Memoria histórica en Catalunya

La batalla del Born, síntoma y evidencia

Vicent Partal

 

Estos últimos días eso que podríamos llamar ‘la batalla del Born ha ido subiendo cada vez más en virulencia, sorprendentemente. Desde que se anunció que el gobierno de Barcelona instalaría para una exposición dos estatuas franquistas, nos va desconcertando cada vez más. Para mantener su posición, los comunes cada día suben un peldaño más de la escalera de los despropósitos. Han llegado a decir cosas tan gruesas que realmente cuesta imaginar que ellos mismos no se dan cuenta del pozo donde se han metido. Y de lo que significa su posición como síntoma y evidencia de su manera de hacer.

Querían presentar la cuestión desde el punto de vista historiográfico. Pero esto no tiene sentido. Afirmar que exponer la estatua del dictador en el espacio público -no dentro de un museo- es contextualizar la dictadura es sencillamente un despropósito. Ya puestos, ¿por qué no levantaban una estatua al infausto comisario Creix ante la sede de Comisiones Obreras? ¿O un monolito a la Gestapo ante la tumba de Lluís Companys? ¿Por qué no plantaban un garrote vil ante la casa donde aún viven las hermanas de Puig Antich? ¿O por qué no volvían a llamar al Camp de la Bota ‘barrio de José Antonio’? Las comparaciones que han querido hacer para salvar una decisión tan desafortunada tampoco se sostienen por ninguna parte. En Alemania una vez hicieron una exposición sobre Hitler. Sí. Dentro de un museo, no en el espacio público y evidentemente sin poner ninguna estatua en la calle ante la Puerta de Brandeburgo. Y además: no es igual una exposición sobre la dictadura en un país como Alemania, que tanto ha luchado para limpiar su pasado y abolir el fascismo, que una exposición en un país como el nuestro, donde los muertos de la república continúan en las carreteras, donde la legitimidad histórica del monarca proviene del dictador, donde ni siquiera se han anulado los juicios del franquismo y donde la administración sigue considerando legales todas sus actuaciones.

Cuando el escándalo ya había tomado cuerpo comenzaron a aparecer declaraciones muy interesantes de gente de los comunes al respecto. Gemma Galdon dijo que en realidad era una batalla por el relato en el que querían enfrentar a 1714 con el franquismo. Un concejal de Barcelona lo aclaró más aún cuando dijo que el Born era ‘porno nacionalista provinciano’. Y Joan Guillot lo remató afirmando que su memoria histórica era la de la lucha contra el franquismo y no la de la guerra de 1714. Enfrentando la una a la otra. Como una fuere contra la otra.

Con estas declaraciones el relato y la causa última del despropósito aparece muy nítido. Lo vuelvo a decir: historiográficamente esto no tiene ningún sentido. No encontrará ni un solo historiador que no sea consciente de que la historia es siempre compacta y que no se puede excluir una parte sin que ello invalide completamente la explicación del conjunto. La gracia de este tipo de declaraciones, sin embargo, es que todo esto se contextualiza en la política actual y no en la historia. Es decir, allí donde se entiende.

La noche de las elecciones españolas los comunes vieron que su sueño era irrealizable y se inventaron rápidamente otro, que era ganar la Generalitat. Formar gobierno en Cataluña. Esta es y será su principal ocupación de los próximos meses y esto parece que han decidido que únicamente lo podrán conseguir si derrotan completamente al independentismo. Y parece que cualquier cosa vale, a partir de esta constatación. El  frame, el relato, lo es todo para ellos y no importa nada qué barbaridades se pueden llegar a hacer o decir para tratar de acorralar al independentismo. Hemos visto cómo atacaban incluso la inatacable Amical Mauthausen, que les pidió que se repensaran la idea. Y ayer domingo ya llegamos a ver tuits de gente de los comunes, gente todavía sin relieve público, pero que afirmaban que ERC tenía un pasado nada menos que fascista. Era una campaña, porque no eran ni uno ni dos los que lo tuiteaban y decían todos las mismas frases y ponían las mismas fotos. Lo que nos obliga a pensar que alguien ha dado la orden de seguir este camino. Y la verdad es que no sé ni si es necesario expresar cuán vomitiva y abyecta es esta manera de intentar imponer el relato.Y cuánto daño puede llegar a hacer.

