Guerra a los referendos

1. PATERNALISMO.

El Brexit está sirviendo para poner en cuestión uno de los procedimientos más clásicos de participación ciudadana: el referéndum. Como todo, los referendos son fantásticos mientras dan los resultados deseados -generalmente, la legitimación del que manda- y son una irresponsabilidad cuando rompen los esquemas y no siguen el guión previsto. Es innegable que un referéndum es una apuesta delicada, en la medida en que se juega a cara y cruz y deja poco espacio a las rectificaciones. Vivimos momentos de gran desconfianza respecto a la política: la gente está harta de votar a unos políticos para que en gobiernen otros que no ha elegido nadie; los gobernantes se están mostrando muy impotentes a la hora de poner límites a los excesos de los mercados; los dirigentes políticos se comportan cada vez más como una casta cerrada que escupe (marcándolos con la etiqueta de populistas) a los que quieren penetrar en su espacio corporativo, y la política ha perdido capacidad de crear sentido. En estas circunstancias, el referéndum es una tentación: una oportunidad para los ciudadanos de estropear los planes oficiales, de desafiar la arrogancia de los que anuncian escenarios apocalípticos si no se vota lo que es necesario.

Si Gran Bretaña se hubiera quedado en la UE estaríamos celebrándolo. El problema no es el referéndum, sino que la gente se tome la libertad de romper moldes cuando se le da poder para decidir. Ahora toca decir que será un desastre porque los que mandan siempre tienen razón. Y aquí está el problema: detrás del cuestionamiento de los referendos hay un paternalismo insoportable. El mismo que impedía a la mayoría de la gente votar y que negó el voto femenino hasta hace cuatro días. No están preparados para decidir. Hay algo peor que la mitificación del pueblo: la mitificación de los expertos y de las élites.

El cuestionamiento del referéndum va ligado al discurso del gobierno de los expertos. Deben gobernar los que saben. Es evidente que los ciudadanos se equivocan. Lo hacen a menudo. Si no hubieran elegido a George Bush hijo como presidente de Estados Unidos, por ejemplo, hoy seguramente el mundo sería más seguro. Pero precisamente fueron el electo y sus expertos los que hicieron los disparates por los que nunca han tenido que asumir ninguna responsabilidad. En los referendos los ciudadanos toman una decisión en función de la pregunta que se les ha planteado, en las elecciones escogen el supuesto experto que debe decidir. Pero en ambos casos no es el ciudadano el que tiene la iniciativa: la pregunta y la acción política están en manos del que manda. El debate tiene trampa. Poniendo en duda el referéndum lo que se hace es seguir fortaleciendo la oligarquización de la democracia y alejando a la ciudadanía de un régimen en el que teóricamente le corresponde la última palabra, aunque sea para delegarla.

 

2. ESPACIOS DE SENTIDO.

Encantado. El cuestionamiento de los referendos viene muy bien a España para deslegitimar la pretensión del independentismo. La globalización se ha convertido en la gran coartada del inmovilismo: la capacidad de decisión es limitada, vamos a espacios políticos de escala más grande, dicen. Las dificultades de Europa y las incertidumbres de la globalización deberían hacer reflexionar. No hay liderazgo capaz de construir un sentido global que dé perspectiva a la ciudadanía. La formulación de espacios de sentido locales desde los que hacer más asumible la articulación con instituciones supranacionales compartidas y con una economía globalizada se dará cada vez más. El caso catalán es un ejemplo. El referéndum es una manera de desdramatizar estas situaciones, dando la palabra a los ciudadanos, con una pregunta clara y unas condiciones aceptadas por todos. Pero el poder es coacción. Y prefiere el conflicto a los riesgos de una solución acordada, al menos hasta que no le quede más remedio. Hace bien Puigdemont de anticiparse interpelando el nuevo gobierno con el referéndum. Vienen momentos de alta tensión, pero tarde o temprano la consulta estará sobre la mesa.

ARA