Schmitt, Fukuyama y Fernández

El escándalo «escuela Bruguera» del ministro amigo del ángel Marcelo, del trabajador de la Generalitat «ante todo español» y de los jarrones escondidos en el ministerio como si fuera una Camarga cualquiera, nos ha dejado un campo reflexivo/sarcástico inagotable. Sólo un apunte: Es bastante acertada la frase del (muy facha) politólogo Carl Schmitt en su opus maior «El concepto de lo político» (1927) que decía que «la distinción política específica, aquella hacia la que se pueden reconducir todas las acciones y motivos políticos, es la distinción entre amigo y enemigo «. Desde este enero, el independentismo ha perdido esta máxima de vista y se ha dedicado a mezclar conceptos de forma autodestructiva. Al rival por el espacio electoral se le ha considerado a menudo, enemigo. El adversario ideológico era también el enemigo en la construcción republicana y, como he tratado de destacar en esta columna, sectores de este mismo independentismo han intentando impugnar como enemigo del proceso de independencia el mismo proceso en conjunto con resultados tristísimos.

Las cintas nos devuelven al punto central de todo el asunto: El único, auténtico y perseverante enemigo de las libertades catalanas es el Estado español. Oídas las cintas, queda claro que ni CDC es recuperable para volver a construir un catalanismo leproso, ni ERC tienen ninguna intención de reeditar tripartitos progresistas bajo la férula borbónica. Las cintas dicen que el proceso va en serio, vamos. Y que los borbónicos así lo creen y tratan de desactivarnos o bien con la UDEF de Anacleto, o bien con el Ministerio de el Multiculti del camarada Domenech.

Tenemos pues un par de meses para ordenar la casa, coger impulso, olvidar reproches y pasarnos las cintas a formato Mega-Mix-éxitos del verano. Y repetirnos que el enemigo son ellos, El Reino, y no nosotros.

Los británicos son soberanos

Pequeño apunte del Brexit. Desde la caída del muro allá por 1989 y la aparición de profetas como Huntington o Fukuyama, ha quedado fijada en la sociedad una persistente idea teleológica de la historia. Una idea que habla de la «inevitabilidad» de los procesos en curso. La globalización era inevitable, la precarización también, los paraísos fiscales e incluso la deriva antidemocrática de la UE eran cosas «que eran así y punto». Y así nos repetían aquello de que las soberanías populares son cosa del pasado, el futuro es de un poder difuso, cosmopolita, abierto e incontrolable. Son «signa autem temporum» que decía el evangelio de Mateo; los signos de los tiempos contra los que nadie puede luchar. Y este dogma nos ha hecho tragar ocho años de expolio y merma de derechos y veinte de explotación global. Se piense lo que se piense del Brexit, lo que queda claro es que la historia no es inevitable. Como algunos acuerdos de legislatura, la historia muta. La historia es modificación. Es rebelión contra lo que las élites dan por hecho. Las certezas, como sólo hay una manera posible de hacer Europa o que debemos ser españoles para siempre, vuelven a examen.

Y los escoceses también

La derivada interesante de este bache de la historia es Escocia. Perdida la City, ahora Bruselas querrá al menos, el petróleo escocés. Y mientras los ciudadanos de Escocia se aprestan al referéndum definitivo. ¿Expulsará alguien a Escocia de la UE si ésta proclama la independencia? ¡Ah, no! ¡¡¡Si ya está fuera!!! El colapso argumental de los españoles nos hará disfrutar de lo lindo. ¡Aprovechémoslo!

EL MÓN