Sobre memorias históricas ‘plurales’ y acomplejadas

He dedicado buena parte de mi vida al estudio y difusión de la historia de Barcelona. Como historiador que, entre otras cosas, me impliqué en el Tricentenario y también en reconocimiento a víctimas de la Guerra Civil, me gustaría dar, como ya hice a base de twiters, mi humilde opinión sobre toda la polémica despertada por la posible instalación de estatuas franquistas en la explanada del Born.

Ante todo, hay que dejar claro que el Ayuntamiento de Barcelona actual ha tenido la valentía de llegar mucho más lejos en algunos aspectos que todos los consistorios anteriores en comenzar a poner algunas cosas en el lugar donde toca respecto de cuestiones de memoria histórica. Hasta ahora se habían permitido misas en honor al alzamiento militar franquista en espacios municipales como el Castillo de Montjuïc, por poner un ejemplo, se ha comenzado una retirada de símbolos de la dictadura del espacio público y se promueven actividades que intentan rehabilitar la memoria de la Barcelona demócrata y antifranquista.

Creo que recuperar las estatuas del periodo franquista que quedan escondidas en los almacenes municipales, siempre que sea para hacer clara y nítidamente escarnio público (no reinterpretaciones ambiguas y acomplejadas a la tortosina) es una buena idea en absoluto descartable. No debe ser tabú. El franquismo duró cuarenta años, causó mucho dolor y, aunque más o menos se ha normalizado el hecho de hablar de la guerra, de estos cuarenta años nadie habla, parece que de la guerra hayamos pasado a 1978 directamente. Parece que no exista en la actualidad gente enriquecida gracias a calentarse al cobijo del fascismo, con propiedades provenientes de familias republicanas y miles de muertos y ejecutados durante este período, con un Valle de los Caídos para reconocer los caídos por un lado y los de la otra enterrados en los márgenes de las carreteras sin que la administración se responsabilice. Tal vez un poco de justicia, aunque sea poética, sería deseable.

Dicho esto, nuestra historia no comienza el siglo XX. Barcelona es una ciudad que ha aguantado y ha luchado muchísimo. El yacimiento que hay en el Centro Cultural del Born es el testimonio de una brutalidad despiadada. La brutalidad de un asedio de trece meses sobre una población a la que se había animado a rebelarse contra las arbitrariedades de un monarca para luego dejarla completamente abandonada. Con una resistencia épica, por qué no decirlo si los mismos borbónicos lo resaltaban, por menestrales y artesanos organizados por batallones de oficios que casa por casa defendían una Barcelona bombardeada brutalmente de manera indiscriminada. Una Barcelona que luchaba sola, sólo con el apoyo de Cardona y Mallorca, contra dos de los más potentes ejércitos europeos que tenían una orden expresa y contundente de Felipe V: aniquilar la población entera. Aferrándose a la única esperanza de una posible ayuda extranjera, que como la Batalla del Ebro, no llegó, resistieron tan encarnizadamente que el duque de Berwick no tuvo más remedio que aceptar como condición de capitulación que se respetaran las vidas de los ciudadanos, porque los barceloneses se negaban a ser desollados como animales con la entrada de la tropa y estaban dispuestos a luchar casa por casa hasta las huertas del Raval.

Barcelona sin embargo, fue descuartizada y los ciudadanos de uno de sus barrios más populares, el de la Ribera, fueron forzados a derribar sus propias casas para construir una gran explanada que no se reducía ni mucho menos a los terrenos del Born CC, sino que iba desde media plaza del Born hasta más o menos donde está la Facultad de Humanidades de la Pompeu Fabra. Sobre esta explanada se construyó una ciudadela militar que desde entonces hasta bien entrado el siglo XIX vigiló, encarceló y bombardeó barceloneses, especialmente progresistas y republicanos. Y sí, de resultas de este conflicto, las instituciones catalanas, valencianas, mallorquinas y aragonesas fueron suprimidas y todos los territorios, absorbidos a sangre y fuego y ‘por justo derecho de conquista’. Y esto no lo digo yo, sino Felipe V en los Decretos de Nueva Planta, en la jurisdicción del Reino de Castilla.

¡Ojo! Pero tener un espacio para recordar especialmente a los barceloneses caídos en este sitio, y como era la ciudad la que fue forzada a derribar por los vecinos mismo, es una obsesión sectaria con la que no todo el mundo se siente identificado. Como somos tan abiertos de miras, tenemos que hacer un espacio de ‘Memorias’ en plural en el que se pueda hablar de otras memorias aunque no tengan absolutamente nada que ver con ello. Lo que sería tan lógico como ir al Fossar de la Pedrera del Castillo de Montjuïc, donde reposan los restos de los fusilados por Franco, y hacer exposiciones sobre la cocina en 1714 o ir al yacimiento de Empúries a hacer una exposición sobre los monjes benedictinos de Montserrat.