Pero dejando el recurso a la historiografía, y hablando de política, que es el terreno real, creo que hay tres cosas a destacar de esto que pasa. La primera es que esta batalla sólo puede llevar a que los comunes se conviertan en los más acérrimos enemigos del derecho de autodeterminación y de la independencia. Y atención que esto es importante en este país: miren qué le ha pasado al PSC. La segunda es que por este camino difícilmente conseguirán nada. Porque incluso con la hipótesis de que consiguieran ganar las elecciones, si se dedican a derrumbar los puentes más básicos de esta manera después no será posible ningún acuerdo con ERC o la CUP. Y a ver cómo piensan gobernar después en estas condiciones. Y la tercera, la que a mí me parece la más interesante de todas, es que esta polémica parece que quiera ocultar lo que cada día se hace más evidente: el desbarajuste de la gobernación de Barcelona. El gobierno de Barcelona en Común y el PSC está haciendo aguas y buena parte de la causa yo diría que tiene que ver con la desgana de la alcaldesa Ada Colau. El contraste entre su alegría con la campaña de Podemos y el aburrimiento que rezuma cada vez que toca la calle de Barcelona es demasiado evidente ya y demasiado difícil de disimular. Y los errores, de los vendedores ilegales a los hoteles, de pactar un gobierno con ‘la mafia’ a la estatua de Franco, de decir que cerraría el CIE para acabar enviando a los detenidos por la guardia urbana… Todo esto se va acumulando en un año y poco más y empieza a ser alarmante. Si los comunes quieren ganar el relato, la mejor inversión que podrían hacer es dedicarse a fondo a enderezar Barcelona. Y por eso cuando uno ve que se van tan escandalosamente por otro camino una pregunta legítima es si acaso no intentan una huida hacia adelante. Porque todos sabemos que es en estas circunstancias cuando se cometen los errores más graves y más difíciles de explicar. Como este de ahora.

VILAWEB

 

Las memorias (históricas) de Ada Colau

JOAN SAFONT

No nos referimos a la autobiografía de la alcaldesa de Barcelona, ​​convenientemente escrutada de cerca por sendos libros del periodista de este diario Joan Serra y de Xavier Fina, sino a una de las políticas que desde los primeros días de mandato ha hecho valer el equipo de gobierno municipal del Cap i Casal. Siento haberme volver a dirigir al equipo de gobierno con ánimo de maestrillos, pero, como decíamos, la memoria histórica de la ciudad ha sido uno de los caballos de batalla, al tiempo fuente de tropiezos y polémicas, de Ada Colau. La última, la polémica exposición Franco. Victoria. República. Impunidad y espacio urbano , que se prevé instalar delante del centro del Born.

Todos sabemos que la historia, desde los tiempos de Herodoto y con el ejemplo paradigmático de Las guerras de las Galias que conocimos en las clases de latín y los álbumes de Astérix, sirve para legitimar proyectos políticos. En paralelo, la memoria es un proceso más complejo, más denso, una construcción donde se sobreponen muchas memorias, especialmente en una ciudad tan convulsa como la de la bimilenaria Barcelona. Conscientes de ello, una de las primeras decisiones del consistorio de izquierdas fue el nombramiento de un comisionado de Memoria Histórica, un cargo que recayó en el actual jefe de filas de En Común Podemos en el Congreso, el historiador Xavier Domènech. En buena medida, ante la imposibilidad de llevar a cabo algunas de las políticas estrella con las que obtuvo la alcaldía -la ordenación del turismo, una nueva política de vivienda y la reducción de la dramática desigualdad-, Barcelona en Común ha tenido en la memoria pública una de las piezas clave para construir el liderazgo de una Ada Colau de indiscutible talento y futuro político, y su intento, nada disimulado, de nueva hegemonía.

En la construcción de esta hegemonía por la vía de la memoria, el yacimiento del Born, sobre el que se construyó el Born CC y que permitió poner en valor los efectos de la represión borbónica sobre un tercio de la población de la Barcelona del siglo XVIII, ha resultado incómodo. Con la llegada del nuevo comisionado, Ricard Vinyes, se decidió rebautizar el centro cultural con especial hincapié en la reorientación del espacio y se cancelaron exposiciones ya proyectadas, con la voluntad de enfocar las políticas hacia la memoria republicana y obrera de la ciudad. Cada proyecto político tiene episodios, luchas, personajes que le son más cercanos, y es perfectamente lícito discrepar políticamente del significado de cada uno de estos. Más complicado es combatirlos cuando forman parte de la memoria plural de la ciudad. La performance consistente en la colocación de las estatuas ecuestres de Franco, de Josep Viladomat, y la Victoria, de Frederic Marès, en la explanada del Born no ha hecho más que echar sal en la herida de los que han creído que se está minusvalorando una parte de esta memoria pública de la ciudad.

