Barcelona, de Cristóbal Colón a Francesc Macià

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Barcelona en 1492 –el año en qué Colón puso el pie en América- era una pequeña ciudad que tenía escasamente 30.000 habitantes. En aquellos años ya ejercía la capitalidad incuestionable de Catalunya –ninguna otra ciudad del país superaba los diez mil habitantes. Pero en el ranking mediterráneo y europeo ocupaba un sitio modesto, muy lejos de los grandes centros urbanos del continente: París, Roma, Venecia, Florencia, que superaban sobradamente los 300.000 habitantes. Y su trama urbana ni siquiera ocupaba la totalidad del espacio amurallado. El actual barrio del Raval era un espacio agrícola intramuros.

Había perdido la mitad de la población en relación a los años de plenitud del siglo anterior. La Peste Negra, la crisis económica general que asolaba Europa, y las guerras civiles catalanas -las revoluciones agrarias populares- habían diezmado la población hasta reducir la gran ciudad que había sido, a un pueblo grande. En aquella misma época, Valencia –que tenía 75.000 habitantes- y Nápoles –que tenía 60.000- eran las grandes ciudades de la corona catalano-aragonesa. Barcelona ejercía como capital política pero Valencia y Nápoles la habían relevado en su condición de capital económica y cultural.

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Barcelona en 1535

Barcelona en la época de Casanova

Durante dos siglos –el espacio de tiempo entre 1497 y 1714- Catalunya duplicó población, y pasó de 250.000 a 500.000 habitantes. Pero esta inercia positiva no tuvo correspondencia en el crecimiento demográfico de la ciudad. En la víspera del conflicto de Sucesión (1705) Barcelona albergaba una población de 35.000 habitantes. El Raval todavía era el pulmón verde de la ciudad, pero ya alternaba cultivos y construcciones -conventos y palacios. Nápoles –con 200.000 habitantes- y Valencia –con casi 100.000- lideraban el ranking de ciudades de la corona catalano-aragonesa.

En el umbral de 1700 Barcelona ya mostraba síntomas claros de recuperación. Se habían concluido las obras del muelle –financiadas por la clase mercantil local- y el puerto recuperaba los niveles de actividad comercial anteriores a las grandes crisis de 1400. Se intensificaba el tráfico naval con los puertos atlánticos de Lisboa, Bilbao, Amsterdam y Londres. Barcelona no ganaba habitantes, pero en cambio la población extramuros, las villas del pla de Barcelona –Sants, Horta, Sant Andreu y Sant Martí- crecían vertiginosamente.

La Barcelona de la ocupación

A partir de la derrota de 1714 varía decididamente la tendencia estacionaria de Barcelona. El largo periodo de paz que abarca la totalidad del siglo XVIII –inédito desde el siglo XIV- impulsa un crecimiento demográfico colosal. La clase mercantil barcelonesa -educada en las ideas ilustradas de influencia francesa e inglesa- transforma el paisaje de la ciudad. Se recuperan los grandes obradores -arruinados durante el asedio y ocupación- precursores de las fábricas industriales. Se urbaniza la Barceloneta -la playa intramuros- con los vecinos del barrio de la Ribera que Borbón desahucia para construir la Ciutadella.

En 1787 Barcelona alojaba una población de 100.160 habitantes. Pero se mantenía vigente la prohibición borbónica de construir en un amplio radio extramuros. Pretendían el espacio libre por si convenía asediar y bombardear de nuevo la ciudad. La ciudad crecía en horizontal y ocupaba el cuarto lugar en el ranking penínsular, superada por Lisboa y Madrid, que tenían 180.000 y 150.000 respectivamente, y por Valencia, que tenía 103.918. Pero el tejido social era muy diferente. En Barcelona -y en Valencia- el peso principal estaba formado por fabricantes, artesanos y jornaleros. En cambio en Madrid, estaba formado por militares, empleados del Rey y criados en general. Y Lisboa era una mezcla de los dos modelos.

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El Passeig de Gràcia, el año 1905

Barcelona en la Revolución Industrial

En 1857, en plena Revolución Industrial Barcelona tenía 183.787 habitantes. Entonces ya era la tercera ciudad peninsular (Madrid tenía 281.000 y Lisboa superaba ligeramente los 200.000). En aquellos años la sociedad barcelonesa dibuja un paisaje de marcadas desigualdades sociales y económicas. Son los días de los alborotos y de las revueltas con un carácter marcadamente reivindicativo. Las condiciones de habitabilidad eran pésimas. Imperaba el modelo de la vivienda multifamiliar. Sobre todo entre la clase obrera. El mito del realquilado: un piso ocupado por varias familias que se distribuían las habitaciones y compartían la cocina.

