Superar los complejos

Nunca ninguna fuerza política independentista de una nación sin Estado en el mundo occidental con posterioridad a la II Guerra Mundial había obtenido los resultados abrumadores en votos y en escaños que obtuvieron Juntos por el Sí y la CUP en las elecciones del 27 de septiembre de 2015 . Sin embargo, ya en la misma noche electoral, algunos de estos actores asumieron el relato del unionismo por el que no se había superado el umbral del cincuenta por ciento de votos emitidos.

Según esta versión, pues, no importaba que el Estado español hubiera empleado todos los dispositivos de poder para impedir que se lograra la citada mayoría, como sucedió con las maniobras para limitar el voto de los catalanes residentes en el exterior, o que se contara el resultado de las fuerzas extraparlamentarias en el grupo del ‘no’ a la independencia (en el mismo sentido en que se contó el nueve por ciento de los votos obtenidos por Cataluña Sí se Puede) o que, en definitiva, la base electoral de las elecciones a un parlamento autonómico fuera la fijada por el marco constitucional español, a saber, la de los «nacionales españoles empadronados en un municipio de Cataluña». La consideración de estos factores no impidió que en el imaginario de buena parte del soberanismo instalara el complejo por el que el independentismo no era mayoritario.

Es en este contexto donde emerge para algunos la necesidad de un nuevo pronunciamiento popular que legitime inequívocamente el gesto de creación de un nuevo Estado, una ordalía que recientemente se ha asociado a la convocatoria de un referéndum unilateral de independencia (RUI ). He criticado la iniciativa del RUI en otros textos pero aquí quisiera centrar mis objeciones sobre este RUI yendo a la raíz de la cuestión que, en mi opinión, el RUI pretende solucionar: la superación del complejo por el que el independentismo no es mayoritario. Mi posición, en esencia, es que el independentismo catalán ya cuenta con la mayoría y la legitimidad democrática en la máxima expresión que se podía obtener en un Estado, el español, con profundos déficits democráticos y que utiliza todos los resortes de poder para que la mayoría no se visualice nunca. O dicho de otro modo, que el independentismo ya ha llegado allí donde podía llegar en términos democráticos y ahora lo único que separa a los catalanes de su Estado son las estructuras de poder propias de cualquier realidad soberana. De hecho, es la concurrencia de estos factores de poder (un aparato de gobierno que controle el territorio y la población) lo que en derecho internacional público abre la puerta al reconocimiento por parte de otros estados. En consecuencia, la invocación de una gran mayoría a favor del proyecto secesionista no es ninguna exigencia de la comunidad internacional, como alegan algunos, sino que más bien es un vector de consumo interno dedicado a construir un relato supuestamente cohesionador de la sociedad catalana.

Las grandes mayorías democráticas a favor de la secesión no pueden ser una exigencia internacional que llame a la intervención de algún agente exterior al menos por dos motivos, primero, porque muchos estados, algunos con mucho peso en organizaciones internacionales, no son democráticos (aunque los haya que reconozcan igualmente la Cataluña soberana) y segundo, porque incluso los estados liberales democráticos no se sometieron a procedimientos democráticos en su creación (¿en qué referéndum de autodeterminación se decidió la fundación de la República Francesa o de la República Federal de Alemania?). Además, mientras estemos bajo el marco constitucional español, en el que los referendos de autodeterminación están prohibidos, también las democracias occidentales pueden esquivar la cuestión catalana incluso ante un RUI con un mínimo éxito para el independentismo alegando que se ha vulnerado la legalidad española. En síntesis, la implicación internacional sólo llegará ante la política de hechos consumados que siga a una declaración de independencia en la que los hechos generen la nueva legalidad. Y, en cualquier caso, la superación del complejo sobre la mayoría democrática sólo llegará con una expresión de la voluntad ciudadana que irrumpa más allá de todo procedimiento que España pueda controlar.

EL PUNT-AVUI