Siguiendo la idea de dar nuevo valor a la memoria republicana de Barcelona, ​​tendría sentido que Colau se reflejan en los alcaldes de izquierdas que ha tenido la ciudad. Y no sólo en Maragall, que inteligentemente supo procesar la Barcelona burguesa y popular de la Oda de su abuelo, sino que podría buscar como referente el nacionalista republicano Albert Bastardas y Sampere, impulsor del Presupuesto Extraordinario de Cultura año 1908, todo un proyecto cultural y pedagógico completo de signo progresista, catalanista y demócrata combatido a partes iguales por el conservadurismo clerical y el lerrouxismo anticatalanista y que terminó propulsando a Bastardas a la alcaldía tras la destitución por parte de los concejales del alcalde de real orden. O Carles Pi i Sunyer, insigne republicano de la escuela novecentista, que fue encerrado junto con los concejales en el barco prisión Uruguay 1934. Unos concejales que desde la izquierda catalanista impulsaron cambios de gran trascendencia desde un consistorio que actuó de punta de lanza y de primer ayuntamiento en momentos decisivos del país.

Si Colau obvia estos referentes de la izquierda republicana y catalanista de Barcelona, ​​se puede acabar encallando el supuesto y estéril obrerismo y el desgajado populismo republicano del lerrouxismo, como ha hecho Xavier Domènech en algún artículo. Un radicalismo que llegó a la alcaldía de la ciudad con alcaldes de tan poca trascendencia como Manuel Morales Pareja, Juan José Rocha o Joan Pich i Pon, y concejales de tan poca monta como el célebre Emiliano Iglesias Ambrosio, inmortalizado por Ovidi Montllor en la película La ciudad quemada, de Antoni Ribas, en unas hilarantes escenas que definen claramente lo que aportó a la ciudad aquel partido, que por otra parte tuvo un apoyo popular constante hasta la proclamación de la República. Caricaturizando, la historia dirá si la memoria de la alcaldesa Colau será la de Bastardas o la de Morales Pareja.

ARA

 

El intérprete

RICARD VINYES

Hace días que el diputado de ERC en el Congreso, Joan Tardà, hizo un tuit entre enfadado y suplicatorio, pero en todo caso pontifical, es decir, con intención de interpretar y ordenar la realidad. En este caso se trataba del anuncio sobre la presencia de dos estatuas franquistas en la exposición Franco. Victoria. República, que se inaugurará EN el Born CCM en octubre, tal como se anunció en la prensa a principios de año. El diputado sostiene en su tuit que «Exponer unos días en la calle Franco cuando hay víctimas sin reparación es normalizar la anomalía. Por favor, no lo hagan». Con posterioridad, el verbo banalizar ha complementado el verbo normalizar .Por lo tanto, el centro de todo es la normalidad y la banalización que significa usar símbolos del dictador, aunque sea para hablar de la impunidad practicada en democracia.

En realidad, más que un argumento es un despropósito agobiado, poco informado, por lo que me atrevería a decir, con todo el respeto, que imprudente y excesivo. Estoy seguro de que nunca habría dicho lo que ha dicho -ni el concejal Bosch, que le ha seguido, tampoco- si antes hubiera reflexionado sobre la cuestión.

Lo digo porque no se han dado cuenta de que durante años, el refrescante programa Polonia ha usado la estatua ecuestre de Franco de manera compulsiva, y en mi opinión, acertadísima. Es la misma estatua que en octubre se exhibirá en el Born CCM. Tengo presente aquel monumento ecuestre que en el programa charlaba por los codos y entraba en todas las casas. ¿El «Por favor, no lo hagan» de Tardà va dirigido quizás a los productores y realizadores del programa? El «¡banalizadlo, fuera!» Exclamado por nuestro concejal barcelonés, que se queja de que se utilice el patrimonio franquista mientras haya fosas cerradas, ¿tiene presente que mientras aparecía la estatua ecuestre de Franco en Polonia las mismas fosas estaban todavía cerradas? ¿Cómo es que no se quejó? No se lo reprocho en absoluto. Fue un acierto la introducción de la estatua en la cultura de consumo popular, y me atrevería a decir que ninguna víctima se sintió ofendida a pesar de tener a Franco y su caballo en el tresillo de casa. ¿Aquello era «normalizar la anomalía»? Para mí, no.Era un ejercicio de memoria que utilizaba la dictadura y el dictador para hablar de temas del presente. Estoy seguro de que ambos se reían mucho viéndolo, como yo mismo. ¿Normalidad? ¿Banalización? ¿Ofensa a las víctimas?¿Hablamos de la bandera de Falange que Ricard Martínez, de ERC y concejal de Gracia (2003-2007), colgó por el hueco de la escalera de la sede del distrito para acompañar una exposición sobre la escuela en el franquismo, mientras se disparaba el himno del Cara al sol cuando subías la escala? No creo que ofendiera ninguna víctima. ¿Normalidad? ¿Hablamos?

