García Fuentes: «El Valle de los Caídos es el Montserrat español»

Conocí a Josep Maria García Fuentes en una cena que Borja Vilallonga organizó en su casa, poco después de volver de Nueva York. Fuentes venía de Italia y tenia pendiente un viaje ahora no recuerdo si a Pensilvania o a la China para dar una conferencia sobre patrimonio. No nos conocíamos, pero como me pasa a menudo con los catalanes que se han establecido fuera de Cataluña, nos entendimos enseguida.

Profesor de arquitectura en la Universidad de Newcastle, Fuentes se ha hartado de ganar becas y premios. Cuando era pequeño, tenía un profesor enrollado, amigo de Miguel Bosé, que lo apodaba Su Eminencia. Si en EGB llegó a dar alguna clase fruto de una apuesta con el Merlín de turno, en la Universidad ganó, primero, la beca de la Caja de arquitectos y, más tarde, el Premio Nacional al mejor expediente académico.

Después de trabajar en el despacho de Juan Navarro Baldeweg, entró de profesor en la UPC con una beca FPU. Pronto vio que el tapón generacional y la cultura universitaria del país le quemarían, y ganó una plaza para ir a enseñar en NewCastle. Ahora, con 35 años, alumnos suyos también empiezan a ganar premios. Allan Chong, un estudiante de Hong Kong, ha sido galardonado con la President Medal del RIBA por un proyecto sobre la ampliación del Museo John Soane.

Cuando estaba de Erasmus en Roma, a veces Fuentes madrugaba para poder captar la grandeza del Panteón antes de que el gentío convirtiera la solemnidad del monumento en una caricatura. En Roma empezó a ser consciente de que los maestros hablan entre ellos y de que el turismo es una máquina de pervertir la historia. Con el tiempo, el interés por el origen de las piedras y la gestión del patrimonio se han convertido en una parte esencial de su oficio de arquitecto.

La investigación académica, me dice, no tendría sentido si no fuera para aplicarla y compensar la tendencia que los arquitectos tenemos a dejarnos arrastrar por las modas y los intereses políticos de cada momento. La arquitectura tiene que ser «una caja de resonancia de la vida», me asegura. «Quiero decir que tiene que servir a las necesidades prácticas de los hombres, pero también que debe conectar a sus usuarios con los temas trascendentes de la existencia, como hace la literatura».

Fuentes tiene la impresión de que el turismo y la concepción del patrimonio promovida por la Unesco han promovido un cierto vacío intelectual que hay que combatir. Los lectores del Ara ya le han leído algún artículo denunciando que la obra Gaudí ha sido banalizada hasta el punto de que si buscas imágenes del dragón del parque Güell de principios del siglo XX llegas a la conclusión de que las restauraciones le han ido limando las uñas y los dientes hasta convertirlo en un animal simpático.

-El turismo –me dice- es un instrumento geopolítico, desde los tiempos del peregrinaje y de los grandes tours que hacían los ingleses y los franceses. El turismo sirve para crear y para imponer interpretaciones de la historia. El Patrimonio de la Humanidad se creó a partir de la idea de que la política cultural del siglo XIX había enfrentado a los estados europeos hasta llevarlos a la guerra, y la obsesión por la paz ha acabado caricaturizando los monumentos.

Fuentes hizo su tesis doctoral sobre la historia de la reconstrucción de Montserrat. La historia es tan jugosa y le ha permitido jugar con tantos elementos de reflexión que todavía habla de ella con gozo y la utiliza como ejemplo en las conferencias internacionales, no sé si con la secreta esperanza de que un día le dejen arreglar la chapuza que hizo Arcadi Pla durante el pujolismo, y aún más recientemente.

En la cena que compartimos en casa del señor Vilallonga, nos hartamos de hablar de la reconstrucción de Montserrat. Según Fuentes, la fama de la montaña en gran parte es deudora del proyecto político de Víctor Balaguer. El escritor y colaborador del general Prim quería convertirla en el símbolo de una Cataluña que tuviera más peso en España y en Europa, y que fuera capaz de sublimar las diferencias entre carlistas y liberales.

Balaguer –me explica- tiene una frase que es reveladora de cómo se forjaron los estados del siglo XIX. Dice que las tradiciones se crean con la poesía y se conservan con la credulidad. En el libro ‘Los Frailes y sus conventos’ escribe que si Italia es un jardín y Francia es un castillo, España es un claustro. Después de viajar por Europa, Balaguer quedó convencido de que la esencia de la arquitectura Ibérica era el monasterio, y esta idea tuvo tanta fuerza que, cuando su proyecto fracasó, todo el mundo trató de aprovecharla».

