Los tres hermanos

Uno de los costes más pesados de la ruptura que supuso para Catalunya la victoria franquista de 1939 fue el exilio de buena parte de sus vanguardias políticas, sociales, pro­fesionales y culturales. En efecto, mucha de la gente más adelantada y prestigiosa en estos campos tuvo que marcharse del país y muchos de ellos para no volver nunca más. Una de las estirpes más golpeadas por el desenlace del conflicto fue la de los Pi i Sunyer, de la cual tuvieron que marchar al exilio más de treinta miembros, como ahora se evoca, con una documentación riquísima, en la exposición Vides errants. Postguerres i exilis dels germans Pi i Sunyer, inaugurada hace pocos días en el Museu Memorial de l’ Exili ( MUME) de La Jonquera.

Los Pi i Sunyer eran una familia bastante representativa de la clase ascendente catalana del primer tercio del siglo XX, la integrada por los nuevos profesionales e intelectuales. Ellos simbolizan como pocos la apuesta por la vinculación de los valores del catalanismo, de la democracia y del progreso social que acabarían definiendo los principios de la cultura cívica republicana. August, el mayor de los hermanos, fue un fisiólogo de reputación internacional que ha sido considerado como uno de los padres de la bioquímica catalana y española. Además fue un hombre de un activismo cívico y cultural notable: miembro fundador del Institut d’ Estudis Catalans (1911), presidente del Segon Congrés Universitari Català (1918) y miembro del patronato de la Universitat Autònoma de los años treinta. Siguiendo la tradición familiar ampurdanesa de los Sunyer y de los Pi, August fue diputado republicano federal por Figueres y uno de los defensores del primer proyecto de Estatuto de Autonomía catalán, el de 1918, en las Cortes españolas.

El ingeniero Carles Pi i Sunyer, el hermano mediano, tuvo una actuación política más destacada. Pocos saben que, como director general de Comercio, encabezó la primera delegación que la República española envió a la Unión Soviética en verano de 1931. Fue conseller de Finances y conseller primero de la Generalitat, ministro de Trabajo en el efímero gobierno de Martínez Barrio, alcalde de Barcelona y conseller de Cultura de la Generalitat durante la guerra. Sus memorias son, en mi opinión, uno de los mejores testimonios de aquel conflicto escrito por un político catalán. El hermano pequeño, Santiago, que a los 30 años ya era catedrático de Fisiología, colaboró con August en buena parte de sus investigaciones y fue subsecretario de Instrucción Pública en el año 1933.

Sólo hay que leer sus expedientes de responsabilidades políticas que se exhiben en la exposición para darse cuenta de por qué los tres hermanos tuvieron que huir con sus mujeres, hijos y nietos: fueron severamente depurados, expropiados y multados, e incluso la casa de August en Roses fue derribada. La exposición nos explica con precisión la experiencia dura del exilio iniciado en el año 1939 con todo lo que comportó de desarraigo y de estancias provisionales. Primero fueron considerados unos refugiados y utilizaron pasaportes de apátridas, después serían oficialmente mexicanos, venezolanos, británicos, americanos, bolivianos o argentinos. Pero a pesar de esta lejanía nunca dejaron de considerarse catalanes y nunca interrumpieron la comunicación con la parte de la familia que quedaba en Catalunya, como se manifiesta en los centenares de cartas, documentos, fotografías y objetos originales. Eran cartas y postales que pedían información sobre qué pasaba en el país, cómo estaban los amigos y los parientes y siempre especulaban sobre el anhelado retorno. La añoranza de los veranos en Roses, cuando todos navegaban en el barco Els Tres Germans, refleja la plena conciencia de que aquel ya era un paraíso perdido irremisiblemente y de la crueldad impuesta por los nuevos tiempos. Una fotografía de toda la estirpe, con unas 50 personas, tomada en Roses poco antes de la guerra deja testimonio fehaciente de la ruptura familiar: en el año 1939 más de la mitad se había marchado al exilio. De los tres hermanos, sólo el pequeño, Santiago, pudo volver para morir en Catalunya. En una carta suya del año 1945 reflexiona sobre el elevado coste que habían tenido que pagar para “conservar la plena integridad moral sin haber tenido que doblegarnos a las fuerzas coactivas”. Carles Pi i Sunyer mantuvo una cierta actividad como político de exilio, en cambio August y Santiago volverían a destacar como profesionales de prestigio con la creación de auténticas escuelas de fisiología en las universidades de Caracas y de Cochabamba.

Recordar y valorar a los exiliados es también reivindicar los valores morales y los principios políticos que definieron el proyecto republicano de 1931: democracia, ciudadanía, reformismo social, secularización e impulso a la educación y a la cultura populares. Por eso considero un acto de justicia homenajear el coraje y la abnegación de aquella generación, representada en esta exposición por los hermanos Pi i Sunyer y sus familias, por su compromiso y sacrificio en la defensa de unos ideales que hoy tendrían que estar plenamente vigentes. Reivindicar la actitud moral de esta generación es un acto necesario en unos momentos como los actuales en que son frecuentes comportamientos éticos bastante reprobables.

LA VANGUARDIA