¿Por la mañana o por la tarde?

Este es un país donde todo el mundo se busca un tema en el que personalmente haya tenido una cierta audiencia para, acto seguido, explotarlo al límite, exprimirlo hasta dejarlo agotado. Si es en el ámbito del humor, entonces te tienes que tragar las gracias de aquel individuo día y noche, en todas las emisoras, en todos los canales, en todos los periódicos, hasta que te aburre. Hay varios ámbitos. El de la cursilería lacrimógena a los catalanes nos va mucho. La autoayuda también tira fuerte en tiempos de crisis. El hecho independentista no podía constituir una excepción, y ha dado lugar a una serie de gurús que bastante provecho han sacado: radio, televisión, periódicos, asesorías, conferencias, charlas, tertulias… ¡en todas partes! El tiempo, sin embargo, les ha ido aligerando. Porque tomarse esto del independentismo como una moda, como un hecho oportunista -aunque se esté convencido-, tiene un problema: las modas pasan de moda.

Cuando el movimiento independentista se empezaba a intuir -hablo del movimiento masivo, el que llevó al presidente Mas a convencerse de que la realidad social del país había cambiado-, este columnista todavía tenía ánimo de ir a comidas y cenas donde se charlaba del tema. Cada uno decía la suya. Una ‘suya’ totalmente improductiva e ilusa, claro, pero que dejaba a todos satisfechos. De paso, servía a muchos para irse buscando esa veta que permite ir tirando y de la que les hablaba al principio. Fue en uno de esos encuentros en que, harto de la enorme inconsciencia de quien gobernaba y que nos llevaba a pensar que la independencia llegaría como llega la primavera, dije basta. Recuerdo cuando un conocido gurú dijo que estas cosas llegan, muchas veces, sin esperarlo. Entonces pregunté a los asistentes si esa independencia de la que hablábamos llegaría por la mañana o por la tarde: «Un hecho tan importante no quiero que me coja en una postura inconveniente, ya me entenderán». Aunque me entendieron, no estuvieron dispuestos a aceptarme la gracia.

Esta introducción, un poco larga, viene motivada porque me doy cuenta que se aproxima la hora de la verdad. Estamos llegando al momento en que la moda se está acabando. Quiero decir que a aquellos que han ido viviendo enseñándonos el muestrario que sólo incluía material del tipo «¡Corre, corre, que llega!» se les acaba la temporada. Porque por la tarde ya no daremos pasos. La lucha por la independencia, si se quiere llevar a cabo de manera efectiva, será larga y durará años. Y, además, no sabemos cómo acabará ni qué frutos podrá dar.

Ahora se ha planificado, de forma absolutamente inconsciente en mi opinión, un referéndum con fecha fija. Se ha cedido a un populismo desatado que procura quedar bien siempre repitiendo que si los ciegos necesitan un perro guía, los tuertos tienen derecho a reclamar su medio. Es decir, reiterar el absurdo que se quiere escuchar. Pero las cosas que suelen sonar bien, a ser agradables al oído de los que quieren quedar satisfechos, difícilmente sirven para gobernar. Y dejar jugar la CUP a hacer de dirigentes conlleva bromas pesadas, como lo será este pretendido referéndum planificado para septiembre próximo.

En la lucha por el referéndum este columnista siempre intentará ocupar las primeras filas. Pero la independencia de un país es algo serio. Y si bien el «referéndum voluntario» del 9-N fue tremendamente útil -Viniendo de una prohibición, lo aprovechamos para decir al mundo que no íbamos de broma-, un segundo referéndum de las mismas características puede llevarnos a tirar parte de lo que hemos construido. Porque el objetivo debe ser un referéndum pactado. No, como muchos piensan, tras descafeinarlo en Madrid. Hablo de un referéndum pactado con el mundo. Una consulta resultado de una larga acción internacional que acose a los que mandan en España. «Así que, ¿no tendremos la independencia para los turrones del año próximo?» No. «¿Y para los del 2018?» Me temo que tampoco. «¡No diga eso, hombre, que desilusionará al personal!» Entonces, señores míos, la pregunta se convierte en inevitable: ¿es que acaso no estamos dispuestos a luchar duramente, con perseverancia, durante años si es necesario, por la independencia de Cataluña?

Si lo logramos y empezamos a aceptar que deberán pasar varias elecciones, que durante mucho tiempo los programas de los partidos -que así lo crean conveniente- deberán incluir la celebración de una consulta y explicar cómo avanzarán (tribunales internacionales, ONU, pactos con países a favor, etc.), sólo en este caso, digo, tal vez hagamos algo. El populismo lo ha invadido todo. En general, se ha vendido a la población que las cosas se pueden conseguir sin esfuerzo. En cuanto a la independencia de Cataluña, ahora lo empezaremos a pagar.

ARA