¿Iberia, Hispania… Catalonia? La nación de los 3.000 años

«España es una gran nación, con tres mil años de historia. Eso lo tienen que saber los niños. El país más viejo de Europa. La unidad nacional más antigua. Catalunya es propiedad de todos los españoles». Con esta soberana arrogancia -sincretismo de ignorancia y manipulación- se despachaba la españolísima marquesa de Aguirre. No era en las páginas de un libro de texto del franquismo doctrinario. Tampoco en un documental propagandístico del No Do de la dictadura. Fueron pronunciadas en un mitin del Partido Popular, cuando Aguirre era presidenta de la Comunidad de Madrid. En pleno siglo XXI. Una expresión -convertida en un mantra- que también ha sido -y es- insistentemente repetida por Mariano Rajoy, presidente del Gobierno de España, y que resume el pensamiento del sector mayoritario del nacionalismo español que va más allá de la derecha conservadora. Catalunya es propiedad de todos los españoles. Desde el alba de los tiempos. Ergo los catalanes -unilateralmente- no pueden -ni tienen- derecho a decidir su futuro. Dogma de fe.

¿3.000 años?

Rajoy, Aguirre y los voceros de la propaganda nacionalista española no ganarán nunca un Nobel en ninguno de sus diversos campos. Ni siquiera en literatura. La historiografía académica internacional hace décadas -por no decir siglos- que probó -demostradamente- que en el año 1000 antes de nuestra era -hace 3.000 años- el mapa de Europa no tenía ninguna coincidencia con el actual. Ni siquiera el mapa de la península Ibérica. La España de los 3.000 años es una fábula. Un mal cuento infantil con un argumento paradójico: el mestizaje de celtas y de íberos -dos etnias diferenciadas- que culmina el sueño de la patria común. Un curioso y sorprendente origen para unas Españas que han forjado su historia a base de limpiezas étnicas. Hace 3.000 años el territorio peninsular era un mosaico de culturas, de lenguas y de economías claramente diferenciadas. Más de 100 tribus -naciones- que se organizaban de forma absolutamente independiente.

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La escudella celtibérica

Celtas, íberos, vascos, tartesios, fenicios y otras tribus difícilmente clasificables no formaban ni formarían ningún tipo de unidad política. Ni siquiera -¡atención, Mariano!- entre ellos. El año 200 antes de nuestra era (1.000 años después de la falsa génesis española) la península Ibérica era un cazo de escudella con mil ingredientes diferentes que no tenían ninguna relación los unos con los otros. Ni siquiera un origen común. Y aquello de «la unidad de destino en lo universal» -¡atención, Esperanza!- les habría parecido un despropósito. Por no decir un disparate. Porque las afinidades culturales que los podían unir -las extrañas costuras de la piel de toro- tenían proyecciones muy diferenciadas. Los del centro miraban hacia el Atlántico, y viceversa. Los del sur miraban hacia África. Los del norte -de la cornisa cantábrica- tenían una sorprendente relación con las culturas del Atlántico europeo. Y los íberos del Norte -nuestros íberos- tenían una estrecha y fluida relación con los pueblos del Mediterráneo.

‘Nuestros’ íberos

Los profesores Sanmartí y Santacana -de la Universitat de Barcelona- publicaron hace unos años un excelente trabajo, muy recomendable, presentado en un formato altamente didáctico y divulgativo. Los íberos del Norte, nuestro precedente cultural más remoto, estaban emplazados en los territorios actuales del Languedoc, Catalunya, País Valencià y Aragón. La nación norte-ibérica no era una unidad política. Estaba fragmentada en una veintena de pequeños reinos independientes, que compartían una misma lengua y una misma cultura. Radicalmente diferenciadas de las culturas peninsulares. Los romanos -¡atención de nuevo, Mariano!- cuando pusieron sus garras en la península (hacia el 200 antes de nuestra era) lo tuvieron claro. Y a la Iberia, el solar de los íberos del Norte, la convirtieron en las provincias Tarraconense y Narbonense. Claramente diferenciadas -en todos los aspectos- del resto de provincias hispánicas y gálicas.

