El mal de España, según Pierre Vilar

Un día de 1931, aún en plena euforia republicana, un joven de 25 años que con el tiempo se convertiría en el reconocido hispanista y catalanófilo Pierre Vilar, ante la Casa Velázquez de Madrid, preguntaba a un importante intelectual y político republicano qué pensaba del Estatuto de Cataluña, entonces en plena negociación. La respuesta le inquietó y decepcionó: «Si no están contentos los enviaremos la Guardia Civil», le soltó el personaje.

Al cabo de unos años, con la Guerra Civil ya acabada y Franco en el poder, el 1 de junio de 1939, ya los dos fuera de España, Vilar confesaba al mismo interlocutor, por carta, ese desencanto: «Me afectó mucho, me entristeció mucho». Aunque no hay constancia segura de quién era el personaje en cuestión ni de si llegó a recibir la misiva, todo apunta a que se trata del historiador castellano Claudio Sánchez-Albornoz, azañista, ministro de Instrucción pública, ministro de Estado y vicepresidente de las Cortes durante la República. En el escrito, Pierre Vilar le recordaba: «Se le consideraba como un amigo de Cataluña, todos sus discursos y su posición oficial daban testimonio de ello; creo incluso que usted pensaba profundamente que hacía falta un Estatuto. Pero, sentimentalmente, usted tenía en el corazón una violenta pasión anticatalana». Por ello Vilar, que en los años republicanos vivía en Barcelona, ​​no trasladó el temerario comentario a sus amigos: «No voy decirselo nunca a ningún catalán; me arriesgaba a convertirlo, de autonomista, en separatista».

Este revelador episodio, con la carta inédita incluida, la recopilación Rosa Congost al libro ‘Las lecciones de historia’ (ed. L»Avenç), una biografía intelectual de los años de formación de Vilar, que desde el marxismo ya entonces consideraba Cataluña como nación. Mirando atrás hacia los orígenes del catalanismo político, añadía en la lúcida misiva: «Al cabo de cincuenta años de discusiones muy ásperas (donde los castellanos han sido a menudo más violentos en sus expresiones despectivas que los catalanes) ya no se puede hablar más de unidad española y en consecuencia -para aquellos que no tengan miedo de las palabras- los problemas ya no son «regionales», sino «nacionales»». Y remachaba: «Una de las razones que me hacen considerar a Cataluña como nación es el hecho de que sea detestada como nación por sus vecinos».

Quien más de dos décadas más tarde publicaría el libro capital ‘Cataluña en la España moderna’ tenía ya a finales de los años 30 una percepción del desencaje Cataluña-España que desgraciadamente se ha demostrado acertada y persistente. Las declaraciones de amor a Cataluña demasiado a menudo han ido, y aún hoy van, acompañadas de una honda prevención, por no decir incomprensión, hacia el catalanismo. «Españoles de izquierdas y de derechas están de acuerdo hoy en su anticatalanismo; yo había esperado de la guerra otro resultado, pero no puedo negar los hechos […]: incluso los partidarios de la autonomía y del Estatuto se han convertido en unitarios», añadía Vilar. «En realidad -continuaba-, los políticos castellanos juzgan mucho a Cataluña a través de los políticos catalanes; e imaginan que el catalanismo es un producto de los políticos catalanes. Pero cuando uno ha vivido años entre los intelectuales catalanes, entre los estudiantes, entre los jóvenes, cuando uno ha recorrido el campo catalán, ha leído los periódicos, escuchado los corazones, etc., etc., uno se siente obligado a admitir que hay sin embargo algo más profundo, y que probablemente los políticos catalanes son un producto del catalanismo, y no al contrario».

En fin, esta carta es otra lección póstuma de Pierre Vilar. Una lección que no fue escuchada por un pasional Sánchez-Albornoz y que muy probablemente seguirá sin ser escuchada por la clase política e intelectual española del siglo XXI. No escuchar: el mal de España.

ARA