La normalidad es una trampa, porque no existe. Nunca existirá. Ni aquí, ni en Alemania, ni en Argentina, ni en Laos, ni en ninguna parte. Cuando se haya juzgado y encarcelado el último de los verdugos, ¿será entonces cuando exista la normalidad? ¿Es esto lo que nos dicen? No hay menosprecio ni daño moral más grande para las víctimas y la sociedad que este planteamiento. El necesario procesamiento y condena de un verdugo y una debida compensación económica acompañan pero no liquidan herencias ni cicatrices. Este sería el peor resultado. ¿Qué está diciendo? ¿Que cuando se abran las fosas, se compensen más adecuadamente a las víctimas y se encarcela a los verdugos tendremos la normalidad? ¿Entonces podremos utilizar el patrimonio simbólico de los verdugos? ¿Entonces sí porque se habrá normalizado el dolor? ¿Haremos el «punto final»? Las palabras que el canciller alemán Gerhard Schröder pronunció el 10 de mayo de 2005 sobre la responsabilidad alemana en el genocidio son para mí exactas: «La gran mayoría de los alemanes de hoy no tienen ninguna responsabilidad en el Holocausto. Pero sienten una responsabilidad particular. El recuerdo de la guerra y del genocidio forma parte de nuestra vida. Para algunos, esta parte es pesada de cargar. Pero no cambiará nada: este recuerdo es una parte de nuestra identidad».

La normalidad no existe, es tan sólo un recurso retórico. Y sin embargo en nuestro país, en España, en Europa, se ha utilizado y se sigue utilizando el patrimonio de la escultura monumental de las dictaduras para enriquecer el conocimiento de los límites que tiene la democracia. Son tantos… Sánchez Castillo exhibiendo una intervención en el yate Azor , en el que navegaron Franco, el presidente Felipe González y Juan Carloss… para veranear. Quizás Tardà la fue a ver y no me extrañaría que le hubiera gustado, como a mí. Después de todo hemos compartido, él y yo, inquietudes y preocupaciones memoriales cuando hablábamos del Valle de los Caídos, hace años. La instalación del Azor se hizo en el espacio Matadero, de Madrid, y era excelente, ojalá viniera un día a Barcelona. O el conjunto escultórico Spitting leaders, creado por el mismo autor en un estanque del parque Borély, de Marsella, con motivo de su capitalidad cultural, y en la que los jefes de Luis XIV, Stalin, Hitler y Franco se lanzan agua por la boca los unos a otros. El proyecto fue seleccionado en un concurso internacional para el Ayuntamiento de Marsella. (¿Francia normalizada? Sin abrir los archivos de la Guerra de Argelia, ¿normalizada?) El mismo pretendido Memento Park, en las afueras de Budapest, al reunir el estatuario de la dictadura soviética como un elemento de reflexión ética; o la exposición Tiran(i)a , celebrada en el CCCB en abril de 2002. Hay más ejemplos, el de Rudolf Herz, por ejemplo, y su Lenin on tour, exhibido por las calles de quince países europeos. Hay tantos ejemplos, hay tanta riqueza en este campo…

Sin embargo, me pregunto si es adecuado erigirse en intérprete de los destinatarios dando por supuesto que se sentirán ofendidos, imponiendo qué debe ser recordado y qué no, qué les va favor y qué no, como si fueran clientes pueriles.

Una política pública de memoria no debe ser esto, no debe establecer la memoria como un deber, como un imperativo, como sucede en Francia con las leyes de memoria, tan negativas. Al contrario, lejos de considerar la memoria como un deber, la entiendo como un derecho, un derecho civil que la administración debe garantizar y regular para que todos los que quieran tener acceso a la construcción de la imagen del pasado puedan hacerlo , si quieren. La exposición se hace para que los ciudadanos puedan decidir, sin intérpretes, si les es útil. En lugar del «No lo hagan» un punto amenazador, quizás hay sugerir un «Por favor, respeto».

ARA

QUIM TORRA: «¿Por qué no ponen las estatuas de Franco delante de Capitanía?»

