Agradecidos y a punto

El independentismo se ha dicho la verdad a sí mismo desde el primer día: este camino es cuesta de subida, y será mayor en el tramo final. También se han dicho medias verdades y alguna mentira, es cierto. Y es que, para bien y para mal, no ha sido un proceso controlado desde arriba por un gabinete de guerra, ni por un equipo de propaganda profesional, ni por un liderazgo unipersonal carismático y autoritario. Se ha hecho de manera transversal, con improvisaciones, a menudo con más ilusión que cálculo. Con inteligencia y con frikismo. Con incondicionales y con indecisos. Y cada uno se ha acogido a lo que más le concernía. Unos, a la denuncia del agravio fiscal. Otros, a la indignación por los intentos de humillación. Muchos, a un sentido básico de dignidad nacional. Todos, a la promesa de un futuro de prosperidad económica, plenitud cultural y radicalidad democrática. Pero desde el primer día, conociendo al adversario, sabíamos que para llegar a la independencia sería necesario que hubiera gente dispuesta a ir a la cárcel. Y ese día ha llegado, y es el indicador más claro que el tiempo de espera se acaba.

 

Lo que quizás no era previsible es que los primeros en pasar por los tribunales fueran los últimos que llegaron al independentismo. Todos los partidos han tenido sus ambigüedades. Incluso ERC, participando en la redacción de un nuevo Estatuto que no era independentista en absoluto. Y tuvo dudas en su posición ante el referéndum: del voto nulo a la abstención, de la crítica al ‘no’ «por españolista» -decían- al ‘no’ final que los expulsó del gobierno (ver «No quiere decir no», AVUI, 28 de abril de 2006). Pero la antigua CiU se llevó la palma. En 2003 estaba en aquel absurdo de la «soberanía compartida». A primeros de 2010 todavía defendía el Estatuto de 2006. En 2012 no pasaba todavía del pacto fiscal. Y no llegó a la independencia hasta 2014, con muchos pies arrastrados. Sin embargo, han sido los primeros en recibir porque han sido los primeros en jugársela. Y es precisamente el hecho de ser los últimos en llegar al compromiso por la independencia lo que les da una ejemplaridad que nadie más podría aportar.

 

Efectivamente, aquella CiU del 9-N y sus líderes pusieron el cuello. Sin su valor no tendríamos la mayoría democrática actual a favor de la independencia. Lo repetiré ahora que vienen momentos decisivos: el referéndum lo ganaremos con el voto de los últimos que se decidan por el sí. Con los de siempre no seríamos los suficientes. Y lo que es más meritorio del gobierno de Artur Mas es que en lugar de hacer caso de los poderes fácticos -amenazas incluidas-, o buscar la confortabilidad dentro del propio partido, atendió lo que consideró que era el clamor popular que debía representar. CDC recibió un golpe muy fuerte con la rara confesión de Jordi Pujol. Y nadie sabrá nunca qué le habría pasado si no hubiera abrazado el independentismo. Pero que el 9-N no era una maniobra de supervivencia de los que pusieron la cara, es una evidencia que el mismo David Fernández supo ver con toda lucidez… y con no menos riesgo personal.

 

No sé si se puede hacer política esperando que la ciudadanía te agradezca la dedicación, el riesgo o el sacrificio. En todo caso, está claro que los adversarios no suelen mostrar ningún tipo de compasión. Y está bien documentado que las peores puñaladas son las que se clavan dentro del propio partido. Pero la impresionante movilización de ayer lunes ante el inicio del juicio de Mas, Ortega y Rigau -anticipando el del ahora diputado Homs por la misma razón-, demuestra que somos un país agradecido con quien lo ha sabido defender dignamente. También demuestra que el independentismo no está cansado. Y, sobre todo, recuerda a todos que el país ya está listo para pasar del derecho a decidir al deber de decidir.

ARA