-¿Y porque no escogió Poblet o Santes Creus?, le pregunto.

-Porque Wilhelm von Humbolt había visitado Montserrat poco antes de que el ejército de Napoleón destruyera el monasterio y había elaborado todo un discurso sobre la relación entre el hombre y la naturaleza que conectaba la montaña catalana con el romanticismo alemán. Humbolt llega incluso a comparar a Montserrat con una ciudad en ruinas. En aquel momento la metáfora iba que ni pintada.

El primer proyecto consistente de la reconstrucción de Montserrat, me explica, se elabora en 1871, poco después de la llegada de Amadeo de Saboya a España. La planta del nuevo camarín prevista recuerda la Capilla del Santo Sudario de Turín, que es donde está la reliquia de la casa de los Saboya. Tres años antes, Balaguer se había fotografiado al lado del claustro Gótico con Mistral y su grupo de felibres y había dicho que los territorios de habla catalana y occitana configuraban una unidad cultural tanto o más coherente que la germánica.

Cuando Amadeo de Saboya abdicó, Montserrat se convirtió en objeto de una competición para controlar su capital simbólico. Esta competencia acabó de popularizar la montaña entre todos los catalanes. A la vez que proliferaban restaurantes, y los empresarios masones impulsaban el tren de cremallera con objetivos turísticos, la iglesia celebraba el milenario del monasterio y declaraba a la Madre de Dios de Montserrat patrona de Cataluña.

El hecho de que no hubiera documentación precisa del complejo destruído por las tropas napoleónicas hizo que la reconstrucción fuera muy vulnerable a los debates políticos. «Aunque algunos expertos lo inscriben en el modernismo, Gaudí es uno de los artistas que más influencia tiene en la reinterpretación nacional-católica de Montserrat.

Fuentes me recuerda que el arquitecto diseñó el monumento del primer misterio de la gloria con un Cristo al lado de una gran señera catalana estampada en la roca, que era toda una identificación entre naturaleza, país y religión. «La misma Sagrada Familia es un manifiesto a favor de esta visión de la montaña», insiste.

Después de la guerra civil, la reconstrucción de Montserrat sufrió los efectos del nuevo orden político impuesto por los vencedores. El proyecto de Puig i Cadafalch, que ya había quedado en suspenso durante la Segunda República, quedó parado del todo. «A pesar de su tendencia al cromo, hasta entonces ningún otro arquitecto había conseguido una visión tan coherente y bien resuelta del conjunto arquitectónico», me dice Fuentes.

En febrero de 1942, Francesc Folguera presentó un proyecto de tipo medieval para la restauración de la fachada del monasterio. En la primavera de 1942, los nazis montaron una exposición, en Madrid y Barcelona, dedicada a la nueva arquitectura alemana. El comisario era el mismo Albert Speer, el arquitecto de Hitler, el hombre que tenía el encargo de plasmar con piedra la vocación milenaria del III Reich.

-Fue una exposición muy moderna, que marcó la arquitectura de aquella época. Los alemanes vinieron con catálogos, postales, carteles y medios de comunicación de masas. En Balmes, Mitre y otros puntos de Barcelona hay huellas de aquella época. Tuvo una influencia brutal.

-¿Qué quieres decir?

-En noviembre del mismo año, Folguera cambió su proyecto medievalista por otro inspirado en los modelos de la nueva arquitectura alemana, que es lo que tenemos ahora.

-Quieres decir que aquella fachada espantosa está inspirada en el imaginario estético del arquitecto de Hitler.

-Cuando pregunté a los monjes me contaron que Folguera quería evocar el palacio de los papas de Aviñón, pero me parece que mi sospecha tiene más fundamento.

La idea de Balaguer, me deja caer Fuentes antes de acabar, tuvo una proyección tan honda y tan perversa que llegó a inspirar Valle de los Caídos. Teniendo en cuenta que algunos aspectos de la identidad española son una versión quijotesca de la catalana, no me parece mal visto. «De hecho –añade Fuentes con una sonrisa maliciosa-, los primeros monumentos que la España democrática propuso como patrimonio de la humanidad, a la Unesco, fueron el monasterio de Poblet –restaurado en tiempo de Franco-, el del Escorial, el de Guadalupe y el de San Millán de Yuso.»

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