QUIM TORRA

La polémica abierta esta semana por la iniciativa del gobierno de Ada Colau de poner La Victoria de Frederic Marès y una estatua ecuestre de Franco en pleno centro de la plaça del Born no ha dejado indiferente a nadie. Quim Torra (Blanes, 1962) fue el primer director de El Born Centre de Cultura y Memòria y estuvo al frente de este espacio durante más de dos años. Él tiene claro que no habría permitido exhibir estas estatuas. También fue presidente de Òmnium Cultural los meses de traspaso entre la presidencia de Muriel Casals y las elecciones que harían a Jordi Cuixart presidente de la entidad. Abogado, escritor y editor, Torra es de ideas firmes y está convencido de que la independencia es «irreversible» y de que, en todo caso, el procés sólo lo pueden frenar los catalanes.

¿Como director del Born Centre Cultural hubiera permitido una exposición como ésta?

En estas condiciones con estatuas fuera de la plaça del Born, no. Nosotros hemos hablado sobre el franquismo, los fusilamientos y hemos celebrado muchos actos sobre este tema, pero yo no habría permitido la exhibición pública de Franco en la plaça del Born.

Han salido muchos comentarios, como el de Empar Moliner, en que se lamentaba de que los ultras aprovecharían la ocasión para fotografiarse con la estatua ecuestre del dictador.

Gente como los de la Amical de Mauthausen o asociaciones de investigación de desaparecidos se sienten ofendidas por las estatuas y a esta gente se los tiene que escuchar en primer lugar. El 20 de noviembre, en Òmnium celebramos un acto para reivindicar la impunidad de los crímenes del franquismo, lo hicimos ante la Modelo.

Así sí que queda contextualizado…

Si se quiere denunciar y se quiere contextualizar, ¿por qué no ponemos las estatuas de Franco ante la Capitanía Militar? Cuando vas viendo ciertas declaraciones del entorno de los comunes o Iniciativa, como el señor [Ricard] Vinyes, te das cuenta de qué, en definitiva, una cierta izquierda no acaba de aceptar los hechos de 1714 como parte de su memoria y lo dicen explícitamente.

¿Qué hay detrás de todo eso?

Está un poco la clave de todo, de una cierta urticaria que a cierta izquierda le producen los hechos directamente relacionados con la soberanía catalana. Mientras haya luchas y clases sociales por en medio, perfecto, pero si se trata de hechos que afectan a la nación, a la soberanía, no los asumen como propios de la memoria histórica.

El jueves, Gerardo Pisarello decía en RAC1 que la exposición «es una manera de fortalecer el Born».

Insisto. Hay dos hechos primordiales en la historia de Catalunya. En 1714 y en 1939 por el intento de genocidio fascista. ¿Por qué no se puede dedicar el Born al 1714 y, por ejemplo, la Modelo a hacer un museo de la topografía del horror como en muchos países que han pasado por el fascismo o por el comunismo han hecho? Vamos a explicar el drama de la Guerra Civil y del genocidio contra Catalunya en la Modelo, en la comisaría de la Via Laietana… Me parecería bastante más lógico.

¿Cada oveja con su pareja?

¿Esto [que preparan] es para fortalecer el Born, o para diluir el apartado directamente relacionado con la pérdida de la soberanía de los catalanes en 1714? Si realmente es para sumar, encantados, pero se puede sospechar que detrás de todo ello está la voluntad de desnaturalizar y de diluir unos hechos tan importantes como son la pérdida de la soberanía de los catalanes. Tiene gracia cuando te dicen que ‘no forma parte de mi memoria’.

Se trata la memoria histórica de Catalunya…

Oye, ¿la destrucción y la muerte de las instituciones catalanas y la cultura catalana, hay gente que, como catalanes, no lo ven parte de su memoria histórica? Ya me dirás qué debe ser parte de su memoria histórica. Ayer, algunos decían que eso es una lucha por la hegemonía política. Quizás hay un intento de construir una nueva hegemonía política con una determinada memoria histórica. Excluir trozos de la memoria histórica porque no me gustan, me parece hacerse un flaco favor a la memoria histórica de todos.

¿La diferencia está en ubicar las estatuas fuera en la calle o hacerlo dentro de una instalación?

Esto, que en una de las salas de exposiciones se haga una de denuncia del franquismo, me parece perfecto, pero en la calle con las asociaciones en contra porque se sienten heridas, pido un punto de sentido común y que lo reconsideren.

Eso es como si uno de nosotros se marcha ahora a Alemania y hay una exposición sobre el nazismo con una estatua de Hitler en medio de la calle, pero no lo sabemos. Quizás pensaríamos que es una frivolidad?

