‘Comunes’: de conservadores a progresistas?

Situémonos en los últimos años del siglo XIX. Buena parte de los científicos más eminentes daban por supuesto que el edificio de la física estaba prácticamente terminado. No esperaban ningún resultado ni ningún avance espectacular, ya que se consideraba que la física daba respuestas solventes a prácticamente a todos los fenómenos. Así, muchos científicos que trabajaban en universidades de primera línea (Harvard, Berlín, etc.) desaconsejaban a los estudiantes dedicarse a la física. ¡Y esto ocurría a las puertas de la formulación de la teoría de la relatividad y de la física cuántica!

A pesar de los consejos de sus mentores, Max Planck decidió convertirse en físico. Como campo de investigación eligió la termodinámica. Era una persona con actitudes conservadoras, también como científico. Como otros investigadores eminentes, rechazaba la teoría atómica, que veía como una ficción innecesaria. Cuando quiso estudiar la radiación electromagnética (ondas de energía) que emite un cuerpo negro a una determinada temperatura, la teoría de referencia seguía siendo la física clásica. El problema, sin embargo, era que los resultados experimentales resultaban absurdos (el cuerpo negro debería emitir una cantidad infinita de energía de alta frecuencia). Después de esfuerzos innegables, Planck propuso una fórmula empírica que se ajustaba a los experimentos (para todas las frecuencias) pero no sabía por qué era correcta. Fue entonces cuando, a pesar de sus reticencias, dio un giro en su búsqueda y recurrió a la teoría atómica.

Años antes, Ludwig Boltzmann había adoptado la teoría atómica para explicar la termodinámica desde un punto de vista estadístico. La energía se pensaba como una variable discontinua, en contra de la intuición habitual, que es de carácter continuo. Planck se dio cuenta de que si, siguiendo a Boltzmann, la energía era concebida como discontinua, podía deducir su fórmula empírica. La energía no podía tener cualquier valor sino que sólo adoptaba cantidades múltiplos de cierta cantidad elemental (muy pequeña, que llamó quantum y que dependía de la frecuencia de la onda).

Así, Planck pasó de estar en contra de la teoría atómica a pensar el mundo desde ella. Si no hubiera pensado desde el planteamiento de Boltzmann no habría podido dar el salto al mundo cuántico. Fue un paso extraordinario y ni el mismo Planck se dio cuenta de las consecuencias que conllevaba. Un paso que cambiaría todo el edificio de la física contemporánea.

Alejarse de preconcepciones en un mundo cambiante resulta a menudo decisivo, pero es un paso que no resulta fácil de hacer, ya que supone cuestionar ideas muy arraigadas con las que hemos crecido.

Hay progresistas antiguos como hay conservadores modernos. Políticamente se puede ser progresista en lo social y a la vez conservador o incluso reaccionario en el ámbito nacional. Y viceversa.

En relación al ámbito nacional, los dirigentes del espacio político de los comunes (CSQP, en Común Podemos, etc.) probablemente deberán pasar pronto a pensar y actuar desde la perspectiva del independentismo, abandonando el cómodo terreno de un soberanismo referendario pactado que no tiene ninguna posibilidad de realización práctica. Que sus dirigentes todavía no hayan dado este paso se entiende fácilmente. Intervienen tanto intereses electorales a corto plazo como las dificultades inherentes a toda ruptura de marcos mentales heredados. Sin embargo, España es tan poco permeable a un cambio constitucional en profundidad o a permitir un referéndum pactado a la británica por lo que la esperanza de estos objetivos sitúa a los partidarios de estas opciones en el terreno práctico del conservadurismo.

El principal problema de la Cataluña actual no es si manda la derecha o la izquierda, sino liberarse de la manera más transversal posible de un Estado que no respeta el país, que no lo reconoce como entidad nacional, que no le permite decidir en los ámbitos socioeconómico, político, simbólico, cultural, europeo e internacional, y que no muestra ningún interés, intención o posibilidad práctica de cambiar de actitud.

Si un referéndum pactado resulta imposible hay que cambiar tanto la música como la letra del relato estratégico de lo que significa un proyecto de progreso. La opción es la desconexión pacífica del Estado que lo impide.

Todo esto los dirigentes de los comunes lo saben. Por consistencia y honestidad deberán dejar los marcos mentales ambiguos y los intereses inmediatos que los atenazan y convertirse en verdaderos progresistas en términos de país.

En este sentido, creo que hablar hoy, por ejemplo, de un «catalanismo popular» frente a un «catalanismo conservador» (obrero/burgués) corresponde a una visión muy obsoleta de la realidad. Dejando ahora de lado (y para los historiadores) si esta contraposición conceptual resulta adecuada para el análisis de la historia del catalanismo, en el momento actual parece un relato muy antiguo, muy superado. Hoy el «catalanismo popular» es el que se muestra en las manifestaciones de los Onces de Septiembre de los últimos años. Un catalanismo que se ha vuelto hacia el independentismo tanto por motivos racionales y razonables como pragmáticos.

Equivocarse de perspectiva en algunos ámbitos les ha pasado a científicos eminentes. Galileo todavía tomaba la astrología como guía para el ejercicio de la medicina y Newton era un aficionado convencido de las posibilidades de la alquimia. Pero ambos eran muy buenos como físicos profesionales. Cuantificaban los fenómenos y se mostraban muy críticos con las ideas del pasado. Revolucionaron la manera de entender el mundo.

Planck era un físico conservador hasta que se vio racionalmente impelido a aceptar la teoría atómica. La realidad empírica es tozuda. De los políticos profesionales se espera que cambien de paradigma cuando el anterior muestra insuficiencias para su análisis y transformación, especialmente si se trata de políticos que se piensan a sí mismos como «progresistas» (se entiende que en todos los ámbitos). Las complejidades de las democracias del siglo XXI requieren pensar y actuar desde las teorías de la democracia del siglo XXI.

ARA