España contra la democracia en Cataluña

Creo que fue el diputado Lluís Rabell quien dijo en sede parlamentaria que «se hacen esfuerzos ingentes para resolver algo que no tiene fuerza social». ¿Qué es ese algo al que se refería el líder poscomunista de CSQP la semana pasada? Pues nada más ni nada menos que el proceso independentista en Cataluña.

¿En qué país vive Rabell? Debe ser por esa razón, ¿verdad?, porque el independentismo «no tiene fuerza social», que la alcaldesa de Barcelona –aliada de Rabell, por otra parte– se prestó para leer en la noche del pasado jueves un manifiesto de apoyo a la presidenta del parlamento catalán, Carme Forcadell, que este viernes declaró como imputada ante el juez por desobedecer al Tribunal Constitucional.

Desde el año 2012 este país está movilizado permanentemente. Si exceptuamos la acampada de la plaza Cataluña que dio origen al 15-M en 2011, posteriormente las mayores manifestaciones han sido convocadas por los partidos y asociaciones independentistas. Esto es así, aunque puede que los independentistas debieran seguir uno de los consejos que dejó escritos el general Sun Tzu en su famoso libro sobre el arte de la guerra, atribuidos a Napoleón Bonaparte: «Nunca interrumpas a tu enemigo cuando está cometiendo un error». Si Rabell quiere auto engañarse, adelante, es su problema. PP y PSOE hicieron lo mismo hasta que no les quedó otro remedio que reconocer que algo pasaba en Cataluña. ¿Cómo explicar la operación diálogo que se ha inventado la virreina Soraya Sáez de Santamaría sin ese reconocimiento?

«El que llega primero al campo de batalla espera la llegada del enemigo fresco para combatir. Quien llega tarde al campo de batalla tiene que apresurarse y llega exhausto al combate» escribió también el general Sun Tzu. La oligarquía político-administrativa que tiene en sus manos el poder en España está decidida a combatir el independentismo catalán en todos los frentes, pero como despertó tarde, el único recurso que le queda es la represión.

España trata a los catalanes como Turquía trata a los disidentes. Formalmente, los dos Estados son democráticos, pero los dos reprimen a los que defienden la democracia real, la que emana de los mandatos electorales. Y en Cataluña, a pesar de las disputas entre los partidos independentistas, la mayoría parlamentaria es independentista, si bien lo que se pide es poder decidir el futuro del país a través de un referéndum acordado y legal.

Esa es la única línea roja que imponen los independentistas: dirimir si Catalunya debe ser o no un Estado independiente mediante las urnas. El fundamentalismo constitucionalista de los unionistas impide, en cambio, que se pueda dialogar sobre eso, aunque la misma Constitución de 1978 diga que España está integrada por las «nacionalidades y regiones». Incluso la Real Academia de la Lengua se ve en la necesidad de admitir que una nacionalidad responde, universalmente, a la «condición y carácter peculiar de los pueblos y habitantes de una nación».

No hay otra, pues, Cataluña es una nación y tiene el derecho a decidir. Da igual si en España otras nacionalidades renuncian a ese derecho porque sus mayorías parlamentarias no lo reclamen. Ese no es el problema de Cataluña.

No sé si es cierto en todos los casos el augurio del influyente general Chino cuando señalo que «los guerreros victoriosos primero ganan y después van a la guerra, mientras que los guerreros vencidos primero van a la guerra y después buscan ganar». Lo que está claro es que el gobierno de España está perdiendo la batalla mediática internacional –lo he podido comprobar personalmente en diversas ocasiones– porque durante mucho tiempo mantuvo el mismo criterio que Rabell y menospreció la fuerza social del independentismo. Ahora se encuentra con que esgrime el diálogo mientras que en los juzgados persigue a Carme Forcadell, Artur Mas, Joana Ortega, Irene Rigau y a Francesc Homs, como antes un colegio de jueces inhabilitó al juez independentista Santi Vidal. Al PP y a sus aliados le va como anillo al dedo eso de «rezando, rezando, y con el mazo dando».

Lo que el Estado ya debería saber es que los dirigentes independentistas que hoy sean inhabilitados, mañana serán sustituidos por otros dirigentes igualmente independentistas, cuyo empeño será también convocar el referéndum.

La adhesión de algunos a la posverdad, o sea a la miopía política de quienes no saben prever lo que está pasando en realidad, les lleva a menospreciar los fenómenos políticos que no comparten o bien que sencillamente no alcanzan a comprender. Que les vaya bonito con su tozudez, porque sus reacciones emocionales no van a cambiar la razón política de lo que está ocurriendo en la calle en Cataluña desde hace un lustro. Lo dicho: los vientos antidemocráticos de Erdogan amenazan la democracia española.

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