Es más, yo animaría al Ajuntament a no quedarse aquí, y a no hacer sólo una exposición. Enfrentémonos al horror que supuso el fascismo y que lo puedan saber nuestros hijos y las escuelas. Pero que se explique bien allí dónde pasaron las cosas. Explicamos qué fue la represión, pero en un edificio como la Modelo. Claro que es puede organizar en el Born y me parece muy bien, pero me da miedo que todo ello sirva para desnaturalizar los hechos y diluir el mensaje del Born.

Este año, los actos institucionales del 11-S se celebrarán en el Born.

Me parece lógico, porque el Born ha ido cogiendo una idea de símbolo y de lugar emblemático por los hechos que pasaron directamente allí. Si quieres denunciar los hechos del franquismo, hazlo allí donde pasaron, todo tiene su espacio, ¡aprovechémoslos!

¿Aparte de todo eso, en un momento como el que vivimos donde hay ideas totalmente polarizadas, qué representará que estas estatuas estén en medio de la plaça del Born?

Hay una izquierda que considera que el hecho nacional es una cosa que le repele y que considera que es cosa de la burguesía, y ahora tiende a rechazarla. Además, ha asociado los hechos de 1714 a un hecho nacional y, por lo tanto, debe considerar que todo eso, no tiene la importancia que tienen otros hechos. Es un gravísimo error y es no entender qué pasó en 1714 y tener una visión españocéntrica de las cosas. El Ajuntament retiró el busto de Juan Carlos de la sala de plenos, pero en cambio no votaron en contra de considerar a Felipe VI persona ‘non grata’.

¿Cree que se contradicen?

Hasta que los comunes no apuesten de manera clara, definida y rotunda por la República, los otros gestos son pura galería.

¿Estos gestos, pueden empequeñecer el procés ante el Gobierno del PP?

Es este aspecto de performances. Esta semana también hemos sabido que tenemos el espacio del Camp de la Bota, donde fusilaron a más de 2.000 personas, y tendría que ser un lugar perfectamente ordenado, limpio, explicado y donde las escuelas vean qué supuso el franquismo. Olvidamos lo que realmente es trabajar por la memoria histórica.

¿Está Catalunya ya en los últimos 100 metros -cómo titula su último libro- del procés?

Estamos, ya hemos empezado a correrlos. Yo soy muy optimista. Por quinto año consecutivo demostraremos este 11-S, la enorme fortaleza que tiene el procés independentista y estoy seguro de que este septiembre, con todo lo que pasará, nos ayudará a encarar los últimos 100 metros, que es el mandato democrático.

El hecho de que no haya gobierno en España, ¿condiciona de alguna manera el procés?

Lo que se está demostrando es la importancia de los partidos catalanes hoy en día en Madrid para boicotear la formación de gobiernos españoles y, por lo tanto, la punta de lanza que ello supone para evitar el normal funcionamiento del Estado español. A mí eso me parece perfecto y si vamos a unas terceras, cuartas y quintas elecciones me parecerá igual de bien.

En el libro dice que «la independencia es irreversible».

Ya es demasiado grande. El Estado español tenía una oportunidad hace tres o cuatro años, que era convocar un referéndum que, seguramente, habrían ganado. En el punto donde estamos ahora, la independencia es irreversible porque ha crecido demasiado, hay demasiada gente comprometida, es demasiado transversal, es demasiado potente y contra este discurso no se ha sido capaz de presentar nada. No hay nada que pueda parar la independencia de Catalunya, excepto los propios catalanes.

¿Qué quiere decir?

Ahora tenemos que ser absolutamente coherentes con lo que nos propusimos, ni un paso atrás, y el desacato y la desobediencia serán importantísimos, y la fuerza de la movilización del pueblo de Catalunya será la clave.

¿Se tiene que desobedecer todavía más?

Entiendo que después de la declaración del 9-N del 2014, y de las conclusiones del procés constituent, estamos en otro escenario. Ya no estamos en la fase de protestar, sino de no cooperar con el Estado español. Eso nos lleva, inevitablemente, al juego de legalidades y legitimidades que sucederá en menos de 12 meses.

