La autodeterminación y Catalunya

Últimamente algunos procesistas me asaltan en el tuiter para pedirme ejemplos de países que se hayan independizado aplicando el derecho a la autodeterminación. La pregunta, igual que la pretensión de tener un debate serio por Internet, en sí misma es una trampa. El derecho a la autodeterminación, como todos los derechos universales, se va regulando con su aplicación y no se ejerce nunca de la misma manera, más allá de la acción de votar.

Los derechos universales, por el hecho de involucrar toda la humanidad, son derechos abstractos, están sometidos a casuísticas locales y a interpretaciones diversas. Noruega, Islandia, Irlanda, Malta, Macedonia, Montenegro, los países Bálticos, Escocia o el Quebec han ejercido la autodeterminación en contextos diferentes y con resultados variables. Kosovo también celebró un referéndum antes de que los serbios invadieran el país y el parlamento declarara la independencia.

Un Estado no es nada más que un entramado institucional capaz de interpretar y de aplicar los derechos universales de manera concreta y efectiva. Si la autodeterminación ha ganado fuerza en los últimos años es porque ofrece la forma más democrática posible de establecer un marco de aplicación y de interpretación de estos grandes principios generales que articulan todo Estado, de manera más o menos afortunada.

Como Montesquieu ya había dicho en sus Cartas persas, el planeta tierra está lleno de franceses, de ingleses y alemanes, pero de hombres, así en abstracto, sólo hay en los manicomios y en el partido de Albert Rivera. Wilson, Lenin y los liberales de la escuela austríaca de primeros del siglo XX entendieron bien este principio y lo desarrollaron. Desde entonces, cada potencia ha reivindicado el derecho a la autodeterminación y lo ha aplicado según le ha convenido, a favor de sus intereses.

En 1975, por ejemplo, los rusos se resistieron a firmar el acta final de la Conferencia de Helsinki sobre la frontera germano-polaca porque reivindicaba el derecho a la autodeterminación. De nada sirvió que este principio se encontrara en los orígenes de la URSS y que Lenin lo hubiera utilizado para atacar a la Rusia zarista, negociaron como leones antes de ceder. España, en cambio, estaba tan desesperada por romper el aislamiento, que firmó el papel sin rechistar, aunque Franco todavía respiraba.

A pesar de las discrepancias que genera, la autodeterminación ha ganado terreno a medida que la guerra ha ido perdiendo prestigio. En la Carta de la ONU de 1945, por ejemplo, va ligada a la prohibición de adquirir territorios por la fuerza y al derecho de los pueblos a organizarse libremente. En la Carta de París por la Nueva Europa de 1990, que España también firmó, este principio ya se relaciona con la definición del continente como un espacio liberal y democrático.

Los que dicen que la autodeterminación sólo se aplica en las colonias tendrían que recordar que basan su posición en la política de Stalin durante la guerra fría. Wilson, justamente, pensó la autodeterminación para aplicarla en Europa, no en las colonias, igual que los liberales austríacos. Digo eso porque los expertos que sostienen que un referéndum pondría Catalunya fuera de la ley hacen una interpretación española del derecho internacional o directamente no quieren reconocer que Catalunya es una nación.

El hecho de que el presidente Mas intercambiara la autodeterminación por un inexistente derecho a decidir, tiene una explicación sencilla, pero que no es agradable de aceptar para algunos catalanes. La autodeterminación legitima la existencia de Catalunya como pueblo ante la comunidad internacional en virtud de una historia, de unas guerras y de unos tratados -algunos de ellos aplicados ilegalmente en nuestra tierra- que ya sería hora de ir superando.

La autodeterminación se carga el relato procesista del país nuevo, de chiclés y piruletas, y también el relato español, tan policial, según el cual Catalunya no es una nación, o bien sólo lo es mientras está tutelada por España. La autodeterminación saca Catalunya del marco hispánico y obliga a las dos partes a afrontar la historia y a definirse delante de la humanidad en virtud de un derecho universal. Es normal que produzca respeto. No solamente no ahorra el choque de trenes a ninguna de las partes, sino que, además, sitúa el conflicto en su marco correcto.

Una prueba de que la autodeterminación es la solución más democrática que los catalanes tenemos al alcance para separarnos de España es que, según el PSOE y el PP, aunque el 100 por ciento de la población de Catalunya quisiera la independencia, nada cambiaría. Oponer motivaciones técnicas a la celebración de un referéndum, mientras se habla de desobediencia o de construir estructuras de Estado contra la voluntad de España, es una incoherencia absurda.

Aunque es humano que algunos políticos e intelectuales quieran preservar la imagen del 9-N, eso no se puede hacer de ninguna manera a costa de mezclar conceptos y de pretender que en política las palabras no son importantes. Si las palabras no fueran importantes, Mas no habría cambiado «referéndum» por «consulta» y «autodeterminación» por «derecho a decidir». El 9-N no fue un referéndum porque nunca se vendió como tal. Defender otra cosa es mentir e infantilizar la política.

En un referéndum el momento de votar es importante, pero también es muy importante el proceso de catarsis colectiva y de negociación con la comunidad internacional. En un referéndum el resultado es menos importante que el debate, si se hace seriamente y sin ambigüedades, y tanto sirve para integrarse como para separarse. Terranova, en los años 50, se incorporó a Canadá mediante un referéndum, y la Unión Europea dio la bienvenida a los alemanes del Este en nombre de la autodeterminación de los pueblos.

Como he dicho, cada caso tiene sus problemas. Si Gran Bretaña no se puede comparar con España, Catalunya también es diferente de Escocia. Las instituciones catalanas fueron abolidas después de declarar la guerra a Francia y España, mientras que Escocia siempre ha sido reconocida como nación y su parlamento votó autodisolverse. Justamente porque el Estado español ha hecho todo lo que ha podido para negar la existencia de la nación catalana, la autodeterminación es especialmente importante en nuestro caso.

La autodeterminación es como la espada de Excalibur, no permite usos partidistas ni inventos que se puedan reciclar para hacer un nuevo Estatuto. I ahora que Turquía y Francia se encuentran en estado de excepción, hay que hacer una pregunta: ¿por qué los líderes más moderados del soberanismo dicen que es más fácil hacer la independencia que celebrar un referéndum, si el referéndum lo está pidiendo un 80 por ciento de la población? ¿Por qué Madrid dice que los referéndums dividen, si nos cohesionaría más allá del resultado?

La democracia se encuentra en una encrucijada en todo el mundo, como lo estuvo la monarquía en su tiempo. Cada vez hay menos países democráticos entre los más militarizados. Además hay un interés muy evidente por degradar el ideal de libertad que articula el mundo occidental des de dentro de la misma Europa.  Aunque echemos pelotas fuera o que nos aferremos a hojas de ruta que nos intentan vender una seguridad ficticia, más tarde o más temprano los catalanes también seremos llamados a posicionarnos sin ambigüedades en esta guerra sorda.

Referéndum o estado de excepción, la Europa de Inglaterra o la Europa de Francia y de Turquía. Despreciar la herramienta más universal y más legítima que tenemos para participar en el destino de la humanidad en este momento tan decisivo, es un grave error. Excepto quizás para los que ya hace tiempo que han decidido que nuestra condición de esclavos es inmutable, y disimulan.

EL NACIONAL.CAT