El conde-duque de Olivares: El origen de las cloacas hispánicas

El esperpéntico espectáculo que nos han regalado el ministro español Fernández Díaz y el exjefe de la Oficina Antifrau de Catalunya De Alfonso forma parte de un relato de larga tradición. Las cloacas hispánicas no son de fábrica reciente. Los gobiernos de España, en el transcurso de la historia, han hecho uso frecuente de los métodos y prácticas subterráneas. Una tradición indiscutiblemente asociada a la ideología de las oligarquías castellanas. Y a la lucha por el poder. Una historia que arranca en plena centuria de 1600. Olivares –y su tío Zúñiga- crearon una poderosa cloaca que les desbrozó el camino hacia el poder. Y que, a Olivares, lo sustentó como Privado del Rey durante veintidós años. La culminación llega cuando esta cloaca es cubierta por la sombra de la sospecha del magnicidio de Pau Claris, president de la República catalana.

El ascenso al poder

Corría el año 1615 y la Corte de Madrid estaba sumida en una guerra interna por el poder. Dos partidos. Por una parte el partido del duque de Lerma, sustentado por los banqueros alemanes del Rey. Y por la otra el partido del duque de Uceda –hijo de Lerma-, sustentado por los enemigos de los financieros germánicos. Lerma estaba muy desprestigiado por los escandalosos casos de corrupción que habían ensuciado su discutible gestión. El caso Franqueza todavía coleaba. En este contexto de guerras intestinas, adquirió un protagonismo destacado la figura de Olivares. Inicialmente partidario de Uceda, se valió de una red propia de informadores infiltrados en los dos partidos que desacreditaban a propósito a los líderes de las dos facciones. En 1618, la insostenible situación obligó al rey Felipe III a prescindir de Lerma.

Uceda, atento a los movimientos del Rey, se postuló ante toda la Corte como el sucesor natural de su padre. De Lerma. Pero la sorpresa que se llevó fue mayúscula. Porque el rey le cedió el testigo de Lerma pero con las atribuciones muy limitadas. Un Privado recortado. Y porque Felipe III –que ya era viejo- situó a Zúñiga –tío y socio de Olivares- estratégicamente como Privado del príncipe heredero –el futuro Felipe IV-. En 1621, tres años más tarde de la sonora sorpresa, el nuevo rey Felipe IV con tan sólo poner las posaderas en el trono expropió y encarceló a Uceda. El holograma fantasmagórico de Franqueza se paseaba por la Corte. Y Zúñiga y Olivares, con la colaboración de sus particulares cloacas, se convertían en los hombres más poderosos de Castilla. Y del imperio de los Habsburgo. El triunfo de los métodos y las prácticas subterráneas.

El régimen de terror

En 1627 el imperio de los Habsburgo presentó su enésima suspensión de pagos. «Quiebra», decían. Zúñiga ya había muerto, y el Rey había cedido todo su poder al sobrino aventajado. Entonces Olivares exteriorizó todos los cantos de su personalidad que había mantenido discretamente ocultos a la sombra de su tío. A su reconocida faceta de manipulador sumó un autoritarismo atronador que angustió a toda la Corte –el Rey incluido. La cloaca de Olivares actuaba como una policía política en la sombra, con todas las atribuciones posibles. Y el Real Alcázar de Madrid se convirtió en una especie de casa del terror en la versión hispánica del barroquismo tenebrista. Porque a los métodos Olivares se sumó la confirmación de la sospecha de que los banqueros alemanes estaban detrás del Privado.

El imperio Habsburgo estaba construido como una confederación. Asimétrica. Estados más poderosos y Estados más débiles

Las pretendidas reformas que impulsó no tenían otro propósito que dar atención a las reclamaciones de los acreedores alemanes. Y en aquellos años –como ahora también- el sistema más rápido y efectivo de hacer cajón pasaba por activar la guerra. Olivares pretendió imponer la «Unión de Armas», que era un curioso sistema de contribuciones que obligaba a todos los Estados del imperio hispánico pero que mantenía los beneficios en las pocas manos de siempre. Los catalanes -que históricamente hemos tenido la extraña virtud de saber sumar y restar- se negaron a ello. Lo podían hacer. Porque el imperio Habsburgo estaba construido como una confederación. Asimétrica. Estados más poderosos y Estados más débiles. Más o menos –salvando las lógicas distancias- como la actual Unión Europea. Un detalle importante que a Olivares no se le escapaba.

