Dividir e integrar

Una de las cantinelas proferidas desde los sectores contrarios a la creación de un Estado catalán para defender su posición contraria a la secesión se fundamenta en la afirmación de que el proceso «divide a la sociedad catalana». No termina de quedar claro si es que la división social, a su juicio, se produce como consecuencia de la voluntad de una parte de alcanzar la plena soberanía o si es la realidad social de la división lo que imposibilitaría que el gesto independentista tuviera éxito. En cualquier caso, lo que me parece pertinente replicar a este tipo de aproximaciones es, en primer lugar, que la sociedad ya está dividida por razón de identidad nacional, lo ha estado siempre, también en la Cataluña autonómica e incluso cuando los partidarios de la independencia no pasaban del veinte por ciento; y segundo, que en cualquier proceso independentista, como históricamente hemos visto en experiencias anteriores, es normal que la sociedad se polarice. Esto sucede precisamente porque la identidad nacional mayoritaria toma conciencia de las limitaciones que supone mantenerse en un régimen político dominado por sectores pertenecientes a una identidad nacional minoritaria en ese territorio y, a la vez, la identidad nacional minoritaria lucha por retener los privilegios de los que ha disfrutado en el orden establecido.

Esta es, en mi opinión, la situación que se da en Cataluña y que se hará más intensa en los próximos meses. Los teóricos y políticos unionistas que peroran sobre la división social a menudo añaden que la independencia (o su proceso) dividiría a Cataluña «en dos mitades», pero esta alusión a la mitad no hace más que encubrir que el sector partidario de España es bastante menos que la mitad, como evidencian los estudios de opinión en los que, en las preguntas sobre sentimiento de pertenencia el «más catalán que español» y el «sólo catalán» predominan claramente sobre el «más español que catalán» y el «sólo español», eso sin contar que el planteamiento de las dos mitades tampoco se corresponde a la realidad social de Cataluña en la que además de los sentimientos de pertenencia nacionales catalán o español conviven un amplio abanico de identidades derivadas en buena parte de la inmigración de las últimas décadas.

Ciertamente, cuanto más contundente sea la respuesta represiva del Estado contra la voluntad política de la mayoría nacional, lo que previsiblemente sucederá a tenor de la ofensiva judicial contra representantes electos del pueblo catalán, con más intensidad se manifestará la adhesión nacional española de la minoría que, en el mejor de los casos, permanecerá pasiva y, en el peor, apoyará al acto de fuerza que mantenga el sistema.

La cuestión es: ¿se puede compartir después algún proyecto político común con este sector tan alejado de la catalanidad que incluso está dispuesto a aplaudir una agresión del Estado a fin de perpetuar la relación de dominación? ¿Habrá alguna posibilidad de entendimiento si la mayoría nacional catalana finalmente supera el conflicto y funda su Estado? Es aquí donde me parece que pierde consistencia el discurso que últimamente ha marcado la centralidad del independentismo cuando minimiza los factores nacionales, culturales y lingüísticos en la creación de la llamada república catalana, a saber, que los estados se hacen para asegurar los aspectos culturales, lingüísticos y, en definitiva, de identidad, de la mayoría nacional. Así, si hacemos un Estado es también para dotarnos de todas las herramientas, incluidas las coactivas, para integrar sectores de población que de otro modo mantendrían otras lealtades nacionales últimas. Si esta integración no es posible en la generación que vive la independencia, al menos, pues, que la consolidación del Estado, la normalización del hecho nacional asociado a una entidad de poder soberana, facilite que se produzca en las generaciones siguientes. No es pues la división social lo que imposibilita la independencia o su reconocimiento sino lo que motiva la voluntad de soberanía en los miembros de la nación mayoritaria que aspira, a través de los instrumentos que un Estado proporciona, a ser hegemónica.

EL PUNT-AVUI