La gran línea roja

Hacía días que no escuchábamos su voz melodiosa y ya la añorábamos. La secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, afirmó ayer que, ante el funesto panorama que se dibuja día tras día de cara a la investidura de Rajoy, su partido está dispuesto a hablar de todo con todos. De todo, menos de una cosa. «Nuestra manera de entender la unidad de España», dijo. «Nuestra» quiere decir la suya, es decir, la del PP, y ya la conocemos hasta el aburrimiento: España eterna, monolítica, indivisible y cautiva de un principio rector ultranacionalista, que se extiende a todos los ámbitos de la sociedad española de acuerdo con el mecanismo que el sociólogo estadounidense Michael Billig, hace unos años, bautizó como «nacionalismo banal». Es decir, aquella especie de nacionalismo que no se reconoce a sí mismo como tal porque considera que su visión del mundo es la normal y la correcta, mientras que cualquier discurso discrepante es rechazado de entrada. Como hace Cospedal con los partidos que sí cuestionan la unidad de España, o al menos la idea de ella que tiene el PP, y que sin embargo tienen representación en el arco parlamentario del Congreso. Es la gran línea roja, o, si lo desean, un gran semáforo en rojo que se antepone a toda posibilidad de diálogo o de negociación, y tras él, de acuerdo con mentalidades como la de Cospedal, sólo existe el abismo .

Además de banal, el nacionalismo de este tipo es terriblemente pesado, porque tiene como consecuencia que, como los que lo practican lo hacen con la soltura de quien está convencido de vivir instalado en la razón absoluta, acaba infiltrandose en todos los ámbitos del tejido social: la política, por supuesto, pero también las finanzas, la banca, la justicia, la educación e incluso la sanidad o la investigación científicas. Capítulo aparte merecen los deportes, especialmente si son de masas, que generan constantemente monstruosas y muy ruidosas exhibiciones de nacionalismo banal (recordemos, sin ir más lejos, los ríos de tinta y de saliva que se desbordaron durante unos días con el fin de averiguar cuál era la colocación exacta de un dedo de Gerard Piqué mientras sonaba el himno español).

Pero la niña de los ojos del nacionalismo banal (que tiende a imaginar que si dice muchas veces una misma cosa todo el mundo se la acabará creyendo) son los medios de comunicación. En este sentido, es muy interesante la lectura del informe que el Consejo Audiovisual de Cataluña (CAC) ha elaborado sobre la cobertura informativa que han llevado a cabo los diversos medios audiovisuales que se pueden consumir en Cataluña, y que viene a confirmar con cifras lo que ya sabíamos: que tanto durante la campaña electoral como el día mismo de las elecciones, los medios públicos catalanes han respetado escrupulosamente los criterios de pluralidad y proporcionalidad informativas, mientras que los medios españoles, tanto públicos como privados, se han limitado hacer el seguimiento de PP, PSOE, Unidos Podemos y Ciudadanos, es decir, los que, en efecto, no cuestionan la unidad de España. Para el nacionalismo banal, una desproporción de esta magnitud es lo más natural del mundo. Pero no es más que la gran línea roja por antonomasia. Única, grande y libre (de hacer lo que le plazca).

ARA