La libertad une, no divide

Una de las grandezas de la cultura política estadounidense es su defensa de la libertad de expresión. Tanto, que la primera enmienda a la Constitución estadounidense incluso ampara las opiniones antipatrióticas, como es el caso de los que queman banderas estadounidenses o como ha pasado últimamente con quien muestra actitudes no respetuosas con el himno nacional. Y también ha protegido a quién ha quemado libros sagrados, como los caso del pastor evangélico que quemó el Corán. La defensa de la libertad de expresión en Estados Unidos es radical.

En la cultura política española las cosas son completamente diferentes. Primero, porque el carácter sagrado de los símbolos patrióticos -los del Estado, no los de naciones como Cataluña- los convierte en intocables. Después, porque esta protección es arbitraria. Así, se puede prohibir un partido por defender la independencia, pero se pueden tener algunos legalizados que defienden la dictadura o el fascismo. Finalmente, porque si, en el primer caso, la libertad de expresión se entiende como un elemento fundamental de cohesión, -es decir, quemar la bandera estadounidense no se puede usar como excusa para considerar que la sociedad está dividida -, aquí, esta misma libertad de expresión se ve culpable de romper la cohesión social.

Esto explica por qué es posible que en Cataluña, hace ya muchos años, haya quien aprovecha la celebración de la fiesta nacional para tratar de dividir a la sociedad catalana en beneficio propio. Y no es de ahora, por culpa del independentismo. Las ausencias de determinados partidos en las celebraciones del 11-S han sido tradición. La utilización del homenaje a los patriotas catalanes de 1714 para crear la impresión de conflicto social es antigua. También, a veces, en sentido contrario, con algunas coacciones a la libertad de expresión no catalanista o no independentista. Pero vaya: si se hiciera un recuento preciso, quedaría claro en qué lado se manifiesta la intransigencia, sobre todo porque es la que está protegida por la arbitrariedad de una limitadísima idea de la libertad de expresión. Recordemos: hay que ir muy lejos -a Corea del Norte, a China, últimamente a Turquía…- para encontrar estados que puedan prohibir la salida de un diario, como sí ha ocurrido en España.

Es significativo que los que siempre se presentan como los defensores de lo «que interesa a la gente» o los críticos de lo «que no interesa» sean los más susceptibles, precisamente, a la libre expresión de los ciudadanos e incluso de sus gobernantes. La utilización de una fiesta nacional como del Once de Septiembre para dividir a los catalanes, en un país que ama la libertad, no se puede atribuir a quien la aprovecha para hacer oír sus ideas o sus proyectos políticos, algo absolutamente legítimo. Dividen los que se oponen a esta libertad de expresión, convirtiéndola en causa de conflicto. Otra cosa es que, como cantaba Brassens, y haciendo un uso legítimo de la libertad de expresión, haya quien considere que no le interesa el patriotismo y se quede en casa vagueando mientras una buena parte de la ciudadanía participa bien sea en un desfile militar, bien sea en una manifestación cívica. La libertad de expresión ampara la discrepancia más radical.

Lo que es condenable, en cambio, es querer dividir una sociedad, o una ciudad como Terrassa, debido a que los que no piensan como ellos hagan un uso legítimo de la libertad de expresión.

http://www.diarideterrassa.es/opinion/2016/09/10/llibertat-uneix-divideix/37483.html