¿Qué es un independentista?

Como es sabido, el objetivo de todo programa contrainsurgente es la deformación y destrucción del enemigo. Como el Estado quiere justificar acciones duras contra el considerado enemigo, lo viste de terrorista, insolidario, violento, separatista, lo que sea necesario. Así, ante su parroquia local, ante la opinión pública de la metrópoli, cualquier acción represiva será bien vista, bienvenida.

La aceptación de la operación de desprestigio del enemigo es mayor cuanto más efectiva sea la alienación de la parroquia. Llega un punto en que, para llevarla a cabo, ya no hace falta ni credibilidad. La gente cree lo que quiere creer. He aquí que para la opinión pública española, una operación tan burda y mafiosa como el ‘#fernandezdiezgate’ no sólo no contó entre ellos con ningún tipo de rechazo, sino que fue muy aplaudida. Para pegar un enemigo como el catalán, cualquier arma es buena. Para mostrar la magnitud de la tragedia, incluso, hemos podido ver cómo algún dirigente de Podemos expresaba públicamente afinidades con De Alfonso.

Pero creo que vale la pena acercarnos, aunque sea brevemente, al blanco de esta deformación: el independentista catalán. Así como no conviene en absoluto que la opinión publica española sepa qué es un activista vasco para la solución del conflicto vasco, tampoco deben saber qué es un independentista catalán, no sea aflojara su trabajadísima aversión. Y ya pueden estar tranquilos, que Évole nunca hará un reportaje serio para que lo sepan. Porque si lo saben, si pudiéramos romper la imagen que Rivera, Iceta y Albiol trabajan día y noche para dar de nosotros, estarían perdidos.

Un independentista catalán, esta Navidad de 2016, es el hombre o mujer más normal del mundo. Es el peluquero del barrio, es la enfermera del hospital, es el tío Pep que antes era de UDC, es un trabajador de banca, una jardinera municipal, es el electricista y su hermana, es el dentista que tiene la revista de Òmnium en la sala de espera. Gente normalísima, catalanoparlante o no, gente nada sospechosa de las acusaciones que le hacen los impresentables como Albiol. Nos quieren hacer creer que los independentistas son cuatro frikis cuando son millones y absolutamente ‘mainstream’. Son catalanes de toda la vida, o no, que han comenzado a tomar en serio la humillación tricentenaria de su país. Que se han informado, que están pendiente de las noticias de una manera inimaginable hace tan sólo 10 años cuando escribí «El momento de decir basta». Son gente que han dicho ya está bien, con toda la razón del mundo, una razón que personajes como Millo o Arrimadas no pueden combatir con argumentos que no tienen. Son ellos los frikis, los cuatro gatos, cuando niegan la realidad de la gente catalana.

El unionismo militante en Cataluña ha caído tan y tan bajo que vive de deformar y ocultar la realidad de la mayoría de la sociedad catalana. Como lo hace cada vez más ‘El Periódico’, por ejemplo. Presentan bajo un prisma criminalizado una sociedad que quiere decidir, que quiere votar y que está madura para aceptar lo que diga la mayoría. Dicen que la sociedad está dividida, que los independentistas promueven el odio. Todo el mundo sabe que no es así. Son ellos quienes dividen no dejando votar, que convierten al peluquero del barrio en extremista, a la enfermera del hospital en insolidaria, al tío Pep que antes era de UDC en «separatista», al trabajador de banca en amenaza, a la jardinera municipal en criminal, al electricista en delincuente y al dentista en loco, cuando saben perfectamente que todo es mentira. Todos están sanísimos y son tremendamente sensatos. En cambio nosotros no debemos deformar nada porque nuestra fuerza radica en ver las cosas tal como son. Sólo tenemos que seguir los pasos de Rajoy, Soraya o Girauta cada día para saber lo que son. Y para saber que no conviene que tengan ningún tipo de capacidad decisoria sobre nuestro futuro. Un futuro que tenemos que decidir nosotros los catalanes.

RACÓ CATALÀ