El síndrome del ay, ay, ay…

Buena parte de los catalanes, en muy pocos años, hemos hecho un gran cambio de mentalidad. Hemos pasado del «No es posible conseguirlo» a «tenemos el derecho de probarlo». Hemos dejado de considerar la pertenencia a España como una fatalidad y ahora creemos que, al menos, nos pertenece el derecho de cuestionarla. Pero a muchos catalanes nos falta terminar de dar el último paso: tener la convicción de que, si lo queremos, lo tendremos. Que está realmente en nuestras manos. Que somos capaces de hacerlo porque es la independencia mejor preparada de la historia. Que en el momento de la verdad tendremos suficiente coraje para conseguirlo. Que esto ya es imparable.

De las causas de la desconfianza ya he hablado otras veces. La teoría de Martin Seligman sobre la indefensión aprendida -‘learned helplessness’- ya ha sido aducida como una de las actitudes interiorizadas más difíciles de superar, tanto en animales como en personas. Fácilmente puedes desarmar cognitivamente a un grupo de alumnos si les sabes hacer dudar de su capacidad intelectual (en YouTube se puede ver una demostración de la psicóloga Charisse Nixon en sólo cinco minutos). En nuestro caso, esto se agrava porque hay personajes influyentes en la opinión pública dentro del mismo independentismo que se dedican a alimentar la indefensión siguiendo este deporte nacional que consiste en minar la autoestima y sabotear todo lo que sea sospechoso de caer en el pecado del optimismo y que rápidamente es calificado de autocomplacencia ingenua.

La otra teoría que explica esta debilidad inducida es el «autocumplimiento de profecía» -‘self-fulfilling prophecy’- de Robert Merton. La profecía parte de una proposición falsa, pero el hecho de anunciarla favorece que se cumpla. Es una idea paralela a la de William Thomas, que afirmaba que «lo que es definido como real, es real en sus consecuencias». Intentad gritar «¡fuego!» en un cine, aunque sea mentira… O es lo propio de los adultos que proyectan sus miedos e inseguridades en las criaturas el primer día que cogen una bicicleta: «Cuidado que caerás, que caerás, que caerás…» hasta que la profecía se cumple después de hacer tambalear la autoestima del niño.

Bien, pues: buena parte del independentismo vive abrumada por lo que podríamos llamar el síndrome del ‘ay, ay, ay…’, y que se expresa en esta obsesión por buscar y encontrar debilidades a los políticos que se han puesto al frente y que arriesgan o ya han tirado por la borda de manera probada sus propias carreras políticas y las confortabilidades personales. Lo explicaba muy bien Vicent Partal en su editorial del pasado martes en Vilaweb: «Es injusto tratar así a nuestros políticos». Del mismo modo que es una insensatez sobredimensionar las lógicas desavenencias dentro del Gobierno, dentro de la ANC o, en general, en el independentismo.

Que quede claro que no estoy reclamando una benevolencia condescendiente ni que se mire hacia otro lado respecto de las debilidades del proceso político más difícil y arriesgado que habrá vivido la nación catalana. Por el contrario, necesitamos aplicar la máxima exigencia crítica. Pero esto no tiene nada que ver con el ‘ay, ay, ay’ superficial, gratuito e inútil que mina la autoestima que necesitamos para encarar el tramo final del desafío.

Será entonces, en los momentos más difíciles, cuando habrá que ver de dónde vienen las debilidades. Será entonces cuando tendremos que pasar por el juicio de los hechos a los profetas de calamidades, a los que nos aplican fatalidades históricas como quien diagnostica una enfermedad incurable, a los que desprecian el coraje y la inteligencia de nuestros líderes y a los que minan nuestra autoestima. Entonces, los hechos desmentirán las falsas profecías, o, al contrario, confirmarán que con su ‘ay, ay, ay’ habrán conseguido que se cumplan.

ARA