Si yo fuera de ellos

Al PP de Mariano Rajoy le ha ido muy bien este estilo impasible de dejar pasar el tiempo y esperar a que el cadáver del enemigo te pase por delante de casa. Bien: relativamente impasible, ¡porque entretanto va procesando e inhabilitando todo lo que se mueve! Estar quieto es una buena estrategia cuando no hay que ir a ninguna parte y lo único que cuenta es resistir para mantenerse en la misma posición. Si, además, tienes unos adversarios divididos y sin ningún horizonte especialmente estimulante hacia dónde ir, entonces todo encaja.

 

Pero el PP, y los poderes del Estado español en general, se han encontrado con un desafío en Cataluña que difícilmente podrán resolver esperando que se estrelle y se muera solo. Es con lo que hasta ahora habían contado, y por eso habían ido certificando la muerte de la ambición independentista con la misma insistencia con la que ésta se iba haciendo resistente. Cuando seamos República tendremos que tener un recuerdo emocionado para los enterradores que quisieron sepultar en vida el combate por la independencia de Cataluña.

 

En un artículo anterior (¿En qué tejado está la pelota? http://www.nabarralde.com/es/catalunya/16391-2017-02-22-09-55-25) ya escribí que, aunque es comprensible que la pregunta que más nos hagamos en este momento es hasta dónde llegará el Estado español en su intento de impedir el referéndum, la cuestión verdaderamente relevante es qué haría después de pararlo, si lo consiguiera. Saber cuáles son los mecanismos que podrían entorpecer el referéndum es fácil. El problema es imaginar qué habría que hacer al día siguiente, y dos días después… Y al cabo de tres meses. O de tres años. Ciertamente, si fuera de ellos y compartiera sus intereses unionistas, actuaría de manera muy diferente, tal como expondré.

 

En primer lugar, la defensa de la unidad de España debería forzar el final del proceso. Irlo alargando con más y más obstáculos -amenazas, inhabilitaciones, suspensiones…- como mucho lo podría enquistar, pero nunca reducirlo. En segundo lugar, para cerrarlo bien a su favor, sería necesario que el ‘no’ ganara el referéndum. Si no fuera por su resistencia mental -quizás debería decir «constitucional», más en el sentido de resistencia intrínseca que en el jurídico-político-, esta opción ya se debería haber facilitado en abril de 2014. Ahora cada día se les aleja más de las manos. Sin embargo, con un trabajo inteligente como el que hizo el gobierno británico en Escocia -la candidez de los catalanes es superior a la escocesa-, no sería nada improbable que aún hicieran ganar el ‘no’.

 

En tercer lugar, si nos conocieran bien, lo que a todas luces debería evitar el Estado español es hacer víctimas. Deberían saber que, debido a nuestra historia de derrotas, tenemos una cierta querencia por los mártires, que han sustituido a los héroes victoriosos que no hemos tenido. Cuatro: si yo fuera de ellos, procuraría no hacer el ridículo ante el mundo. O, aún peor, no hacer quedar en ridículo a los países que han aceptado apoyar a España a cambio de favores. Tienen razón los que dicen que el mundo no está pendiente de las aspiraciones catalanas. Pero tampoco nadie sufre por la unidad de España. Para el mundo -entiéndase: para la política internacional-, lo único que molesta es que, si dos se pelean, no reciban los terceros.

 

Y, finalmente, yo procuraría no entrar por caminos que no tienen ni salida ni retorno. La suspensión de la autonomía, el estado de sitio, tomar las competencias de los Mossos, de enseñanza y de gobernación, cerrar el Parlamento o que Millo ‘okupe’ el despacho del presidente en el Palau de la Generalitat son callejones sin salida de los que el Estado español sólo podría salir con el rabo entre piernas.

 

Todo eso es lo que haría si yo fuera de ellos. Pero no sólo no soy de ellos, sino que ellos no son yo. Quiero decir que no hay ningún peligro de que se pongan en mi piel. Así pues, ¡referéndum, y la calle!

ARA