Barcelona, recluida dentro de las murallas, era un hervidor de viviendas, tiendas, tabernas, hostales, obradores, fábricas y conventos. Calles estrechas de trazado medieval que progresivamente se oscurecían a causa del crecimiento horizontal de las construcciones existentes. Son los años de las primeras revueltas obreras, del triunfo por el derrumbe de las murallas y del primer rastro sobre el perímetro exterior. Se urbanizan los espacios de las Rondes, que ofrecían mejores condiciones de salubridad y que son ocupados por las clases acomodadas. Se ponen a debate varios planeamientos urbanísticos, y Barcelona mira hacia el norte. El Plan Cerdà. El Eixample.

A su alrededor –en las villas del pla de Barcelona- la población había crecido espectacularmente. Algunas fábricas –sobre todo las mayores- que no tenían espacio dentro de la Barcelona amurallada se habían implantado en los pueblos. En 1857, Gracia tenía 17.147 habitantes (poco menos que Reus, Lleida o Tarragona). Sant Andreu tenía 10.297 (casi como Girona). Sant Martí de Provençals y Sants tenían 7.096 y 6.739 respectivamente (como Vilafranca o como Granollers). I Sarrià y Horta tenían 3.860 y 2.626 (el mismo censo que Cervera o que Montblanc). En el pla de Barcelona vivían 232.000 personas, no demasiado lejos de las 281.000 de Madrid, o incluso más que las 190.000 de Lisboa.

Barcelona en los días de la guerra de Cuba

El año 1897 -en plena guerra de Cuba- la ciudad de Barcelona había más que duplicado población con respecto al censo de cuarenta años antes. Censaba a 509.859 habitantes. El derrumbe de las murallas había resultado definitivo. La trama urbana crecía siguiendo el dibujo de Cerdà. El espacio habitacional ganaba terreno en dirección norte. Barcelona formaba un continuo urbanístico a Gràcia (que rozaba a los 50.000 habitantes y era la segunda ciudad del Principado). Y las fábricas se desplazaban hacia levante (Poble Nou) y hacia poniente (Sants). Si bien Madrid censaba a 512.150 habitantes (Lisboa tenía 351.000), el pla de Barcelona se convertía en el espacio urbano más poblado de la península Ibérica.

Y sobre todo, Barcelona recuperaba la condición de gran ciudad en el escenario continental europeo. Una condición que había ostentado durante los siglos centrales de la Edad Media –la etapa de plenitud del imperio catalán del Mediterráneo-, y que había perdido con posterioridad a las crisis de 1400. En el umbral del siglo XX, Londres, que era la gran capital europea, había superado a los seis millones de habitantes, y París se aproximaba a los tres millones. Pero la mayoría de capitales políticas y económicas de Europa albergaban un volumen de población similar a Barcelona.

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La huelga de tranvías de 1914

Barcelona en el año de Macià

En 1931 -el año que el president Macià proclamó la República catalana-, Barcelona había vuelto a duplicar población. Era la cuarta vez que lo hacía en un espacio de tiempo de doscientos años. En aquellos días Barcelona albergaba 1.005.565 habitantes. Superaba a Madrid -por primera vez desde la época de Colón- que censaba 952.832. Y se convertía en la ciudad más poblada de la península Ibérica. A su condición de capital demográfica sumaba también su condición de capital económica y cultural, y se situaba de lleno en el circuito de las grandes capitales europeas. El equivalente a la «Champions» de las ciudades.

Son los años del charlestón, del vaudeville y del cine mudo. Del Paral·lel y del «barrio chino». Son los años de las grandes exposiciones internacionales y de las grandes manifestaciones artísticas. De la expresión arquitectónica y urbanística –el modernismo-, pictórica –el cubismo-, y literaria y periodística –el vanguardismo. Son también los años de la popularización de la práctica deportiva, y del nacimiento y consolidación del deporte como espectáculo de masas. Que esbozaron el dibujo definitivo de la Barcelona actual. El París del sur. Del Mediterráneo.

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La Rambla de Canaletes en 1920

http://www.elnacional.cat/es/opinion/barcelona-colon-macia-pons_111853_102.html