Los fantasmas caducos

Cuando Mas adelantó las elecciones apelando al derecho a la autodeterminación –»este parlamento lo ha votado varias veces y ya es la hora de aplicarlo»– empezó a circular la idea de que, tal vez, los españoles asesinarían al president de la Generalitat como si fuera Pau Claris o J.F. Kennedy. Ahora que el país ya está un poco más curtido, los rumores que se hacen circular para asustar a las padrinas son más peregrinos.

Desde que Puigdemont anunció el referéndum se dice que los políticos están preocupados por si los Mossos d’Esquadra obedecen las órdenes de Madrid cuando el gobierno ponga las urnas. La muerte repentina del comisario David Piqué ha ayudado a barnizar de dramatismo un improbable escenario represivo. El difunto comisario era un patriota y dicen que su pérdida deja a la policía autonómica en manos de los sectores españolistas.

Estos miedos vienen acentuados por las actuaciones de los tribunales. Aun así, si observamos el panorama con serenidad, veremos que justamente es la actividad jurídica la que nos indica que nadie se ensuciará las manos impidiendo físicamente un referéndum. Además, ya se vio con el asunto de las banderas estelades en la final de la Copa del Rey o en las consultas de Arenys de Munt. La justicia española está controlada por los ultras y a veces también juega de farol.

Si Mas y Forcadell se encuentran en el punto de mira de los tribunales es porque hasta hoy el independentismo ha seguido una estrategia incoherente y ha jugado con fuego intentando dar gato por liebre. Con el tiempo se verá que han sido los mismos miedos del independentismo, y las trampas que se han hecho jugando al solitario, lo que ha dado margen a los jueces españoles para intentar disfrazar de cuestión legal a lo que en realidad es un conflicto puramente político.

Ahora que el procesismo de las sonrisas se siente atrapado, algunos de sus propagandistas recomiendan a Mas que cambie de estrategia y proclame que el 9-N desobedeció al Estado. De cara a la situación política sería más efectivo admitir que el expresident se equivocó intentando manipular la legalidad española para no romper con las estructuras políticas de la transición. Sería más lógico aceptar que no tenía sentido querer poner al servicio de los catalanes un sistema legal que incluso impide juzgar al franquismo.

Si Margallo dice que el independentismo avanza a toda máquina desde las Naciones Unidas no es a causa del 9-N, como dicen algunos propagandistas, sino porque la táctica de intentar folklorizar el principio de autodeterminación confundiéndolo con una encuesta participativa no ha funcionado. Margallo sabe que no es suficiente con los tribunales españoles para impedir un referéndum. Supongo que también debe ser consciente que, después del drama socialista, la unidad de España es la última coartada que le queda al régimen del 78.

Ahora que la fiscal general del Estado ha dado instrucciones para que se obstruya la investigación de la jueza Maria Servini sobre los crímenes del franquismo, el referéndum es un espejo inmenso que Catalunya pone sobre la historia de España y las élites que pilotaron la Transición. Con un parlamento que insta al gobierno a convocar un referéndum con una pregunta binaria y vinculante –y sin un mínimo de participación-, cada día se verá más claro hasta qué punto eran demenciales los debates que marcaron el 9-N y el 27-S.

Ante un panorama que los pone en evidencia, es humano que algunos políticos e intelectuales busquen excusas –o tomen medidas propias de El Padrino, como Felipe González–. Aun así, también es muy ridículo. Puigdemont ha recordado con sentido del humor que el referéndum se ha votado con 72 votos a favor, 11 abstenciones y ningún voto en contra. El unionismo también verá pronto que hace el primo confiando en la capacidad intimidatoria del Estado –además de perjudicar a sus votantes–. Eso por no hablar de los chicos de Fernández Teixidor, que quieren crear un espacio liberal en Catalunya y lo primero que hacen es excluir el independentismo.

Seguro que un día nos podremos reír todos juntos de la casa de locos en la que se ha convertido la España constitucional y la Catalunya autonómica, con tantos fantasmas caducos aullando en los sótanos y arrastrando sus cadenas.

ELNACIONAL.CAT