Es muy sencillo: llámenle referéndum

A menudo somos prisioneros de nuestras ocurrencias. Nos complicamos la vida solitos. Y mira que ya es lo suficientemente complicada. Pero queremos ser originales y hacer política como si fuéramos los primeros en hacerla. Nunca diré que ya se haya inventado todo, porque sería desmentido a las pocas horas. Creo que somos bastante innovadores. En este caso, muy innovadores. Si todo termina bien, la independencia catalana será la primera que se hace con el Estado matriz en contra -dinamitando el proceso democrático- y sin violencia. Ahí es nada, no es poco. De hecho, esta es la principal dificultad del caso y lo que nos hace tener a menudo la sensación de que no acabamos de avanzar.

Pero, más allá de la capacidad innovadora que permite superar dificultades, debemos reconocer que, de tan brillantes y originales como somos, también nos ponemos nuestras trampas y caemos en ellas de arriba abajo. Nos tendieron una trampa con todo el debate de nombres previo al 9-N. Que si un referéndum, que si una consulta, que si un proceso participativo. Evidentemente que los nombres son importantes. Poner nombre es una de las formas de poder más disimuladas y, por tanto, más rotundas y transformadoras que hay. Pero, precisamente porque eso ya lo deberíamos saber, debemos ser capaces de no caer en la trampa de los nombres.

¿Qué quiero decir? Que es un gravísimo error hablar de un referéndum unilateral. La independencia es, por definición, unilateral. De hecho, es la raíz del concepto de soberanía. La soberanía -dejando de lado todas las formulaciones teóricas que se hagan- es el reconocimiento de la unilateralidad de una comunidad o, como dirían los académicos, de un ‘demos’. El otro puede reconocer esta soberanía o puede intentar dinamitarla. Pero la soberanía es el reconocimiento de la unilateralidad.

Uno puede tener ahora -y de hecho, hay quien tiene- el atrevimiento de defender un referéndum ‘no unilateral’. Como si pudiera haber dos clases de referendos. Puigdemont fue muy acertado decir ‘referéndum o referéndum’. Y aún habría podido decir la palabra varias veces más. En realidad, habría sido mejor que la dijera una y basta, pero entonces la frase no habría quedado en la memoria colectiva. No existe el referéndum unilateral. Como no existe el referéndum pactado. Quiero decir que el referéndum unilateral no es nada que no sea el referéndum pactado y viceversa.

Hablar de referéndum unilateral ha dado pie a encontrar excusas a quien quería encontrarlas. El referéndum se quiere o no se quiere. Y, una vez que se ha decidido si se quiere o no, se busca la mejor manera de hacerlo. Si es con el visto bueno del Estado español, fantástico, porque todo se hace más fácil. Si es sin el visto bueno, se hace con una legalidad propia que le dé las garantías lógicas. Es cierto que siempre habrá excusas donde aferrarse cuando no se quiere que se haga el referéndum. Pero es un absurdo facilitarlo desde el primer minuto.

No hay ninguna vía unilateral. Hay una vía. No hay caminos que impliquen tirar por la directa. Hay un camino que se puede hacer en una dirección o en la contraria. No hay referéndums unilaterales. Hay referendos para votar y decidir. Quien no lo quiera, que se invente otra excusa. La independencia no tiene apellidos ni adjetivos, aunque algunos quieran ponérselos. Y el referéndum, tampoco.

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