Los representantes de la CUP

La CUP decidió aspirar a entrar en la política parlamentaria en una encrucijada crucial de la historia de nuestro pueblo: antes de las elecciones al Parlamento de Cataluña de 2012. Lo hizo, por razones que seguramente ha explicado públicamente, y no cuestiono en absoluto la legitimidad de aquella decisión. Y lo hizo con éxito.

Con esa decisión, y una vez con representantes en el Parlamento de Cataluña -3 en 2012 y 10 (seguramente fruto del buen trabajo e imagen de los tres primeros) en 2015- quiso mantener la larga tradición de democracia interna: que las decisiones no las tomaran los representantes del partido (o en la coalición) sino los mismos militantes. En todo lo que afecta a los procesos internos del partido (o de la coalición), no tengo nada que decir. Y sobre todo, que los programas electorales, que las listas de candidatos, fueran decididos por asambleas de los militantes -y no por cúpulas dirigentes, con procesos poco transparentes- me parece del todo lógico, loable e incluso ejemplar.

Ahora bien, en unas elecciones parlamentarias, externas, los militantes de un partido no deciden cuántos representantes tendrán. Esto lo decide otro colectivo del que me huelo se está olvidando. Los votantes. Los representantes (parlamentarios) de un partido no han sido elegidos por los militantes de ese partido, ni siquiera por el aparato del partido. han sido elegidos por los votantes, el colectivo de electores que ha elegido a estos y no han elegido a otros. Un colectivo, no hace falta decirlo, muchas veces, muchas, más grande que la militancia.

Si la representación ha resultado ser poca, los militantes deberán reflexionar sobre lo que pueden subsanar, de cara a las siguientes elecciones, con respecto al programa y la lista de candidatos. Y quizá, también, con respecto a la imagen que el partido da a la sociedad, sobre el impacto que está teniendo.

Pero mientras tanto, el trabajo lo tienen que hacer los representantes elegidos para la legislatura en aquel Parlamento: los diputados. Todos los grupos parlamentarios se deben a los votantes, no a los militantes de los respectivos partidos. Si se enfadan con los diputados, los militantes no tienen ningún derecho a quitarlos porque, insisto, no les han votado.

Así pues, como resulta que un grupo parlamentario se debe a los electores que lo han votado, debe ser fiel a su programa electoral, que es el contrato, el compromiso, que los liga.

Cualquier otra cosa -y sobre todo, la interferencia en la toma de decisiones de los diputados-, aunque parezca paradójico, es una traba a la dinámica parlamentaria. Y si el primer título del  programa electoral -el primero- es «Un programa para la plena soberanía», si el primer objetivo bajo el lema «Gobernémonos» -el primero- es «Soberanía política, económica, energética, alimentaria, en salud y en educación», entonces la tarea del grupo parlamentario es conseguirlo. Aunque sea tragando sapos. Aunque sea tapándose la nariz con pinzas. Porque la política es eso: hacer posible lo necesario, por encima de amores y odios, por encima de la opinión que te merezcan los otros aliados que resulten indispensables para lograr el objetivo. Y cuanto más pequeño es el grupo parlamentario, más sapos se ha de tragar si quiere conseguir el objetivo.

No entender esto, dar a la militancia (incluso con empates, surrealistas… porque en mi opinión no se habría tenido que votar) un protagonismo dentro de la dinámica parlamentaria y hacer que se apodere, por tanto, del control los diputados por la vía de olvidar a los votantes que han hecho que lo sean y el compromiso adquirido a través del programa electoral, ha tenido un coste muy grande hasta ahora. Primero, meses perdidos por la tozudez de dilucidar una cuestión que no consta en ninguna parte en el programa (ni la palabra «Presidente» ni la palabra «Mas»). Luego, meses perdidos por una segunda importante cuestión no incluida como condición en el programa electoral (la no admisión a trámite de los presupuestos de la Generalitat).

Ahora, pues, la CUP tiene encima de la mesa una segunda oportunidad de conseguir que salgan adelante los presupuestos. La primera la lanzó por la borda, evitando que se pudieran debatir, y poniendo a casi todo el mundo independentista en contra. Aquella decisión ha retrasado -hasta ahora- en más de medio año la dotación de nuevas estructuras de la administración, y mejoras en las políticas sociales que el país reclama -y ellos también-.

Confío en que el entorno CUP visualiza claramente cuáles son los sectores dependendistas, -ahora desconcertados, desesperados- a quienes un nuevo bloqueo, y la provocación de unas elecciones -otra vez autonómicas- daría una alegría enorme. Algunos sectores pagarían lo que fuera para que los diputados de la CUP traicionaran a sus votantes, que tienen presente (como todo el mundo que lo lea) que el 90% del programa electoral es notoriamente inejecutable si no se consigue antes la «plena soberanía».

Y una última reflexión. No es el entorno mediático, la opinión pública o los adversarios quien hace el «pressing» del que algunos miembros de la CUP se quejan, ahora en este momento histórico. Es la realidad del momento. Es la oportunidad quizás irrepetible de recuperar lo que nuestro pueblo perdió hace siglos. Es el «vayamos juntos» que hace conseguir metas… porque no sabíamos que eran imposibles.

TRIBUNA CATALANA