Sólo tienen una manera de impedir la independencia (o dos)

Ya saben los lectores habituales de esta columna que no tenemos mucho interés en levantar falsas esperanzas ni en pasearnos con el lirio en la mano. Al contrario, tendemos a proponer advertencias, alertas, señalar riesgos, denunciar falsas rutas… Tampoco echaremos volar palomas en esta ocasión. Pero sí me gustaría compartir una conclusión a donde voy a parar cuando converso solo o acompañado sobre los próximos meses del camino hacia la independencia.

La base social independentista es muy sólida. Los estudios, las urnas y las movilizaciones han demostrado durante siete años que el apoyo a un Estado catalán (el segundo después de Andorra) no ha dejado de crecer durante este tiempo y contra todos los pronósticos. Nada hace pensar que esto vaya a cambiar los meses que vienen. Aún menos si tenemos en cuenta cómo actúa el Estado español en relación con Cataluña. Si hay alguien que conozca algún independentista que haya dejado de serlo, que me avise porque publicaré una entrevista al día siguiente.

El 27 de septiembre de 2015 se estableció un mandato democrático con mayoría parlamentaria y social a favor de la construcción de un Estado independiente en el Principado de Cataluña. Actualmente hay una mayoría de setenta y dos diputados (y quizás alguno más que ahora no lo puede expresar libremente) comprometida a llevar a Cataluña a la independencia. Esta mayoría decidió en septiembre del año pasado variar la hoja de ruta para hacer el camino pasando por la estación del referéndum. Con todo, el compromiso electoral no era con el referéndum, sino con la independencia. Y esto es un hecho que no ignoran (o no pueden ignorar) estos setenta y dos diputados elegidos con una misión.

El Estado español repite la misma estrategia del 9-N cuando sólo faltan cinco meses para el referéndum. ¿Cuántas voces antidemocráticas no dicen que el referéndum no se hará? ¿Qué decían cuando faltaban tres días para el 9-N? ¿Y qué hacen más allá de amenazar? ¿Qué hacen más allá de castigar a los ciudadanos -piensen lo que piensen sobre la independencia- con la falta de inversiones, los caos intencionados en el aeropuerto, los techos de déficit abusivos, la suspensión de leyes de pobreza energética…? ¿Qué hace el Estado español frente a un conflicto de raíz democrática? Amenazar y castigar. Nada de positivo.

Si confían en que frenarán el referéndum con amenazas, lo tienen muy mal parado. Porque ya se ha demostrado que la capacidad innovadora del independentismo es a prueba de bombas. Si confían en que la comunidad internacional les ayudará con algo, también lo tienen crudo. Porque a pesar de todas las presiones y las malas artes nada diplomáticas de España, los estados se han mantenido al margen y se han comprometido poco a favor de nadie. Si confían en que el presidente Puigdemont se apartará un buen día y dirá que se lo ha pensado y que preparen el encaje del plato de lentejas, aún lo tienen peor. Porque este hombre ha venido a pulsar el botón rojo y no tiene ganas de hacer nada más.

Para impedir la victoria independentista en el referéndum, el Estado puede hacer dos cosas: encerrar todos en la cárcel (con todas las variantes que podamos imaginar de esta línea) o hacer un giro de 180 grados y ofrecer un referéndum pactado, hacer una propuesta realmente federal o confederal y ganar el plebiscito. Si se decanta por la primera -represión dura-, ya habrá perdido. Porque no podrá sostener la represión o las consecuencias de la represión mucho tiempo. Y seguramente habrá provocado el efecto contrario del que buscaba. Por lo tanto, tal vez podrá impedir que se haga el referéndum ahora entonces acelerará aún más la independencia.

Por lo tanto, el Estado sólo tiene una vía para impedir la independencia. Y es la otra opción: cambiar radicalmente de un día para otro, hacer una propuesta de transformación profunda del Estado español, proponer un referéndum para dar la voz a los catalanes y ganarlo. Es evidente que esta es ahora una posibilidad remota. Que se hace imposible de creer. Pero no dudo que algún cerebro moderno de la capital del reino ha pensado en ella y le da vueltas. Bueno… hay otra manera de impedir la independencia: la fractura del bloque independentista. Pero eso no pasará; ¿verdad?

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