en el secretariado de la CUP ha venido acompañada de una carta explicativa de los dimisionarios en la que reclaman un cambio real del funcionamiento interno de la formación y denuncian las actitudes sectarias y maquiavélicas de algunos de sus miembros, orientadas a obtener el control de la organización. Se podría creer ingenuamente que el modelo asambleario no generaría disfunciones ni un intento lógico de control de los mecanismos de toma de decisión para beneficiar posicionamientos concretos. Nada más lejos de la realidad.

Un episodio similar, aunque más clásico, acaba de pasar en el Parlamento de Gibraltar. Marlene Hassan Nahon, integrante del partido de los socialdemócratas de Gibraltar (GSD), hacía pública el pasado mayo su dimisión desencantada con la manera «autoritaria y divisoria» con la que ejercía el liderazgo Daniel Feetham. «Me crié con un fuerte sentido de los valores políticos y me enseñaron a luchar por lo que creo». «Creo en un enfoque colegiado en el que el partido puede reunirse y discutir ideas y valores de manera abierta y democrática, con la intención de alcanzar un consenso […]. Creo que el partido GSD está siendo conducido hoy día de manera autoritaria y divisoria, lo que está convirtiendo el ambiente en tóxico para mí. Esta situación me está impidiendo el progreso de mis ideas y creencias, y ha causado mucha fricción entre mi persona y el líder de la oposición y otros en el partido, y ha hecho que mi trabajo y mis deberes sean prácticamente imposibles de llevar a cabo». «En los últimos meses y en muchas ocasiones me ha parecido que cualquier esfuerzo para razonar con Daniel Feetham y/o asesorarle ha sido interpretado por él, y lo más importante, por «otros» dentro del partido, como un intento de socavar su liderazgo». De modo que la diputada entiende que su posición dentro del partido es «insostenible» y no le queda otra opción que renunciar.

Esta parlamentaria tenía criterio propio. Decía que actuaba y luchaba por convicciones y valores. Y gozaba de suficiente autonomía para no tener que reproducir esta forma tan frecuente de dependencia mercenaria de muchos políticos sin estudios terminados o experiencia laboral y profesión conocidas, que les impide a menudo discrepar, dimitir o mantener un nivel mínimo de coherencia con sus valores y creencias. Su modelo de partido incluía la concepción de una dirección colegiada, la importancia del debate de ideas y la construcción de consenso entre los militantes. Por este motivo, denunció una manera autoritaria de ejercer el liderazgo, que generaba división y toxicidad en la cultura de su formación política.

Seguro que están de acuerdo conmigo en que la situación relatada responde a un modelo muy frecuente de entender la práctica del liderazgo, tanto en la política, como en la empresa e incluso en las entidades asociativas y no lucrativas. «Desengáñate, Ángel, en España liderar es responder a la pregunta ¿aquí quién manda?», Me decía una vez Antonio Garrigues Walker. El esquema clásico de la vieja política es tan básico como primitivo: máxima concentración de poder en una única persona; una banda de seguidores entusiastas y acríticos, que entienden la lealtad como una derivada de la fe canina; ausencia total del debate de ideas y, por extensión, de cualquier tipo de debate, y persecución y aislamiento de cualquier forma de disidencia. Se han hecho míticas algunas frases repetidas durante la Transición: «El que se mueve no sale en la foto, el que escribe se proscribe y lo que habla se queda de cuartel», «Afuera hace mucho frío» (aunque a dentro se pase mucha vergüenza), etc.

La mayoría de los partidos catalanes se han encontrado en algún momento en una situación parecida. Daniel Ortiz, en su libro ‘Política y valores’ (2009), denuncia los mecanismos de coacción, a través del control del miedo (temor a represalias) en las votaciones a mano alzada en las asambleas de los partidos; o el peligro de que un pequeño grupo dirigente (el aparato) termine secuestrando el poder de toda la organización. Les puedo asegurar que Ortiz sabía perfectamente de qué hablaba.

En oposición con esta versión «tóxica» del liderazgo (abuso de poder, exceso de personalismo, prohibición de las discrepancias, seguidismo acrítico…), cualquier apelación -si todavía tiene sentido- una nueva política debería incluir no un rechazo a los liderazgos eso sería como tirar al niño con el agua sucia- sino una manera más abierta, colegiada, participada y democrática de entenderlos. La diputada Marlene Hassan había sido formada en los valores fuertes de la política democrática: la libertad, el pluralismo, la transparencia, el debate abierto, la participación, la competencia basada en el fair play, la selección de los mejores, la rendición de cuentas… y fue en nombre de estos valores como decidió militar en el GSD. Su renuncia, a pesar de pertenecer a un Parlamento tan pequeño como el de Gibraltar, hace daño a todas las democracias. Porque indica que entre el silencio de los corderos o la salida, sigue siendo dificilísimo encontrar el camino del medio.

Ahora la crisis estalla también en las formaciones representativas de la nueva política. Comenzó en octubre del año pasado en Podemos con la reproducción de los tics de la «vieja política»: la dirección ya no contaba con las iniciativas de los círculos, las propuestas de las asambleas ciudadanas no eran tenidas en cuenta, el equipo de Pablo Iglesias tomaba las decisiones de manera unilateral, la actividad de las bases se había reducido en más de un 50%, de las cerca de mil células de debate y participación muchas habían desaparecido o estaban bajo mínimos, la jerarquía interna imponía…

La carta de los dimisionarios de la CUP escarba en la misma herida: «No podemos seguir siendo partícipes ni legitimando el máximo órgano ejecutivo de la candidatura», hay que «recuperar la dignidad y la credibilidad de la organización», «hacemos un llamamiento [. ..] a emprender urgentemente un cambio de rumbo», etc. Sea vieja o nueva política, hablamos del poder y de su buena o mala gestión. La patente y el crédito buenista que una parte de la ciudadanía había otorgado a los representantes de la nueva política ya han quedado amortizados.

ARA