La lección de Trump, la desobediencia y la estrategia de los pingüinos

¿Sabéis por qué nos cogió de sorpresa la victoria del Trump? Porque nos gusta engañarnos sistemáticamente. Queremos oír las noticias que nos gusta escuchar. Preferimos hacernos una idea del mundo y de la gente agradable, aunque no sea la real. Y esto ocurre cuando vienen las elecciones estadounidenses y en muchos más ámbitos de la actualidad. Creemos que el ‘sí’ ganará en Escocia. O que el ‘no’ se impondrá al Brexit. O que eso que pasó en los países árabes eran revoluciones en favor de la democracia. Somos idealistas. Y eso no es malo. Nos lo queremos poner fácil y ya nos viene bien que nos informen de un mundo tal como nos gustaría creer que es, aunque no sea el de verdad.

Y así, Trump era un monstruo machista, xenófobo y grosero y poco más. No nos interesaba saber por qué tenía un discurso sobre los impuestos que interesaba a los estadounidenses, fueran del color que fueran. Y la Hillary, anhelábamos que fuera la primera presidenta de EEUU. Pero no nos interesan mucho las razones de su incapacidad para conectar con los ciudadanos. Queríamos pensar que el mundo cambia siempre en favor de nuestra mentalidad.

Esto ocurre también con estudios o informes que dibujan la sociedad de acuerdo con nuestros prejuicios. Cuando encajan con lo que pensamos, los aceptamos y estamos muy satisfechos. Cuando no encajan, buscamos una explicación para poderlos rechazar y acusarlos de falsedad. Y, venga, a vivir tranquilos, como si dibujando el mundo tal como nos gustaría que fuera ayudara a hacerlo de esta manera.

Si lo trasladamos a nuestra dimensión, esta mentalidad la encontramos también en situaciones como las potenciales detenciones ordenadas a los mossos por jueces que siguen leyes españolas en un marco legal vigente español. Hay quien quisiera que una policía democrática actuara atendiendo objetivos políticos o ideológicos. Como si la realidad fuera ya la que quisiéramos. Y es evidente que esto sería una catástrofe. Si la policía actuara con criterios políticos y no ajustándose exclusivamente a la ley vigente, se crearía una arbitrariedad que convertiría a nuestro país en un sistema autoritario donde los agentes trabajarían a golpe de orden política. Haríamos añicos la separación de poderes que debe mantenerse en todo momento si se quiere dar el paso hacia la independencia por vías democráticas estrictas. Hace falta, en todo caso -y en esto nos pondremos de acuerdo pronto todos juntos- que cambie el marco legal vigente por otro de obediencia estrictamente catalana aprobado por el parlamento y validado en un referéndum. Y, si no me equivoco, este es el plan acordado por unos y otros.

Entonces, ¿qué hacer mientras no llegue la tormenta? No, no hay que resignarse. Pero sí que hay que aprender las estrategias de la naturaleza. Que, como decía el poeta, la naturaleza diligente nos procura una bestia para cada molestia. Y la bestia que me sirve de ejemplo para determinados momentos es el pingüino. Aparte de ser un animal de una belleza plástica extraordinaria, es un resistente de primera categoría. Y sabe que cuando viene un temporal puede hacer el gallito y caer abatido o bien cerrar filas y resistir.

Supongo que todos hemos visto una vez u otra ese momento del temporal de frío, cuando cientos o miles de pingüinos se reúnen en una concentración colosal como si hicieran esos ‘castells’ que piden una piña de brazos caídos… Ellos con las aletas pegadas al cuerpo, buscando el calor del compañero de al lado, convirtiendo los individuos en un gran sistema colectivo. Y los que se encuentran en el perímetro exterior, que se van reemplazando en un relevo constante.

Pues es eso lo que hace falta encontrar entre los independentistas cuando intentan atacar para dividirnos. Y también es eso lo que se deben encontrar los Trumps que puedan ir ganando en Europa y en el resto del mundo. Hay momentos en que la unidad y el calor entre compañeros es decisiva. Y los pingüinos de esto saben un montón.

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