El hedor del antiguo régimen… tic-tac, tic-tac, tic-tac …

El antiguo régimen está  en descomposición. Ya nada se aguanta del todo derecho. Y las maderas y las cerchas que sostenían el viejo edificio se pudren inexorablemente. La nueva política se hace vieja de repente y la vieja se aferra a los pocos vestigios que permanecen de lo que un día fue. La desintegración no respeta nada ni nadie. Y los buitres se aproximan cuando huelen los cadáveres que ha dejado la devastación.

El PP aguanta tambaleándose entre paredes sucias de corrupción, caciquismo rural y autoritarismo. El PSOE se colapsa a marchas forzadas (¡qué espectáculo, ayer!). Sigue todo detalle los pasos de la delegación catalana. Podemos se resquebraja por dentro y el brillo de lo que era nuevo comienza a deslucir y deja ver la capa vieja y oxidada de una estructura antigua. Ciudadanos fracasa estrepitosamente en el intento de ser la España renovadora edificada sobre el odio nacionalista español de siempre. O peor.

Todo liga. Todo cuadra. Es la degradación de un Estado ineficiente que tan sólo pudo aguantar mientras las armas, las amenazas y la fuerza servían para acallar a la gente. Y la una que ha llevado la otra. ¿El independentismo catalán consecuente ha sido el tropiezo de esta caída? ¿Ha sido el hedor de putrefacción lo que ha despertado a los catalanes para encontrar una salida? Es también una especie de huevo y gallina. Y ya sabéis quién es el huevo y quién es la gallina.

El referéndum. Sí. El cambio de ‘unilateral’ por ‘vinculante’ o -aún mejor- referéndum y basta es absolutamente decisivo. Porque lo importante no era el cómo, sino el qué. Y ahora este que activa muchos procesos paralelos. De entrada, irrita y estimula el Estado español, que puede cometer algún error definitivo contra un procedimiento democrático. Si el referéndum hace saltar la cabra, ya habrá cumplido una buena función. Luego también compromete a los comunes, que han heredado el papel y los modos de Duran diciendo que quieren lo que no hacen nada para conseguir. El referéndum (y sobre todo la fecha en que se hará) activa muchos mecanismos diplomáticos en las cancillerías de Europa y el mundo. Las carpetas de Cataluña han pasado esta noche del medio de la pila a lo alto.

Y tengo la impresión de que la propuesta y las formas de ayer del presidente Puigdemont hicieron otra cosa que era tan importante o más que todas las anteriores: insuflar fuerza, aire y esperanza a los cuerpos un poco desinflados de los independentistas de lo cotidiano. Aquellos que no viven ni del proceso ni para el proceso y que ahora piensan que todo el esfuerzo no caerá finalmente en tierra estéril. Nadie estaba cansado, sino impaciente. Y esta impaciencia venía en buena parte de no tener el horizonte claro. Y diría que Puigdemont ayer sopló muy fuerte para desvanecer la niebla y dejar un cielo muy raso.

Todo liga. Todo cuadra. Y mientras el antiguo régimen desfallece, aquí se activa más que nunca la revuelta democrática más grande y más importante de Europa y buena parte del mundo. Cualquier Sunzi suficientemente atento diría que ahora es el momento de ir a por todas. Shakespeare diría que algo huele a podrido en el Reino de España. Y lo cierto es que se siente aquel hedor de la Unión Soviética. Aquel olor a cerrado, de humedad, a moho… de antiguo régimen. Aquel tufo de poder cuando se siente -y se sabe- impotente. Mientras siento este hedor, también escucho el tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac de la cuenta atrás que ayer se activó. O, mejor dicho, que hoy activarán los diputados que pulsen el botón del sí de la cuestión de confianza. Porque es eso y nada más: cuestión de confianza.

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