Año nuevo, viejos horizontes

En contra de lo que dice la versión oficial, desde mi punto de vista el Pacto Nacional por el Referéndum es un gesto inútil en el camino para llegar a la independencia. Peor: el supuesto movimiento estratégico para incluir a los dirigentes de los comunes en el proceso -de ahí que todo se pusiera al servicio de la fotografía con Ada Colau- no hace más que añadir ambigüedad a términos como ‘soberanista’, que ahora también abarca a los que no quieren la independencia. ¿Quién puede defender sinceramente un referéndum para perderlo? Quizás me falta visión política, pero la independencia es un objetivo tan colosal que sólo se puede conseguir con mucha verdad, mirándolo de frente y aceptando los riesgos, y no con gesticulaciones dilatorias y confusiones.

Digo que el gesto es inútil por tres razones fundamentales. La primera, porque esperar un referéndum acordado es perder el tiempo. Ya se ha probado. Y el Estado ya ha dicho, por activa y por pasiva, que de ninguna manera. No se le puede reprochar que por las buenas no se quiera hacer el harakiri territorial. La segunda razón es porque los comunes también han demostrado que siempre tendrán a punto un pretexto para aplazar la ruptura con el Estado. Ahora no quieren poner límites temporales a la negociación, y después no encontrarán bien la fecha para hacerlo y finalmente nos atascaremos con la pregunta. Y la tercera razón, y la de consecuencias más graves, es que el pacto traslada la iniciativa del proceso a un acuerdo entre las direcciones de las organizaciones políticas y la quita de las manos de la movilización popular. ¿Quién dice que los votantes de los ‘comunes’ necesiten la bendición de Colau o de Rabell para votar sí en el referéndum?

En este momento, quien no tenga claro que la independencia sólo es posible con una ruptura unilateral con el Estado es que, por acción u omisión, con conciencia o sin ella, la quiere sabotear. Y lo hace en defensa de sus legítimos intereses políticos objetivos. No estamos hablando de convencer o no convencer con más argumentos, sino de saber cuáles son los proyectos políticos a medio y largo plazo de cada uno. Se dice que este pacto es «estratégico», que es como decir que ya sabemos que no lleva a ninguna parte pero que forzará a los demás a moverse de su posición. Pero como los demás también lo saben, probablemente se han apuntado también por estrategia, en este caso la contraria: la del poco revolucionario que lo va dejando.

La independencia de Cataluña nunca llegará por un acuerdo previo con el Estado que permita proceder después a la ruptura. Al contrario, sólo puede ser resultado de una ruptura unilateral con el Estado, en el mejor de los casos seguida de un acuerdo para pactar los términos de la separación. Por tanto, si se quiere la independencia por procedimientos estrictamente democráticos, lo único que hay es una mayoría política. Es decir, la mayoría de los que vayan a votar en un referéndum, o que voten partidos que se comprometan explícitamente a conseguirla. Y no debería doler decirlo: si no hay mayoría, si se pierde el referéndum o no hay una mayoría parlamentaria capaz de ganarla, sintiéndolo mucho, es que no existen las condiciones para proclamar la independencia.

Como no desconfío de la voluntad independentista de los que han promovido el pacto, debo suponer que lo han hecho porque no confían en esta victoria democrática y la quieren ampliar como sea. Pero el apoyo de la mayoría no se conseguirá dando rodeos como éste, sino mostrando la máxima determinación. Y desde mi punto de vista, este pacto hace lo contrario: añade incertidumbre y confusión.

Brevemente: el pacto del viernes es la culminación de un cálculo político de origen opaco que ya empezó con lo de querer anteponer un referéndum a la ruptura. Por el bien de todos, sólo espero que los que han hecho los números sepan contar mejor que yo.

ARA