Las virtudes de la ambivalencia

Las estrategias para incrementar la mayoría social a favor de la independencia de Cataluña se han centrado en intentar que los líderes de lo que se suelen llamar los ‘comunes’ abandonen sus posiciones ambivalentes y se vean obligados, tarde o temprano, a tomar una posición clara. Es una estrategia que ya he discutido en artículos anteriores en el sentido de que no creo que los esfuerzos tengan que focalizarse en el papel de sus líderes, ni que su posición dependa de grandes argumentaciones, sino que tiene que ver con las necesidades objetivas de los comunes como organización. Pero como el mejor análisis es la que se hace desde la comprensión del adversario, quiero aportar unas nuevas ideas sobre la ambivalencia para entender mejor la posición de los que calificamos de indecisos.

De entrada, es cierto que tendemos a valorar negativamente las actitudes ambivalentes que, por otra parte, son incómodas y nos suelen provocar ansiedad. Socialmente, la ambivalencia es considerada una debilidad. Y es por eso por lo que, sobre todo si la elección conlleva una cierta carga emocional, nos sentimos inclinados a tomar partido claro por una opción y a desconsiderar los contraargumentos que nos podrían hacer dudar de la bondad de la decisión tomada. En síntesis, esto es lo que han mostrado los estudios que hasta ahora se habían hecho desde la psicología social sobre la ambivalencia.

Sin embargo, un trabajo reciente de Christian Wheeler y Taly Reich, de las universidades de Stanford y Yale respectivamente -‘The good and bad of ambivalence: desiring ambivalence under outcome uncertainty’-, mostró también ciertas virtudes de la ambivalencia. Según sus experimentos, la ambivalencia sirve para proteger los propios sentimientos ante la incertidumbre, en un tipo de estrategia de autosabotaje. Es decir, manteniendo una actitud ambivalente respecto de lo que deseamos, nos protegemos de la posibilidad de no poder conseguirlo. La frustración es menor, sí, aunque se acabe pagando el precio, que si finalmente consigues lo que querías, la satisfacción es menor.

Así pues, según esta nueva investigación, la ambivalencia es un mecanismo de autoprotección. Por tanto, y más allá de posibles cálculos cínicos y partidistas de los líderes, si lo aplicamos al caso que nos ocupa, podríamos pensar que la ambivalencia de los votantes de los ‘comunes’ respecto de la independencia tiene que ver con la incertidumbre con que se enfrentan al final del proceso. Bien sea como autosabotaje inconsciente -muchas de las declaraciones contradictorias que hacen sus líderes inclinan a pensarlo, ya sea como protección ante el posible fracaso de todo el proceso, la ambivalencia les permitiría afrontar cualquier desenlace final, aunque ninguna de las alternativas les acabara reportando la satisfacción propia de una victoria. Y pedir que prescindan de este escudo protector no parece muy razonable.

A mi, sin embargo, lo que hace tiempo que me preocupa es la ambivalencia de los mismos partidarios de la independencia. Todas las encuestas, en proporciones diversas, muestran que la mayoría de los que se muestran favorables a la independencia piensan que no se logrará. Se podría interpretar también como un mecanismo de protección ante un hipotético fracaso. Pero la investigación de Wheeler y Reich nos proporciona un motivo de esperanza. Según sus experimentos, la ambivalencia es una cobertura emocional que nos permite estar dispuestos a encarar mayores riesgos. Y como la gente tiende a tener más aversión al riesgo de lo que sería necesario, la ambivalencia respecto del éxito del proceso alimentaría la capacidad para superar este temor. No ser demasiado confiados, en definitiva, también puede ser una gran ventaja. Como también señala Wheeler, la disposición a tomar más riesgos suele llevar a obtener mejores resultados.

ARA