La postverdad y el Referéndum

Con la victoria de Donald Trump los últimos vestigios del racionalismo tuerto que dominó Occidente desde el final de la Segunda Guerra Mundial parecen haber pasado a mejor vida. El ensayismo y los diarios van llenos de autores que ponen el acento en los impulsos y en los puntos ciegos que dominan a las personas cuando toman decisiones o emiten algún juicio.

Los errores de cálculo que las encuestas y los analistas políticos han cometido en los últimos años, son la punta del iceberg de un proceso que se iba incubando desde hacía tiempo. Los hechos traumáticos y los avances tecnológicos transforman las relaciones humanas, y cuando las relaciones humanas se transforman la cultura envejece, y también lo hacen las formas establecidas de poder y de conocimiento.

Asustadas por la bomba atómica y el Holocausto, durante mucho tiempo las democracias cambiaron la búsqueda de la sabiduría por la exaltación de la tecnología y la estadística. Como es lógico, los supervivientes de la Segunda Guerra Mundial necesitaban estabilidad y se concentraron en el control del mundo exterior. A medida que el mundo exterior ha dejado de responder a los esquemas establecidos, los sacerdotes del buen juicio y la razón han ido perdiendo su prestigio.

La desorientación que han generado los últimos resultados electorales han convertido el periodismo y la política en una olla de grillos. Las imágenes que anclaban los discursos hegemónicos se han desdibujado hasta tal punto que parece que todo el mundo occidental haya quedado dividido entre los propagandistas que escriben desconectados de su propia experiencia y los outsiders pintorescos que desafían los estereotipos y los obstáculos comunicativos que eso genera.

Como ya expliqué hace unos meses, no tan sólo somos influenciables, sino que además también somos muy refractarios a aceptarlo. Cuanto más débil e insegura sea una persona, más reacia será a explorar o a corregir los puntos ciegos de su conducta y sus interpretaciones del mundo. Eso mismo pasa con los sistemas políticos y económicos y, naturalmente, con los intelectuales que les sirven, por más razonables y pragmáticos que se consideren.

El caos y la incertidumbre sólo son creativos cuando somos lo bastante fuertes para abrazarlos. Intentar contraponer la razón y el sentimiento, es como intentar separar la categoría de la anécdota o el amor de la verdad. Por eso el Referéndum ha cogido tanto impulso en Catalunya. Con los mitos calcinados como una foto de los Borbones, el hombre civilizado ha sido lanzado de nuevo a la aventura y en las próximas décadas cada país deberá enfrentarse a sus propios retos y fantasmas.

Los diarios que echan la culpa a los electores de los resultados electorales hablan de la postverdad, pero serían más precisos si hablaran de verdades en construcción -como la que Carles Castro publicó ayer en La Vanguardia, en un artículo lleno de datos y estadísticas que hasta hace poco aun habrían producido una cierta impresión. No hace falta leer muchos diarios para ver por qué cuatro gatos conseguimos tan fácilmente volver a instalar el Referéndum en la agenda. No es sólo porque la autodeterminación toca el corazón del conflicto con España, sino también porque el 9N fue un éxito brillante.

Estos últimos dos años, me ha costado hacer entender que el 9N estaba pensado para devaluar la autodeterminación; que se trataba de enredarnos como si fuéramos mi abuelo cuando tenía Alzheimer y le dábamos zumo de uva en vez de vino tinto. Si Soraya Sáenz de Santamaria se ha sumado a Xavier Domènech y al mismo Mas, y ha insistido que vamos a repetir otro proceso participativo, es porque la base del poder es la manipulación y porque el PP todavía cree que podrá conseguir que Puigdemont desconvoque el Referéndum con alguna excusa como lo hizo la vieja CiU.

La autodeterminación se encuentra en el centro de la guerra psicológica sobre la cual se establecerá el nuevo orden político en Catalunya. Para borrar la historia hay que falsificarla escribiendo sobre lo que ya está escrito. Así se cambia el significado de los recuerdos y se domina el relato y los razonamientos que se desprenden. Desde 2012, España no puede avanzar porque no puede eliminar de la cabeza de los ciudadanos la idea de que mató el pujolismo en Arenys de Munt tres años antes: que Catalunya puede ser independiente sin necesidad de violencia.

Por eso se puede ser un excelente economista de Columbia y no entender porque ir diciendo que el 9N fue un referéndum era un suicidio. En la época que viene habrá que hacer mucha introspección para que las cosas salgan bien. Y tener en cuenta algunos datos que nos pasan por alto, solo porque no nos los repiten cada cinco minutos. Ayer, por ejemplo, puse un momento la Marimorena de 13TV y vi eso sobrepuesto en la pantalla: ¿Negociaría la unidad de España con los nacionalistas? 50,4% Sí / 49, 6% NO.

Yo diría que es España, no Catalunya, la que está dividida sobre el Referéndum.

El Nacional.CAT