El sustrato. El meollo

Pasados mil años, hacia el 800 de nuestra era, el imperio romano se había transformado en un mosaico de reinos medievales. Carlomagno, el emperador de los francos -que tenía una obsesión enfermiza para encuadrar territorios y personas- creó el marquesado de Gotia, una división administrativa y militar en el sur de sus dominios que dibujaba -con una precisión sorprendente- el territorio de la antigua nación norte-ibérica. De la parte ganada al imperio de la media luna. También la administración carolingia -¡Achtung, Esperanza!- tenía muy claro que la Gotia tenía una base cultural propia y diferenciada que la romanización posterior había latinizado con los matices que impone el sustrato, la base. La Gotia sería el origen de los condados catalanes medievales. La génesis de la formación política de la nación catalana. Aquellos condes primigenios proyectarían la expansión territorial persiguiendo los límites antiguos de la Tarraconense y de la Narbonense. El solar de la nación norte-ibérica. La Corona de Aragón.

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Reconstrucción facial de un íbero del Norte

¿Cómo eran los íberos del Norte?

Los íberos del Norte no vivían en los árboles. Ni en cavernas. Eran sociedades organizadas, socialmente, políticamente y económicamente, al mismo nivel que los romanos. La cuestión militar era harina de otro costal. La máquina de guerra romana era imparable. Y su brutalidad era aterradora. Los íberos del Norte, sin embargo, eran sociedades marcadas por unas profundas desigualdades. Gobernadas por unas minorías muy ricas, formadas por una extraña y curiosa oligarquía de propietarios que combinaba -y controlaba- las actividades comerciales y militares. Las excavaciones arqueológicas delatan estas diferencias en cuestiones tan básicas como la vida y la muerte. Viviendas-fortaleza que revelan un clima de tensión interna permanente que a menudo se resolvía por la vía de la violencia: revoluciones y contra-revoluciones con el fuego como elemento protagonista. Y ajuares mortuorios que revelan, también, que la existencia terrenal tenía muchos matices.

¿Que nos ha quedado de los íberos del Norte?

La lengua ibérica desapareció. Primero en las ciudades, donde el latín era la lengua del poder, de la cultura, y del prestigio. Las fuentes revelan que las oligarquías ibéricas se romanizaron de inmediato. En todos los sentidos. Y que la romanización fue calando -como una lluvia fina- hasta las capas más bajas de la sociedad urbana. Con el paso del tiempo se acabaría imponiendo también en los ambientes rurales, los latifundios agrarios. El latín de los norte-ibéricos, sin embargo, adquiriría los matices propios de un dialecto regional que, curiosamente, tenía muchas similitudes con el latín insular del Mediterráneo occidental. El resultado de siglos de intercambios comerciales y familiares anteriores a la romanización. Canales de comunicación, profundos y antiguos, que explican la proyección mediterránea de los condados catalanes -y de la Corona de Aragón- mil años después. La catalanidad de las Illes Balears. Y la raíz catalana de Cerdeña, de Sicilia, de Malta y de Nápoles.

… también la cerveza

Los íberos del Norte ya conocían la cerveza. Pero no era una bebida de consumo universal. Era un lujo reservado a las clases ricas que la consumían en actos sociales y en ceremonias religiosas. Tampoco era exactamente cómo la conocemos en la actualidad. Cuando menos su composición. Un grupo de arqueólogos dirigidos por el profesor David Bea Castaño, de la Universitat Rovira i Virgili, efectuó una recopilación minuciosa de datos analíticos de residuos en vasos cerámicos -en yacimientos del Baix Ebre- que habían contenido cerveza y, después de muchísimas pruebas, consiguieron recrear la cerveza ibérica adaptándola a las necesidades del consumo actual. Ibérika -elaborada por los artesanos cerveceros Segarreta, de Santa Coloma de Queralt- y que se puede adquirir a través de la página www.iberapt.com, es una acertadísima muestra -un testimonio recuperado- de una parte de la herencia de aquellos íberos del Norte que son -¡Mariano!- el precedente más remoto de nuestra historia social, cultural y nacional. 3.000 años. Los norte-ibéricos y el Mediterráneo.

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