Procesismo republicano

La exposición del Born, con esa estatua de Franco en la calle que parece Sleepy Hollow interpretado por los okupas de Can Vies, finalmente no servirá para consolidar el marco ideológico que sus promotores querían imponer en Barcelona. La idea de contraponer el simbolismo de 1714 con el de 1939 ha caído por su propio peso, igual que el pujolismo siempre ganó a los socialistas.

Para entender que la Guerra de Sucesión y la Guerra Civil responden al mismo esquema histórico es suficiente ver un reportaje inofensivo como el que pasó ayer el telediario sobre los últimos inquilinos de la Pedrera. Ver a aquellas señoras hablando en castellano en un edificio que Gaudí llenó de simbología patriótica y de inscripciones en catalán, explicaba bien cuál fue el objetivo último de la guerra y de la dictadura.

Entre el folclore independentista y el folclore comunista ganará siempre el primero porque cae más cerca de la verdad y porque no necesita esconder pactos vergonzosos con los totalitarismos europeos ni con los herederos de la dictadura. El fantasma de Franco no desaparecerá de Catalunya hasta que Catalunya no sea libre de tener un Estado independiente. Aunque sea porque impedirlo era la obsesión que movió a los militares que se alzaron y el legado más vivo de su política.

Si el grupo de Ada Colau ha demostrado alguna cosa impulsando la exposición del Born, ha sido que el odio a Convergencia no es fruto de un amor más refinado al pueblo de Catalunya, sino de un deseo más prosaico de ocupar como sea su espacio político. La exposición del Born ha sido una operación para responder al «procés» independentista creando un «procesisme» republicano, igual de folclórico y falsario. Por eso desde el punto de vista técnico la exposición es una chapuza.

Manuel Risques, que ya me parecía anticuado cuando me daba clases en la Facultad de Historia, puede ser un señor eficaz ordenando datos pero es más gris que el humo de una chimenea de la revolución industrial. Nunca ha tenido imaginación para interpretar el pasado y no se espera que la tenga ahora. A Ricard Vinyes no lo conozco tanto, pero ya se ve que su oportunidad de influir en el imaginario de una capital como Barcelona hace tiempo que pasó.

Uno de los dramas del Ayuntamiento de Colau es que está en manos de ideólogos tan o más horteras que los que dominan Junts pel Sí. Mientras que el independentismo ha despertado una especie de segunda adolescencia en algunas vacas sagradas del país, Barcelona en Comú ha dado a los veteranos de la izquierda la oportunidad de desplegar el resentimiento acumulado por la caída del Muro de Berlín y los fracasos de su ideología.

Ahora que los coches automáticos están a punto de revolucionar la economía de Occidente y que el paréntesis histórico abierto por la Pax Americana toca su fin, la política catalana corre el peligro de quedar estancada en sucedáneos de los imaginarios de la Transición. Mientras las generaciones educadas por la dictadura sigan dominando los discursos hegemónicos será difícil que aflore un lenguaje nuevo, capaz de responder de manera libre y moderna a las viejas intuiciones reprimidas por el Estado.

El guerracivilismo es la última trinchera cultural que le queda al Estado para intentar evitar la autodeterminación de Catalunya. El frontismo que el PP está organizando contra Pablo Iglesias, una vez que el PSOE ha quedado anulado, es un intento de arrastrar la política catalana a la arena española. El Estado trata de ganar tiempo retrasando el curso de la historia, con la esperanza de que la situación internacional le ayude a doblegar Catalunya, al igual que pasó en 1714 o en 1939. En esta batalla por el futuro no hace falta decir que Barcelona es una plaza decisiva.

Si Ada Colau quiere hacer alguna cosa seria para mantener viva la memoria del franquismo, aquí va una sugerencia: que denuncie al Estado ante la justicia internacional por subsidiar hasta entrada la democracia los aviadores italianos que bombardearon Barcelona.

ELNACIONAL.CAT