Volver a empezar, con la inmersión como trasfondo

Las vacaciones resultan siempre cortas. Aunque te vayas muy lejos y te sumerjas en un mundo lleno de exotismo, cuando vuelves a casa la realidad abruma. Todo está en su sitio, como si no hubieran pasado los días. También es verdad que si no tomas la precaución de desactivar las redes sociales, la cotidianidad del mundo al que perteneces va contigo en el bolsillo a todas partes. Polémicas estivales, como la cuestión del burquini, o noticias trágicas, como el terremoto que ha destruido pueblos enteros de Italia, inundan las largas sobremesas que siguen a la cena, la hora más fresca del día.

Si hablamos de política, este año esa sensación de estar donde lo dejaste antes de las vacaciones es todavía más acusada que nunca. Casi se podría decir que vivimos un momento de parálisis. A pesar de las demostraciones exageradas e hipócritas de los negociadores del PP y C’s ante un pacto ful, ese falso pacto no servirá para nada porque, diga lo que diga el papelito final, sin el concurso del PSOE o del PNV no hay investidura posible. Ese es el drama de Ciudadanos, como ya expliqué en el último artículo de la temporada pasada. Pretendía ser el partido bisagra español y tanto en el 20-D como en el 26-J no consiguió los clavos para apuntalarse. La decepción ha provocado que el partido naranja haya echado mano del nacionalismo español más que en tiempos del “naranjito”, pese a la insistencia de algunos comentaristas en denominarles liberales. Rivera y su prole lo llaman patriotismo, pero es, en muchos sentidos, xenofobia contra las minorías nacionales en España, especialmente la catalana. Lo ha descrito muy bien Suso del Toro en la tribuna de opinión La mitad de Cataluña no está loca (la otra mitad tampoco): “La hostilidad xenófoba hacia los catalanes parece algo tan natural porque se basa en la histórica ignorancia», incluyendo la incapacidad congénita de los españoles castellanistas de pronunciar con respeto los nombres catalanes, de personas o topónimos.

Es por ello que C’s puso sobre la mesa de negociaciones con el PP la cuestión de la supresión de la inmersión lingüística en Catalunya. Ciudadanos ya nació con ese objetivo e incluso uno de sus animadores en tiempos taxidermistas, Arcadi Espada, esparce hoy teorías genocidas contra las lenguas minoritarias con argumentos morales y económicos extravagantes. Los nazis también empleaban ese tipo de justificaciones para barrer a judíos, gitanos, homosexuales y demócratas. Espada y la corte de catalanes acogidos en los diarios nacionalistas de Madrid son intransigentes incluso con las propuestas pretendidamente conciliadoras de gente de su misma cuerda. En un artículo publicado en mayo del 2015, Algo hay que hablar, Espada cargaba contra una propuesta de Mercè Vilarrubias, una catedrática de Inglés próxima al sector socialista de SCC, que defendía promulgar una ley de lenguas que dotara de igual rango de oficialidad en toda España al castellano que al catalán, al euskera y al gallego. Vilarrubias cayó en un instante suizo, echando mano de la metáfora que Carl E. Schorske aplicó a Europa. Pero los extremistas incluso condenan a los aliados que consideran timoratos. Y los federalistas lo son. Las huestes pimargallianas de Ada Colau deberían tomar buena nota de ello.

La simple mención a esa posible igualdad lingüística en un mismo Estado le lleva a garabatear palabras que ningún demócrata culto sería capaz de escribir en ninguna parte del mundo: “De ahí que la proliferación de lenguas atente contra la función del lenguaje, que es posibilitar la comunicación humana. Y de ahí que sea obligación moral de los hombres trabajar para que el número de lenguas disminuya y abstenerse de someter ninguna de ellas a carísimos tratamientos en la sala de reanimación artificial”. El fanatismo es atrevido, y Arcadi Espada lo es, como Enric Hernández, el partisano director de El Periódico, quien es capaz de afirmar en Twitter que en Catalunya el castellano está arrinconado basándose en que en la UCE de Prada se dio voz al colectivo Koiné, que propugna lo mismo —¡oh, paradoja!— que Espada para España: que en la Catalunya independiente el catalán sea la única lengua oficial. Cuando la defensa de la nación pura es más importante que ganar un Estado que garantice su continuidad, esas cosas ocurren. Es abono para nacionalistas.

Los que pensamos que es una gran tontería atreverse a afirmar, como hizo Espada, que “una lengua suele ser un desgraciado factor de diversidad”, defendemos una Catalunya independiente plurilingüe, con el catalán y el castellano como lenguas oficiales, sobre todo porque, a diferencia de ese fanático inquisidor, celebramos la diversidad. Lo he escrito un montón de veces y lo propagué cuando fui director de la UNESCO en Catalunya y presidente de Linguapax: la diversidad no debería ser nunca un conflicto. Al contrario, es la oportunidad de profundizar en la democracia y la alteridad. Cuando una minoría, por mayoritaria que sea dentro de un Estado, quiere imponer sus estándares, entonces estamos ante una actitud supremacista, que es lo que es Espada cuando asegura, sin dudar, que en España el castellano es la única lengua española y, por tanto, que una ley de lenguas permitiría lo que él considera una aberración: “Esa ley permitiría que un hablante del vasco no tuviera que renunciar a su idioma en ningún trato con la España oficial. Desde la Guardia Civil hasta la megafonía de Renfe (¡santo cielo!), pasando por juzgados, televisiones, Congreso y oficinas de Hacienda o cuarteles”. Qué drama, ¿verdad? Los hutus extremistas pensaban lo mismo de los tutsis cuando en 1994 perpetraron un genocidio que no fue sólo de carácter étnico, sino también político, porque eliminó a los hutus moderados y a la oposición democrática.

Los experimentos sociales terminan con artefactos mortíferos y un montón de intelectuales que los banalizan. Que en nuestro caso un buen número de esos intelectuales sean catalanes no invalida lo que digo. A Franco también le apoyaron una legión de catalanes, intelectuales o no, algunos de cuyos descendientes frecuentan hoy los despachos del Ibex35 y sostienen disimuladamente las mismas ideas que sus ancestros. Deberíamos andarnos con cuidado, porque mientras tanto los políticos catalanes no se ponen de acuerdo sobre cómo ejercer el derecho de autodeterminación —que para mí no puede ser la repetición del 9-N, que es lo que es el RUI—, hay quien nos quiere mucho mal y es capaz de todo. Ahora bien, también es verdad que por mucho que digan y pacten los negociadores del PP y Ciudadanos, la inmersión lingüística ha recibido tantos avales del TC en el pasado que los “lingüicidas” necesitarían una reforma legislativa de magnitudes escandalosas para suprimirla. Agua de borrajas, por tanto. Está claro que los intentos de practicar genocidios culturales, por decirlo al modo de Josep Benet, primero se planifican y luego se ejecutan. La suerte es que en España el gobierno está en funciones desde el invierno pasado y no puede hacer nada al respecto, y también que el futuro del pacto PP–C’s es ahora tan incierto como después del 20-D lo fue el pacto PSOE–C’s. De momento, me parece que vamos a poder comernos tranquilos los turrones, a no ser que la CUP se empeñe en derribar al Gobierno Puigdemont para facilitarles el trabajo a los supremacistas.

ELNACIONAL.CAT