Las debilidades de los demás

Francia. Un país lacerado por el terrorismo yihadista, con un estado de bienestar cada vez más difícil de sostener, con un crecimiento económico modesto (1,2% del producto interior bruto -PIB- en 2015), con un déficit considerable (3,5% del PIB en 2015) y con una deuda pública que bordea el 100 por cien del PIB. Casi el veinte por ciento de la población es inmigrante y se encuentra en los sectores de los descendientes de la inmigración magrebí, ya de nacionalidad francesa, en los que se dispara el índice de paro y la conflictividad social. No es extraño que con este panorama se dibuje en el horizonte la figura inquietante de Marine Le Pen y el proyecto populista de ultraderecha que encabeza para las elecciones presidenciales de 2017, una nueva amenaza para la Unión Europea.

Francia, con una parte del territorio catalán dentro de sus fronteras, nunca ha sido proclive a apoyar la causa de la independencia del Principado. Aún menos lo será en la situación de asedio externo e interno que, con toda probabilidad, le espera para los próximos años. La situación de bonanza mitigaba el independentismo catalán y desplazaba en su mayoría la urgencia de un cambio de marco político en España y en Europa. Con la crisis, la opción secesionista se refuerza por vías democráticas pero el panorama internacional en el que emerge se vuelve mucho más agrio. Ya no sólo se trata de que la Cataluña soberana aparezca como un proyecto de supervivencia para la nación catalana, es que su irrupción puede amenazar aún más la supervivencia de los demás, incluso la de aquellos, como Francia, cuyo poder parecía inamovible. Por eso no basta con lograr una mayoría interna incontestable, es necesario que el proyecto independentista se revista con medios de poder y de acción diplomática capaces de navegar en un contexto internacional al borde del colapso, turbulento y hostil, un contexto que, como ha sucedido siempre en la historia y los catalanes lo hemos conocido en carne viva (1640-1652,1705-1714,1808-1814,1936-1939), puede convertirse en una oportunidad para las pequeñas naciones audaces pero también puede conducir al desastre sin paliativos.

La independencia de Cataluña puede profundizar en la crisis francesa. Pero a España la puede arrastrar directamente hacia la descomposición. Hablamos de una España con más de un año sin gobierno (en parte debido a la cuestión catalana), con un paro que supera el veinte por ciento de la población activa, con un déficit más allá del 5% del producto interior bruto y con una deuda pública que ya hace tiempo que rebasó el 100% del PIB (1.100.736 millones de euros).

Hablamos de un Estado con varias minorías nacionales (vascos, gallegos, otros territorios de la nación catalana como Valencia y las Islas) en las que la pulsión secesionista se podría hacer más intensa si se creara y se consolidara un nuevo sujeto soberano. Hablamos de una España que tiene muy poca influencia en el concierto internacional (¿alguien ha percibido la presencia de la diplomacia española en los dos años que han ocupado una silla en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas?) Sin ser invitada ya a las cumbres europeas dedicadas a hacer frente a las diversas crisis por las que atraviesa la Unión, con instituciones de esta organización sancionando la retahíla de incumplimientos españoles a la legislación europea y con otras organizaciones de ámbito continental dedicadas a revelar los agujeros negros del sistema político español como la escasa independencia de su poder judicial. Es por esta serie de circunstancias que García-Margallo, traicionado por sus pensamientos, cuando se refiere al gran horror que según su perspectiva comportaría la independencia catalana, no habla de la secesión de un territorio sino de la «disolución de España».

Nos encontramos, pues, en una fase en la que el gran obstáculo para la Cataluña libre no son las incertidumbres sobre la viabilidad del nuevo Estado que se cree sino las incertidumbres para la viabilidad de los estados existentes o cómo el cambio catalán acentuaría las debilidades de los otros.

EL PUNT-AVUI