Este es el origen del problema de los independentistas

Ahora diría que encuentro repugnante que alguien que ha quemado una fotografía sea encausado, detenido, llevado a Madrid, sentado ante un juez… Ahora diría que es penoso que altere la vida de alguien que ha expresado libremente su opinión o su rechazo por una institución anacrónica y nada democrática como es la monarquía. Ahora diría que es lastimoso que quemar una imagen del rey de España sea considerado delito penal en un Estado de la Unión Europa. Ahora diría que es insultante que un ciudadano sea vigilado e investigado por haberse expresado libremente y que haya ideas políticas que no sean permitidas. Ahora diría muchas más cosas que da pena tener que decir de tan obvias como son.

Pero, dicho esto, quiero decir más cosas que me interesan más ahora que hemos tomado la determinación de irnos de toda esta martingala monárquica del pasado. Ahora que queremos construir una república de ciudadanos libres.

Los meses que vendrán parece que estarán marcados por dos líneas paralelas. La que marcarán los soberanistas con las peleas y los tropiezos de fabricación propia. Y la que marcarán las actitudes despóticas, autoritarias y antidemocráticas del Estado español contra los avances que vamos haciendo. Por decirlo gráficamente: las pugnas por los mossos y el presupuesto, por un lado, y los procesos judiciales contra Forcadell, Mas, Rigau, Ortega, Homs, Venturós, Coma, los cinco quemadores de fotos y todo lo que venga en adelante, de otra.

Pero la dificultad principal vendrá de dos maneras de entender esta revuelta democrática que se ha alzado en Cataluña. Porque unos querrían hacer la independencia como si no tuviéramos ninguna estructura de autogobierno, desde la resistencia popular… como si esto fuera una revolución contra el poder de todo tipo. Y otros quieren hacerlo todo sin romper ningún plato, como si se tratara de ir al notario a firmar los papeles de una transmisión patrimonial con costes burocráticos y basta.

Y esta es la dificultad más profunda que habrá que superar en los próximos meses. Porque no somos un pueblo en medio de la selva Lacandona, pero tampoco hay ningún notario esperándonos ni nadie que quiera firmar nada con nosotros. Y el equilibrio entre una cosa y otra es difícil. Del mismo modo que cuesta hacer la primera independencia de que no será violenta, pero que tampoco habrá sido dialogada ni pactada con el estado matriz.

Y estas diferencias entre la revolución contra el poder en general y la independencia de notaría son las que conducen a estos debates constantes sobre la desobediencia, la actuación de los mossos y el presupuesto autonómico. Porque unos lo querrían quemar todo y otros no quisieran que se quemara nada. Y eso no entiende de mayorías ni de apoyos mayoritarios. Porque si tres quieren quemar y uno se  opone a gobernar con mentalidad de Estado, tenemos garantizados el conflicto y el espectáculo. Que supongo que no nos chupamos el dedo y que sabemos que hay agentes mediáticos, políticos, institucionales e infiltrados dispuestos a explotar cualquier diferencia que surja entre independentistas, por más pequeña que sea.

Y el caso es que tampoco parece que se haya pensado con sentido de Estado en esta estructura decisiva que es la policía catalana. Primero era pilotada por Espadaler (no es necesario añadir ningún comentario: basta con observar su trayectoria) y ahora por un consejero que parece que no se ha ocupado de renovar los mandos más dispuestos a someterse a la ley española que a dirigir una policía democrática y al servicio del país. ¿Son estos los que han de preparar el terreno para el choque de legitimidades más duro que vivirá Europa durante años? Pues vamos bien.

Que la policía debe aplicar la ley vigente, me parece una obviedad demasiado grande. Que hay muchas maneras de gestionar unos recursos limitados, también me parece evidente. Porque lo sabemos todos, que la policía no puede perseguir todos los delitos que se cometen en todos los rincones del país, ¿no? Y sabemos que deben aplicar unos criterios y prioridades definidas por los mandos del cuerpo, ¿no? Ciertamente, una policía democrática no puede actuar arbitrariamente. No puede aplicar la ley a unos sí y a otros no. Pero sí puede definir unas prioridades de actuación y no otras. Y, sobre todo, puede intentar desactivar grupos de agentes y mandos que actúan con criterios que no tienen nada que ver con el mandato democrático del 27 de septiembre.

En definitiva, si queremos tener la maquinaria a punto para la desconexión -si así lo quiere la ciudadanía con su voto en el referéndum-, puede que tengamos más sentido de Estado todos juntos. Y sentido de Estado significa ser conscientes de cuál es la realidad de la que partimos y tener la valentía de poner la policía del país al servicio del mandato democrático de las urnas.

VILAWEB