Quieras o no quieras

Es extraño que, en el debate político español actual, no se haya recuperado una canción que se interpretaba con gran éxito en los mítines de comienzo de los años treinta contra el Estatuto de Cataluña. Cantaban, entonces: «Cataluña es un trozo de España, aunque ingrata lo quiera negar, y por más que se empeñen algunos, no se irá, no se irá, no se irá». Es una lástima que no se haya reciclado la canción, porque los principios que la inspiran son totalmente vigentes y además retratan con toda claridad una cultura política que es la que inspira las leyes españolas (con la Constitución a la cabeza) y las actuaciones políticas del su Gobierno. Las actuaciones, podríamos matizar, judiciales y las no actuaciones políticas. Y esta cultura política, la de la canción, la del BOE y la del Tribunal Constitucional, está por cierto en las antípodas de la que es hegemónica en las democracias liberales de nuestro entorno.

Fijémonos en la letra y especialmente en los dos primeros versos de la canción. «Cataluña es un trozo de España». Esto está claro, es un axioma, un dogma de fe. Y lo es aunque Cataluña lo quiera negar. Lo dice la canción, que lo es aunque una minoría de catalanes lo quieran negar. O que algunos descerebrados que no representan el verdadero sentir de los catalanes nieguen su españolidad. No, no, Cataluña es y será un trozo de España aunque Cataluña entera, como un único sujeto, de una manera unánime y clara, lo quisiera negar. Cataluña es un trozo de España. No importa qué piense Cataluña, es decir, lo que de ello piensen los catalanes. No importa que los que piensen algo sean unos cuantos, una mayoría, una mayoría cualificada o todos. Incluso en el caso de que fueran todos no tendría la más mínima importancia, no negaría la mayor, imperturbable, pétrea, axiomática: «Cataluña es España». Es decir, lo que son los territorios, lo que son las mismas personas, su adscripción nacional (que es algo diferente de la ciudadanía administrativa o política) no tiene ningún tipo de relación con su opinión o con su voluntad. Son lo que son, aunque crean que no, que no lo quieran y que no lo sientan. La adscripción nacional es una especie de dato primigenio, esencial, ontológico, totalmente independiente de las voluntades.

Por ello, «Cataluña es España», y continuaría siéndolo aunque Cataluña entera lo negara. Y Gibraltar es español, aunque los gibraltareños no lo quieran ser. ¿Es la geografía? Seguramente no, porque Ceuta, Melilla y Canarias son también españoles, quieran o no quieran. ¿Es la historia? Las historias son bastante diversas, a pesar del esfuerzo por uniformizar la foto. Es un designio divino. Una unidad de destino predeterminada. No importa la voluntad de las personas. Es indiferente si lo quieren o no lo quieren, si lo sienten o no lo sienten. Y si no importa la voluntad de las personas, ¿qué sentido tendría entonces hacer un referéndum, una consulta, unas elecciones plebiscitarias, ni en Cataluña ni en Gibraltar? Salga lo que salga, la premisa no se toca, porque no depende de eso.

En cambio, en las tradiciones de las democracias liberales la idea de la nación, incluso la adscripción nacional de las personas, tiene algo que ver con la voluntad. No es sólo voluntad, hay geografía, hay historia, hay administración. Pero también hay voluntad. Está obviamente en la definición clásica de Renan según la cual la nación es un plebiscito cotidiano. Es decir, una elección y un acto de voluntad permanente. Cuando a Jordi Pujol le recordaban su definición, de tanto éxito en su momento, según la cual es catalán todo el que vive y trabaja en Cataluña, él recordaba una cola a menudo olvidada: es catalán todo el que vive y trabaja en Cataluña, y quiere serlo. No es un dato ajeno a la voluntad. Incluso se puede decir que lo más esencial de todo es la voluntad. Entonces, es absolutamente lógico que haya consultas, referéndums, sistemas para medir las voluntades y de utilizar la voluntad de la mayoría (junto al respeto a la minoría) como fórmula de arbitraje.

Esto es la democracia, en definitiva. Y pedir un referéndum, pedir el derecho de aceptar o negar la mayor, según la voluntad de los ciudadanos, no es sólo el resultado de un sentimiento nacional. Es también el resultado de una cultura política democrática, donde esto es posible y necesario.

EL TEMPS