Mi guía para este 11-S

1. Soy de los que creen que se malinterpreta el estado de ánimo de los que aspiran a la independencia de Cataluña. En general, no se está cansado del proceso. El procesismo ha sido un invento de los que tienen que disimular que lo habían entorpecido, o de los desconfiados impenitentes. Lo que se está es impaciente por llegar al final. Por ello, como señalan los estudios de opinión -y en contra de los profetas de calamidades-, no hay deserciones en el independentismo. Donde debería haber desesperación está en el lado del unionismo. Y el 12-S todavía habrá más.

 

2. Insisto en que el principal adversario de la independencia es la poca confianza en la propia capacidad de conseguirla. Y eso sin contar con la aversión al riesgo que se puede producir en el momento de la verdad. Es el espíritu asertivo el que se contagia y se esparce. La desconfianza la han favorecido debates internos como el del RUI, perfectamente prescindibles. O acusaciones infundadas de debilidad de unos hacia otros, para poder presentarse como legítimos herederos de la victoria final. Y, además, por las retóricas precipitadas de exclusión ideológica antes de tener las llaves de entrada al nuevo territorio político. Este 11-S ya no es «para presionar al Govern», sino para transmitirle la seguridad de que todo el mundo estará en su lugar hasta el final.

 

3. La movilización descentralizada de este año me gusta porque rompe con la tentación de querer competir contra nosotros mismos para ver si cada año somos más. La quinta gran movilización no tiene que ir de batir récords de Libro Guinness, sino que debe mostrar la perseverancia y fortaleza de las voluntades. Es necesario que el independentismo se convenza, como me enseñó el amigo Jordi Barbé -científico, casteller y judoka-, que «el suave puede vencer al duro, y el débil al fuerte». También en política.

 

4. La unidad que se necesita, y la que se demuestra cada 11-S, es la del pueblo. Nadie pregunta a quien tiene al lado ni dónde ha nacido, ni qué habla, ni qué vota. Basta saber que se va en la misma dirección. Si, además, los representantes de las diversas formaciones políticas e instituciones se quieren añadir, bienvenidos. Y, particularmente, los que aún dudan. Siempre he dicho que la mayoría independentista la dará el último que se haya apuntado, no el primero. Pero que nadie se engañe: las formaciones políticas siempre tendrán una relación de competencia entre ellas que les obligará a diferenciarse más que a fundirse en un solo actor como hacen el resto de participantes.

 

5. En todo caso, antes de salir de casa este Once de Septiembre, hagamos memoria. Todo esto comenzó como respuesta a la humillación infligida durante la aprobación de un Estatuto primero recortado en las Cortes y luego machacado por el Tribunal Constitucional. Creyeron que era la oportunidad para acabar con las aspiraciones nacionales catalanas. Y hace diez años exactos que muchos catalanes encontraron que ya bastaba, y siguieron aquel clamor de Joan Solà: «¡Plantemos cara!» Lo lideró una sociedad civil con una capacidad ejemplar de autoorganización y profundamente inspirada por cientos de testigos de dignidad nacional, como la del propio Carbonell. Esto acabó arrastrando a las instituciones, a través de las urnas, a asumir un nuevo horizonte de libertad. Y es a quien hemos confiado esta tarea titánica, extremadamente delicada y sumamente arriesgada. El resultado final, obviamente, quedará ratificado también en las urnas, en un proceso que habrá sido impecablemente popular y admirablemente democrático. La hoja de ruta final no se puede prever porque el gesto de emancipación final llegará cuando menos se espere, como suele ocurrir en estos casos. Pero todo estará a punto y, como señalará este 11-S, cuando llegue, todos estaremos en el lugar que nos corresponda.

ARA