ELNACIONAL.CAT

 

Memoria histórica e independencia

Xavier Diez

Desde finales de la década de 1990 escribí varios artículos académicos y de prensa referidos a lo que la década posterior terminaría siendo el debate sobre la memoria histórica. Mis trabajos sobre la Transición y el destierro del mundo libertario en las historias oficiales y oficiosas, imagino, debían impulsar a alguna alma caritativa a ser invitada (como cuota de disidencia) a las comparecencias parlamentarias en el que habría sido el proyecto de Memorial democrático, una de las iniciativas (frustradas y estériles) del Tripartito, de forma paralela a los intentos hipócritas de parte de la izquierda de cuestionar el silencio histórico decretado durante la Transición.
Seguramente, en algún lugar debe haber transcrita mi intervención ante la comisión parlamentaria. Reclamaba lo mismo que había hecho en otras intervenciones públicas: un replanteamiento revolucionario del tratamiento de los lugares de memoria (reivindicación de la resistencia al franquismo) y uso del presupuesto destinado al Memorial para contratar varios buffets de abogados extranjeros para perseguir criminales de guerra y represores franquistas. Vi más caras de horror entre diputados socialistas y de iniciativa que entre los propios peperos.
Más de una década después, estamos allí donde estábamos, o aún peor. Tengo la sensación de que el intento de replantear esta cuestión se convirtió en una simple cuestión táctica de los socialistas para presionar al PP, y que nunca hubo voluntad alguna de cuestionar la marginación del republicanismo y la resistencia (normalmente armada) a Franco. Fruto de todo ello es que todavía, por parte de la izquierda, especialmente aquella de raíz comunista, demasiado acostumbrada a obedecer los dictámenes del Comité Central, la memoria histórica resulta muy incómoda.
El tema del Born es un exponente de cómo el ausencia de independencia, no sólo política, sino intelectual inspira iniciativas de este tipo. La consigna es sabotear el independentismo, y no hay ningún sentido del ridículo a la hora de sacar a Franco del almacén y trasladarlo, no al basurero, su lugar natural, sino ante el Born. ¿Existe la posibilidad de erradicar los Borbones de Barcelona (una saga que no ha hecho otra cosa que tirar bombas sobre la ciudad)? Los mantenemos con la excusa de… Ni siquiera se han dignado en inventar una.
Sigo pensando que la mejor política de memoria es aquella que no sólo compensa las víctimas, sino aquella que castiga a los criminales. Con España, como hemos podido ver, esto es imposible, porque son los franquistas quienes dominan todos los resortes de poder. Por lo tanto, la única posibilidad de hacer justicia es crear una república independiente, y por tanto, con nuevos instrumentos legales, de acuerdo con el derecho internacional y la jurisprudencia de Nüremberg hacer lo que es de justicia: anular todos los juicios injustos y juzgar a todo aquel que formó parte del engranaje de la represión.
Hacer lo posible para sabotear la independencia, especialmente desde la izquierda, es hacer el juego al franquismo. Claro, que esto no es ninguna novedad. En esto consistió la «política de reconciliación» del PCE y los pactos de la Transición. Es por ello que ninguna izquierda, en Cataluña, es creíble, si no es independentista. Y no lo es porque sin independencia no es posible generar una situación donde cualquier programa de izquierdas pueda ser factible. La memoria de la resistencia es una obligación moral. Esto implica El Born. Esto también implica a Quico Sabaté, Marcel • lí Massana, Faceríes, Ramon Vila Capdevila o Salvador Puig Antich. ¡Ah! No me acordaba, todos estos también incomodan a quienes siempre están con la actitud de recibir órdenes, no importa si de Moscú o de Madrid…

VILAWEB

 

Contra el olvido colectivo

Manuel Delgado

Merecería estos días una relectura de esta obra maestra del pensamiento contemporáneo que es  La Mémoire collective, de Maurice Halbawchs, publicada póstumamente en 1950, cinco años después de su muerte en el campo de concentración de Buchenwald. Uno de los aspectos que conviene resaltar del libro es la forma en que nos advierte hasta qué punto puede resultar absurdo de hablar de ‘memoria histórica’, pues la memoria es justo el fenómeno contrario de la historia. La historia es historia del pasado; en cambio, la memoria consiste en negar la naturaleza pasada del pasado, pues recordar es precisamente ‘tener presente’.

Halwachs traslada a la teoría sociológica la filosofía de la memoria de Henri Bergson. En cierto modo, sostiene que la selección que hace la memoria no se enfoca en el pasado, sino al presente y sobre todo al futuro. Es decir, son los requerimientos de la acción presente y la preparación de los actos a ejecutar, los que eligen qué debe ser recordado y que se olvida, como si la situación pasada que se evoca lanzara alguna luz sobre la situación actual y mostrara el camino para salir de ella. Hablar de memoria es hacerlo del mecanismo que selecciona, entre todas las historias posibles, las que se adecuan mejor a los intereses prácticos del presente y las que, por tanto, hay que rescatar de la historia para dar sentido al presente y justificar el camino hacia el porvenir que se desea.

