El origen histórico de la nación aragonesa

Aragón, tan próximo y tan lejano. Durante quinientos años, catalanes y aragoneses hicieron el camino de la historia juntos. Desde 1137 hasta 1707. Una confederación de estados -una superposición de coronas sobre una misma cabeza- que ha sido el modelo inspirador de edificios políticos contemporáneos, como la Unión Europea. Y una expansión territorial que convirtió el estado catalano-aragonés en la primera potencia política, militar y comercial del Mediterráneo, que en plena Edad Media equivalía a decir de casi todo el mundo conocido. 1707 es la fecha que marca el punto de inflexión. El primer Borbón liquidaba a sangre y fuego la Corona de Aragón y la convertía en una simple provincia de Castilla. La sociedad aragonesa -cuando menos, sus clases dirigentes- dio la espalda a su propia historia y se dobló a la idea castellana de España. Y su identidad nacional quedó diluida en la españolidad rampante impuesta por Castilla.

El valle rojo

Aragón, como entidad política, tiene un origen claramente vasco. Mucho antes de que Carlomagno, el año 777, pusiera los pies en la Península para crear la Marca Hispánica, los aragoneses primigenios ya estaban organizados políticamente. Formaban parte del rompecabezas vasco, una federación de tribus -gobernadas desde Pamplona- que habían creado un estado-tapón en el tercio occidental de los Pirineos. El Aragón primigenio, limitado territorialmente a la comarca de Jaca, era la pieza más oriental del mundo vasco. Un origen que explica el nombre del país. La investigación historiográfica coincide, mayoritariamente, en que Aragón, en la lengua protovasca -la lengua de los vascos de la antigüedad-, quiere decir valle rojo’: -ara significa ‘valle’, y gon (que sería -gor o -gorri) equivale a ‘rojo’. Una teoría que cobra sentido cuando observamos que las montañas que aíslan -por el sur- el valle de Jaca están formadas por rocas y arcillas rojizas.

El condado de Aragón

Aragón no nació reino, nació condado. Como Barcelona, como Urgell o como Rosselló, por mencionar tres ejemplos. Esta es una idea importante a retener. Porque desmitifica el falso binomio «reino de Aragón-corona de Aragón». Y porque explica que Aragón diera sus primeros pasos de la mano de Navarra, como Barcelona los dio de la mano de Francia. Hasta el año 1134. Habían pasado casi cuatro siglos y el rey Alfonso el Batallador -el último monarca navarro de Aragón- moría sin descendencia y con un pintoresco testamento bajo el brazo: entregaba todos sus dominios a las órdenes monásticas. Pamplona convertida en un estado teocrático, una réplica rústica de la Roma pontificia. No sabemos si las oligarquías se hartaron de reír o se alarmaron de verdad. Pero lo que sí sabemos es que, en Pamplona -por una parte- y en Jaca -por la otra-, hicieron todo lo posible para evitar que los hábitos religiosos se convirtieran en la nueva moda del vestuario cortesano.

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El reino de Aragón

Los aragoneses, sin esperar cómo se las arreglaban en Pamplona, arrancaron los hábitos religiosos al hermano monje del rey difunto y lo sentaron en su trono. Ramiro, que con el tiempo sería padre de Petronila y suegro de Ramon Berenguer IV -conde independiente de Barcelona-, era coronado rey de los aragoneses y de esta manera, tan rocambolesca, Aragón se convertía en reino y en estado independiente. Un modo de iniciar el camino de la historia en solitario, porque en aquella época todo el mundo hacía lo que sabía o lo que podía. Aragón se afirmaba rompiendo el vínculo con la matriz navarra, tal como los condados catalanes lo habían hecho un siglo y medio antes, segando el cordón umbilical que los unía con la matriz francesa. Historias más o menos paralelas, un espacio común de expansión territorial y una remota base cultural compartida. Ramiro, el ex monje, fustigado por navarros y castellanos, buscó la alianza con Barcelona, y de ahí a la unión dinástica, un paso.

La diversidad aragonesa

Al amanecer del año 1000 el protovasco era la lengua de las clases rurales y el aragonés -una lengua románica similar al catalán y al castellano- lo era de las clases urbanas. Pasados 100 años -con la conquista del valle del Ebro-, las bolsas de población morisca que habían quedado incorporadas al edificio social aragonés añadieron un nuevo elemento a aquel paisaje de diversidad: el árabe. Y posteriormente -con la entronización de los Trastámara (1412)-, se introduciría el castellano como una lengua de poder. Lisa y llanamente, el Aragón de finales de la Edad Media era un país con cuatro lenguas: el aragonés se había convertido en la lengua mayoritaria -la de la cultura popular-, el vasco había quedado reducido al ámbito doméstico en la zona norte del país, el árabe andalusí era la lengua de los moriscos -que eran mayoría en muchas poblaciones del valle del Ebro- y, finalmente, el castellano era la lengua de las elites, de las oligarquías políticas y económicas.

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La destrucción de la diversidad

La Edad Moderna -el Renacimiento de las artes- significó para Aragón -paradójicamente- la dramática destrucción de su diversidad. La lengua y la cultura castellanas calaron, como una lluvia fina, todas las capas de la sociedad zaragozana. Perdida la capital, la lengua aragonesa quedó territorialmente fragmentada en dos espacios inconexos que suponían su marginación, primero, y su práctica desaparición, después. A todo ello se añadió uno de los capítulos más dramáticos y silenciados de la historia española: la expulsión de los moriscos (1609). Las comarcas de Caspe, de Alcañiz, de Calataiud y de Barbastro perdieron contingentes de población de entre un 25% y un 50%.; y sobre todo perdieron un elemento de riqueza cultural que no se iba a recuperar nunca más. Muchas de aquellas casas y de aquellas tierras abandonadas a la fuerza fueron reocupadas por colonos navarros y castellanos que importaron la lengua castellana.

Aragón, desaparecido

Cuando el primer Borbón conquistó militarmente Aragón y liquidó sus instituciones de gobierno (1707), el país ya estaba profundamente castellanizado. Cuando menos, la capital y las comarcas más pobladas. La liquidación del edificio político aragonés -las instituciones del reino- contribuyó a acelerar la despersonalización del país, a generalizar una cultura y una identidad limitadas al ámbito folclórico y absolutamente subordinadas a la idea castellana de España. Aragón desaparecía como tal y se convertía en una simple extensión de la cultura y de la nación castellanas. Una región española. Una cuña castellana entre dos naciones no castellanas -la vasca a poniente y la catalana a levante-, que contemporáneamente se ha revelado -cuando menos, entre sus clases dirigentes- en su esencia adquirida -castellana y española-, en conflictos como la negación y la persecución del catalán en la Franja o en la reivindicación del patrimonio artístico de Sigena.

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