La ciudad tiene espacios de sobra, vinculados al franquismo y la Guerra Civil, para exponer en escarnio público figuras franquistas. Que se elija la explanada del Born no me parece una casualidad. Algunos ven el Born como el proyecto estrella de la memoria histórica del ayuntamiento anterior y tal vez tienen razón en que el catalanismo, casi en exclusiva, ha incorporado lo que significa el yacimiento en el propio discurso, básicamente porque el resto no solamente no lo ha incorporado, sino que lo ha rechazado. Porque recordar la resistencia de los barceloneses de 1714 como una hazaña, como lo habían hecho ya durante la guerra incluso el PSUC y la CNT, ahora resulta que no es ‘plural’ y no representa a los barceloneses, que necesitan ‘memorias’, así, en plural, y para que nadie se ofenda. Cuando quizás la única persona a la que debería ofender ahora es a Felipe VI, precisamente porque el motivo por el que él es el jefe de Estado es porque un día un antepasado suyo consiguió arrasar la ciudad. No creo que el propósito de esta ‘pluralidad’ sea no ofenderle personalmente, básicamente porque entonces no habrían retirado el busto de su padre del ayuntamiento ante los periodistas.

Como tampoco me parece casualidad que una de las primeras acciones del ayuntamiento anterior fuera desterrar de su emplazamiento privilegiado el Memorial Democrático de la Vía Laietana, un local fantástico, por cierto, y reducir esta institución a mínimos con las mismas excusas acomplejadas de intentar ser ‘plurales’.

He tenido la suerte de haber estado el verano pasado en Varsovia durante el aniversario de la insurrección contra los nazis de 1945. Una población arrasada mientras los supuestos aliados lo miraban desde el otro lado del río, en el que los Varsovianos se levantaron, sabiendo que no tenían esperanzas, por dignidad y basta. Todas las calles estaban llenas de los símbolos de aquella revuelta, y a nadie se le ocurría cuestionar si alguien se podía sentir ofendido y había que ser ‘más plural’.

Este verano he estado en Irlanda. Allí celebraban el centenario de la Revuelta de Pascua de 1916, en que la declaración unilateral de la República Irlandesa desde Dublín fue aplastada por el Ejército Británico. Los dirigentes principales, algunos de los cuales eran de origen británico y se habían adherido por la defensa de valores republicanos, fueron fusilados. Todas las calles estaban llenas de sus caras y el manifiesto de la declaración de la república, reproducido en todas las ciudades. A todo el mundo le parecía normal también, mientras que cuando se reprodujo en 2014 la portada de las constituciones catalanas abolidas por Felipe V en el Colegio de Arquitectos llovían críticas de sectarismo y poca pluralidad.

Ya está bien de pedir siempre perdón por existir, por resistir y ser dignos, como pueblo pero también como ciudad, no sea que los que nos han querido oprimir se sientan ofendidos. Porque en los discursos de memoria histórica hay que recordar y dignificar a las víctimas inocentes de todos los bandos. Yo siempre he sido el primero de hacerlo, pero no podemos caer en el error de justificar la barbarie para que los bárbaros no se sientan condenados y evitar que, como decía Lluís Llach, en la muerte les persigan nuestras memorias.

Y así ir tirando. Todo el mundo llenándose la boca de repúblicas. Unos reivindican en las banderas (no en los programas electorales) la proclamación de la 3ª, olvidando que aquí sería la 4ª. Porque ya en 1641 Cataluña proclamó la república antes que nadie de aquí cerca, pero a pesar de que fueran segadores y campesinos alzados asaltando cárceles y persiguiendo nobles y representantes del rey en defensa de sus derechos como pueblo de no soportar los abusos de los ejércitos en sus casas, éstos no cuentan. Deben ser una invención de fanáticos nacionalistas obsesionados que manipulan la historia. En realidad la historia de Cataluña comienza el siglo XX, según algún ex-consejero de Caja Cataluña de ICV, que dice que su única memoria es la de la ‘lucha obrera y antifranquista’. Antes todos los catalanes eran burgueses malotes. Las clases populares tuvieron que venir de fuera a defender sus derechos porque aquí todos eran un grupo de pijos explotadores.

Y otros, que también se llenan ahora (desde hace poco) la boca de repúblicas, van descuartizando memoriales democráticos y promoviendo referendos para ver si hay que conservar un monumento franquista que, aparte de franquista, es horroroso per se, no sea que alguien se sintiera ofendido, porque hay que ser ‘plurales’ incluso con el fascismo.

Y así estamos, con una Barcelona que tiene una estatua en la Ciutadella y una rambla a un señor como Joan Prim i Prats, que por muy liberal progresista que fuera bombardeó la ciudad. Aunque en Reus lo puedan querer muchísimo, nosotros no deberíamos dedicarle nada. Un museo con el nombre del falangista Samaranch, calles dedicadas a Espartero, el Duque de la Victoria, ahora dicho a secas del ‘Duque’, que también nos bombardeó (no sea que con el cambio de nombre drástico hubiera algún catálogo de Ikea extraviado en el buzón que no toca), otra estatua al esclavista Antonio López… ¡Aupa! ¡Y así vamos tirando! Enfrentándose dignas memorias entre sí, intentando que unas se sobrepongan sobre otras, y sobre todo, ¡cuidado! Con memorias ‘plurales’ que no ofendan a quien debería sentirse avergonzado. Y acusándose unos a otros de sectarios por defender la memoria de barceloneses de los que todos nos deberíamos sentir orgullosos.