El año 1635 Olivares pasó en la acción. Convencido de que no doblegaría –ni a la fuerza- la posición de las instituciones catalanas, declaró la guerra a Francia abriendo el frente de guerra en Catalunya. Acto seguido emplazó allí el grueso del ejército, con la obligación de alojar a las tropas en las casas particulares. Con el propósito de crear un conflicto social, porque las Constituciones Catalanas eximían de esta obligación el estamento nobiliario. La documentación de la época cita una larga y horrorosa lista de abusos y crímenes cometidos por el ejército imperial sobre la población: levas forzosas, robos, incendios, violaciones, amputaciones, asesinatos, que siempre quedaron impunes. El pacto social -construido un siglo y medio antes- entre campesinos y señores que había transportado Catalunya a la modernidad; quedaba gravemente resquebrajado.

La destrucción del aparato económico

Olivares infiltró un ejército de especuladores que acaparaban alimentos. Elementos de la cloaca que se financiaban con los fondos imperiales destinados a políticas de guerra. Se apoderaron de los circuitos de distribución. Y consiguieron fijar precios ruinosos para los productores y precios abusivos para los consumidores. Incluso el Consell de Cent barcelonés se vio obligado a importar trigo de Sicilia para evitar los disturbios del pueblo; mientras el cereal catalán era vendido de contrabando al ejército francés a beneficio particular de los personajes que integraban la cloaca de Olivares. La caída de precios provocó la ruina de los pequeños campesinos que, endeudados con los acaparadores, perdieron casa y tierra. La documentación de la época relata una trágica oleada de desahucios que destruyó la cohesión social y la riqueza económica del país.

Las Casas de Caridad –la versión barroca de los orfanatos- se llenaron repentinamente. Chiquillos huérfanos o abandonados por los efectos de la miseria impuesta. Las tasas de mortalidad –en aquellos años- se disparan. Y los bosques de Catalunya se llenaron de gente expulsada del sistema que malvivían en comunidades descontroladas alimentando el fenómeno del bandolerismo. Los dietarios de los comerciantes holandeses que transitaban por el país –antes de ser coaccionados y expulsados por los personajes de la cloaca- relatan una Catalunya destruida económicamente y encendida socialmente. La semilla de la revolución de los Segadors. En 1640, estallaría un gran movimiento antiseñorial. Pero Olivares –que con su mente castellana nunca entendió a los catalanes- no contó con que aquella revuelta acabaría gravitando hacia un movimiento nacional. Cosas que hacen los catalanes.

La opinión pública de la época responsabilizó a la cloaca hispánica del asesinato de Pau Claris
En febrero de 1641 Pau Claris, president de la Generalitat, y el Parlament proclamaron la República catalana. Cuarenta días más tarde, el president enfermaba repentinamente y moría la misma noche. Envenenado con «Aqua di Napoli». Un potente veneno que tenía la virtud de no dejar muchas pistas. Desde un primer momento la opinión pública de la época responsabilizó a la cloaca hispánica. La sospecha del magnicidio se cernió sobre los agentes de Olivares infiltrados en la Generalitat. ¿El cocinero? ¿El camarero? ¿El mayordomo? El caso es que la maniobra no gustó al rey español, que la consideró excesiva. Sus enemigos políticos se cebaron en ello. Y los banqueros alemanes, alarmados, lo abandonaron. Un tiempo más tarde se producía la caída de Olivares. Y la de su partido. Fue expulsado de la Corte y desterrado. Sin honores. Pero el modelo de cloaca que había creado restó indemne dispuesto para futuras misiones.

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