Esto implica, por ejemplo, que la memoria oficial recuerda cosas pero, por encima de todo, olvida muchas más, todas aquellas que no le convienen. Es así que la memoria de las instituciones es una maquinaria colosal de olvidar, un dispositivo extraordinario amnésico que borra todos aquellos elementos que pueden considerarse superfluos, disfuncionales o contraindicados en relación con las metas ideológicas que alcanzar. George Orwell lo entendió bien. Ya sabéis: ‘Quien controla el pasado controla el presente. Quien controla el presente controla el pasado’.

Viene a cuento esta referencia a las teorías sobre la memoria de Bergson y Halbwachs por toda la polémica desatada por la intención del Ayuntamiento de Barcelona de montar una exposición ante el Born con estatuas de Franco. No quiero entrar en la polémica sobre la oportunidad de la exposición, pero me permito hacer notar a nuestras autoridades que, si realmente quieren hacer justicia a los miles de muertos, desaparecidos, encarcelados y torturados por el franquismo, deberían impulsar una cosa que encontramos en todos los países y todas las ciudades que han soportado al fascismo y que es un museo de la resistencia. Porque, ¿qué recuerda a las víctimas del franquismo en Barcelona? Nada, salvo el mausoleo en Montjuïc y el monumento a los 1.717 fusilados en el Campo de la Bota, nada. Es curioso, ¿verdad? Una llama eterna en honor de los mártires de la libertad de 1714 y una lápida apartada para los de 1952.

Habría que pensar si no tendrían razón los partidarios de mantener el monumento franquista en medio del paso del Ebro por Tortosa. Después de todo, ¿cuál era la alternativa? Pues era quitarlo, que no hubiera nada, un vacío. Puestos a elegir, era mejor que quedara levantando el monumento franquista, porque por lo menos sabremos y recordaremos que allí hubo una guerra, una batalla, un río ensangrentado…, y que allí perviven los muertos, entre ellos los miles de hombres que cayeron defendiendo la República y las libertades de Cataluña. Si el monumento desaparece, el recuerdo de ello desaparecería con él y los muertos entonces morirían para siempre.

Ya que no hay otra, defendamos la memoria del franquismo, porque la del antifranquismo no existe. Cualquier memoria, incluso la suya, será siempre mejor que el olvido.

VILAWEB

 

Detrás de las estatuas del Born

Patrícia Gabancho

Como la guerra del 36 no roza ni de lejos ni de cerca la memoria de la familia, no tengo la sensibilidad necesaria para juzgar hasta qué punto la exposición de las estatuas al pie del Born ofende a las víctimas. Sólo apunto que la polémica me parece positiva, porque demuestra, precisamente, que las heridas están mal cerradas. Determinadas exposiciones están pensadas para no dejar lugar a la indiferencia y, ello, en esta España acomodaticia, que no sabe qué hacer con la memoria, es bueno.

 

Ahora bien, tampoco podemos ser tan ingenuos como para no entender que el actual Ayuntamiento está intentando minimizar el significado del Born como lugar de memoria de 1714 y lo que conlleva como punto cero de la reivindicación nacional catalana. Le quieren cambiar el signo, cambiándole el nombre y el contenido. Parece ser que lo primero que hicieron fue preguntar al arquitecto de la obra por la posibilidad de cubrir los escombros de manera digna. No me invento nada: Ramon Vinyes, para defender su exposición, dijo que el tema de fondo era una «brutal batalla por la hegemonía cultural». ¿De qué dos culturas? No hay que ser demasiado agudo para entenderlo.

 

Miren, hace unos días publiqué un artículo en el que explicaba el proceso de convertir la clase obrera en agente principal de la política, mitificando luchas pasadas y excluyendo cualquier participación de la clase media e ilustrada: de la clase que encarnó las transformaciones de la democracia. Una cosa es la pancarta y otra cosa la planificación y el presupuesto. Pues bien, la persona a la que yo aludía, Marc Andreu -un periodista historiador de la órbita colavista- me contestó que él defiende la épica de estos sectores que no cuelgan esteladas (estoy simplificando) y que se trata de una «batalla por la hegemonía cultural». Si son las mismas palabras, quiere decir que hay una planificación: que se trata de desplazar el soberanismo del centro de la acción política, para poner el colavismo, el podemismo. La revolución popular en vez de la «revolución de las sonrisas» (esto también textual). Por eso hay desteñir el Born y restar combustible simbólico al soberanismo. Y esto explica muy bien por qué el pregonero mercedario (*) de este año es Javier Pérez Andújar.

 

Quien lidera qué proyecto: exactamente eso está en juego. Y luego hay quien sueña con una confluencia entre colavistas y soberanistas ….!
(*) La Merced: fiestas de Barcelona

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